“Ese era Néstor. No soy yo la de esa actividad. Ese maestro ya se jubiló”. Mónica, una querida docente que trabaja en la educación de adultos, me ayudó a recordar en estos días una anécdota escolar de hace varios años. En un Caeba que queda en los límites entre Rosario y Villa Gobernador Gálvez, trabajaba un maestro que se había conseguido la carcaza de un cajero automático. La idea era que sus alumnas y alumnos le perdieran el miedo a esa máquina que les iba a entregar plata, aprender a manejarla. Eso que le dicen enseñanza para la vida cotidiana. Igual siempre recuerdo esa anécdota, no tanto por lo didáctico sino por esa hermosa locura de llevarse semejante aparato al aula.

En la escuela pasan cosas como esas y más. Esta semana, haciendo cadena de wasap por el préstamo de una máquina de coser para una asociación que trabaja con jóvenes (la quieren para fabricar barbijos), entre otras respuestas una docente jubilada ofreció la que guarda con infinito amor porque era de su mamá, y un director respondió de inmediato: “No tenemos máquina, pero la escuela puede ayudar con mil pesos si hace falta comprar una”. Qué más decir, las lágrimas llegan solas, más porque conozco la escuela que tiene a su cargo, y nada les sobra.

La escuela es eso y mucho más. Desde que arrancó la cuarentena por la pandemia y las clases se suspendieron, las ideas –sofisticadas y artesanales- para hacer cosas desde la casa mediadas con todos los recursos tecnológicos disponibles se multiplicaron. (En este ir y venir por las pantallas quedan en evidencia las fortalezas y debilidades que hay en el terreno de la virtualidad, un debate bienvenido que no hay que dejar pasar. Pensemos solamente lo vital que hubiese sido continuar con el Plan Conectar Igualdad; sobre el que pueden hacerse las críticas que quieran, pero era un programa que generaba puentes de inclusión digital y social. Y por eso, como tantas otras políticas públicas, el macrismo lo aplastó).

En efecto, las ideas para enseñar se multiplicaron en estos días, como las plataformas oficiales, de las organizaciones e instituciones del Estado y también las del mercado. De solo asomarme me pregunto cómo hacen las maestras para no enredarse entre tantas aulas virtuales funcionando al mismo tiempo, directivas ministeriales que bajan sin un rumbo muy claro, hasta caóticas; decenas de pibas y pibes consultando y respondiendo cada quien en el momento que mejor le queda hacer la tarea, o bien que tiene a mano el único aparato que hay en la casa, y que además tenga carga móvil suficiente. Una realidad que también corre para las docentes. Y sobre la que hay que remarcar que no trabajan menos que antes, y por si fuera poco el gobierno de Perotti les cierra las paritarias en la cara, no les aumenta el salario y piensa en pagarles con bonos. Ni hablar de quienes además atienden comedores y se preocupan al mismo tiempo por adjuntar las fotocopias con tareas con las viandas o bolsones de comida porque saben que sus alumnas y alumnos quedan fuera de cualquier clase digital, virtual o como se llame.

Por más Estado nacional ocupado y presente que tengamos ahora, sabemos que la realidad no cambia de un día para otro, y menos con una pandemia de por medio. Y por eso no podemos dejar de preguntarnos por lo que pasa con casi la mitad de las pibas y los pibes que aún viven en la pobreza, que les falta ese abrazo indispensable de la escuela física que los aloja y los mira cara a cara y que hoy ninguna classrum los alcanza.

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