Suele citarse ejemplos célebres de esto: en primer lugar, la novela de Albert Camus, La Peste, quien narra las perplejidades de un médico radicado en la ciudad de Orán, ante lo que se le presenta como lo absurdo o lo carente de sentido –una peste devastadora–, que fuera interpretado tanto como una manifestación de la filosofía existencialista, o también como una metáfora de la ocupación de un territorio (Francia, Europa), por parte de malvados invasores (los nazis).

En La Ilíada, por su parte, se narra la peste que se desata sobre el campamento aqueo, debido a la ira de los dioses: en este caso, la cólera se debe a un designio divino, tal como creían los hombres por aquellos años.

Ya en el Medioevo, El Decamerón supondrá otra inflexión en esta clase de relatos. El texto de Giovanni Bocaccio se basa en una historia harto conocida: ante la llegada de la peste bubónica a Florencia, a mediados del siglo XIV, un grupo de jóvenes –siete mujeres y tres varones– deciden huir de la ciudad y refugiarse en una villa campesina. Allí, para pasar el tiempo evitando la peste, se proponen contar un relato cada uno durante diez noches, lo que suma un total de cien, compuestos según la técnica del relato enmarcado, donde un narrador introduce cada una de las partes de la obra.

Así, podría decirse que si La Peste representa el absurdo ante la presencia del mal, y La Ilíada la visión mítica de los superpoderes divinos, El Decamerón posee el sentido de mostrar a la literatura como un medio de eludir las plagas o los males a los que están expuestos los hombres. A su manera, una forma de salvación.

Estas visiones son europeas, y atraviesan la historia de la literatura occidental desde sus orígenes hasta nuestros días. La literatura argentina, por su parte, también ha sabido representar estos fenómenos capaces de arrasar con pueblos enteros, haciéndolo lógicamente con sus lenguajes característicos y sus formas narrativas idiosincrásicas.

Uno de los casos paradigmáticos está dado en la segunda parte de Martín Fierro La Vuelta– cuando el cólera se desata sobre la tribu con la que convivían Fierro y Cruz después de huir de la civilización. El relato del tratamiento que brindaban los indios a los infectados es espeluznante, por su carácter brutal y absolutamente cruel, puesto que creían que ese era el modo de aventar el mal.

Después de observar cómo una china vieja dispone la muerte de un gringuito cautivo por hallarse infectado, Cruz y Fierro deciden alejarse, para no ver tanto estrago. Más, cuando se disponían a marchar al lugar alejado donde vivían en el territorio de los salvajes, se enteran de que el indio que les había salvado la vida al llegar a ese sitio había caído atacado por la viruela.

Y es así que Cruz le propone a Fierro: vamos, paisano, a cumplir con un deber. Es sabido lo que representa la figura de Cruz en el poema de Hernández: el apego por lo justo, el sentido incorruptible de solidaridad, por no hablar de la vocación acrática que lo lleva a enfrentarse, sin reparos, con el poder.

Es así como Fierro y Cruz cuidan a ese indio, defendiéndolo de los intentos que hacían los otros por eliminarlo, hasta que el propio Cruz contrae la enfermedad y muere en los brazos de Fierro, encomendándole que se ocupe del pequeño hijo que había dejado en el pueblo.

Así, en uno de los relatos fundantes de la literatura nativa, la respuesta de los héroes no consiste en la perplejidad ante lo incomprensible del mal, ni la huída al campo para refugiarse en la literatura. Consiste, por el contrario, en enfrentarlo, aunque ello suponga exponer la vida.

De esa sustancia heroica y trágica está hecho otro de los grandes relatos nacionales que hablan de la peste: El Eternauta, de Héctor G. Oesterheld. Como éste es un relato en forma de historieta que bien podría leerse en clave de ciencia-ficción, en este caso no se trata de una peste natural, sino de una peste provocada por unos alienígenas que pretenden ocupar La Tierra, eliminando al máximo su población.

Como es harto conocido, el medio del que se valen es una nevada mortal, que va eliminando cuanto ser viviente toca. La historia está focalizada en Juan Salvo, un personaje que viene del futuro para contarle al autor de la serie lo que habrá de acontecer cuatro años después, y transcurre en la localidad de Vicente López. Lo que allí ocurre es que un grupo de amigos de Salvo logra aislar su casa y refugiarse en ella, llegando a construir unos trajes protectores que les permitirán salir al exterior. Cuando lo logran, se encuentran con otros sobrevivientes como ellos, y organizarán una resistencia bélica conducida por algunos militares que también han sobrevivido, que librará batallas contra los invasores en distintas zonas de Buenos Aires, desde la Avenida General Paz hasta el Congreso.

Podría decirse, entonces, que la respuesta de Juan Salvo y sus amigos guarda vínculos de correspondencia con la historia de Fierro y Cruz. Como ellos, son hombres del pueblo capaces de unirse y enfrentar a un enemigo común, ya se trate de quienes detentan el poder político en el país, o el de quienes vienen a invadirlo desde un más allá de sus fronteras, lo que algunos han interpretado como otra metáfora de la penetración imperialista

No querríamos cerrar esta nota sin hacer referencia a otra novela, en este caso rosarina, que también trata el universal tema de la peste. Nos referimos a A Dónde Van los Caballos Cuando Mueren, de Marcelo Britos. La novela narra una historia situada entre la guerra del Paraguay y la conquista del desierto, protagonizada por un médico alistado como tal en el ejército mitrista. Al finalizar la guerra, y después de pasar por –o sufrir– diversas peripecias, el médico recala en Buenos Aires en medio de la epidemia de la peste de cólera desatada a principio de los años 70. Allí pone el cuerpo ante la hecatombe, atendiendo enfermos mortales en un hospital. Y si hay algo significativo en la narración de ese momento trágico, ello es una observación del narrador, cuando dice: Y en ese momento el médico pensó que la peste era tan sólo una mano más de la guerra, y que quizás guerra y peste fueran una, como todos los hombres lo eran, y todas las cosas del mundo, como creía haber entendido de lo dicho por Quenoalichaba.

 

Fuente: El Eslabón

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