El carromato filarmónico, del escritor argentino Daniel Moyano (1930-1992), fue editado en 2016 por el sello local Libros Silvestres pero cayó en mis manos hace muy poquito. Por ahí es una obviedad decir que el orden de aparición de las obras en “el mercado”, o su carácter de novedad no nos importa tanto, sino como una excusa más para hablar de nuestras obras. El libro tiene ilustraciones de Laura Klatt y cuenta con un un diccionario musical como dossier que elaboró Ricardo Moyano, hijo del autor y músico, radicado actualmente en Turquía, y que pretende contribuir a una mejor comprensión de las expresiones provenientes de la música, para enriquecer la experiencia de la lectura.

El carromato filarmónico es el título que abre la colección Mediomundo que, según la editorial,  busca salir al rescate de escritores muy conocidos pero injustamente olvidados. Tal es el caso de Daniel Moyano, autor de una veintena de libros de cuentos y novelas. Cuando Carolina Musa, la editora, me habló de este libro le dije que ni idea, que no conocía al autor, entonces me dio uno para que lo lea. “¡Es un escritorazo!”, me dijo. Entonces me puse a leer el libro, y después a buscar información sobre este autor que, al parecer, me estuve perdiendo durante tanto tiempo.

Entre otros oficios, Moyano fue plomero, periodista y soldador (hay una anécdota en la que el autor cuenta de las tardes en las que con un amigo alemán leían poemas de Heine y Rilke “entre el fragor de los sopletes”). Además, construyó con sus propias manos su casa en La Rioja, donde vivió hasta que tuvo que exiliarse en 1976 en España, junto a toda su familia. Aunque nació en Buenos Aires, se crió en Alta Gracia, y en Córdoba se formó como músico (violinista) y narrador. Su vida fue breve y trágica, y como él mismo decía: en una época difícil, en un país complicado. Sufrió el abandono desde muy chico y quedó al cuidado de sus tíos; perdió a una hija muy pequeña en La Rioja, y luego fue detenido y torturado durante la dictadura. Enseguida el exilio lo arrancó de su tierra, a la que volvió siempre a través de su obra. Todo lo que vayan a encontrar sobre Moyano, como cartas, notas y entrevistas de sus amigos, dirán que era un hombre cálido y humilde.

En los años 60 perteneció al grupo de escritores llamados “del interior”, o en sus palabras: “del resto del país”, que incluía a Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, Juan José Hernández, Antonio di Benedetto y Héctor Tizón, muchos de ellos influenciados por la literatura de Juan Rulfo, en particular el propio Moyano.

“Yo descubrí que América Latina empezaba ahí en la provincia de La Rioja. Esto me llevó a escribir sobre lo que me rodeaba, pero no en términos del realismo, sino tratando de introducir nuestra manera de decir, rechazada desde siempre por los que tenían el poder en Buenos Aires”, decía Moyano en una entrevista.

En los tres cuentos de El carromato filarmónico, publicados originalmente en el libro Silencio de corchea (1992), Moyano recupera historias de su trayectoria en una orquesta que entre 1960 y 1976 viajó por el noreste argentino llevando música a los pueblos más alejados, “tanto del llano como de la cordillera”. En Razones, que es el prólogo del libro, el autor cuenta que por aquellos años tocaban para campesinos que escuchaban por primera vez música en vivo, la música culta de la lejanisima Europa.

El oyente impasible, Negritos saltarines y Arpeggione están narrados con esa “manera de decir” que buscaba modular el autor; contar con mucha frescura lo simple y maravilloso de las cosas que no se tocan, como la experiencia vital del asombro y la fascinación ante lo nuevo. También el humor y la  autoparodia del fracaso de una empresa tan grande como la de un grupo de músicos ambulantes, rurales, “muy virtuosos” en eso de de montar un alazán llevando un violonchelo en ancas.

Estos cuentos sintetizan de algún modo toda la impronta política de Moyano. Cuando la dictadura lo detuvo por “su ideología” comprendió que al no tener ninguna en particular, su desacato al orden del horror era el idioma, del que están hechas estas historias. Como la de quien lleva música (la que se lee en pentagrama) en un carromato por los caminos más olvidados del cono sur del mundo, dando valor a la vida simple de las cosas sin ponerle precio a nada. “A falta de salas, actuábamos en los patios de las escuelas, o debajo de los árboles, o a la orilla de los ríos que bajan de los Andes hacia el Atlántico”, explica el autor en el prólogo. Como advierten desde la editorial, El carromato filarmónico es una puerta  o una ventana de entrada a una obra rica y singular de este autor que sigue andando en la lejanía, repartiendo notas musicales y relatos que están más cerca de lo que creemos. Por cierto, el libro puede conseguirse en librerías de Rosario, o a pedido directo con la editorial, y para quienes se queden con ganas de leer más de su obra, la editorial cordobesa Caballo Negro reunió sus cuentos en un volumen a 25 años de la muerte del autor: Mi música es para esta gente. Cuentos completos (2017). Vayamos a buscarlo.

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