El aislamiento social, preventivo y obligatorio que se inició el 20 de marzo dejó a los argentinos y argentinas sin la posibilidad de poder ejercer algunos encuentros presenciales que formaban la rutina diaria. Vínculos familiares y amorosos, reuniones con amigos, espacios educativos y laborales fueron desmantelados a causa de la pandemia y debieron reestructurarse para encontrar una nueva forma de suplir el encuentro cara a cara. La solución a la prohibición implicó ciertos desafíos: ya no alcanza con Facebook, Whatsapp, Twitter, Instagram o Snapchat. A los medios de comunicación y redes sociales básicas se les sumó el uso de plataformas de videollamadas como Hangouts, Zoom, Skype, Discord, Jitsi y Meet. Además, la amenaza del Covid-19 generó una intensificación del uso de las tecnologías de la información y comunicación que pudieran aportar algún tipo de seguridad en medio de un panorama incierto.

En este sentido, surgen preguntas en torno a cuál es el estado de la Argentina digital. Para responder esto, El Eslabón se comunicó con Martín Becerra, docente e investigador del Conicet y especialista en medios de comunicación e industrias culturales, para dialogar respecto a cuál es el nivel de alfabetización de la sociedad argentina, cuáles son las recomendaciones a la hora de elegir de qué manera nos mantenemos informados y cuáles han sido las estrategias estatales e institucionales para contrarrestar el boom de la epidemia informativa denominada “infodemia”.

 

Diferentes, desiguales y desconectados

La utilización de tecnologías digitales en la Argentina ha comenzado mucho antes de la pandemia. En nuestro cotidiano, las tecnologías móviles se han utilizado tanto en ámbitos laborales y de producción con el objetivo de mejorar y hacer más eficientes los procesos productivos. También el hogar acogió fácilmente los nuevos avances tecnológicos y rápidamente se configuraron hogares con tecnologías “básicas” como televisores, reproductores de música o computadoras.

Sin embargo, aunque la digitalización no es un fenómeno nuevo en América Latina, el nivel de acceso a esas nuevas tecnologías no es igual en los diferentes sectores de la sociedad. De hecho, la brecha que existe respecto al uso de tecnologías digitales se corresponde con otras desigualdades, como lo son las diferencias económicas, geográficas, de género o de edad. Como consecuencia, “lo que sucede en países latinoamericanos –y en el caso argentino esto es claro– es que la incorporación de las nuevas tecnologías reproduce las desigualdades y las fracturas que caracterizan y estructuran a nuestras sociedades”, dice Martín Becerra. Y justifica: “No es igual la incorporación de tecnologías digitales en hogares de un barrio de emergencia o en una villa de emergencia que la que existe en un hogar de clase media en un centro urbano grande, que la que existe en un hogar de clase media en un ámbito semi rural. Las diferencias que estructuran a nuestra sociedad le imprimen a ese proceso de incorporación de tecnología una complejidad distinta de la que tienen en países nórdicos, por ejemplo”.

Respecto al nivel de alfabetización digital de la Argentina, el docente analiza: “Si tomamos por caso el país latinoamericano que tiene mejor infraestructura, mayor acceso per cápita y mejores servicios, que es Uruguay, la Argentina no está tan bien. Ahora bien, si tomamos cualquier otro del resto de los países de nuestra región, la Argentina no está tan mal”. “Si sacamos de lado a Uruguay y ponemos en la balanza a Brasil, a México o a Colombia, vamos a ver que la situación en la Argentina es una situación relativamente menos mala y, por lo tanto, hay un colchón que tiene que ver con la extensión histórica que tiene el sistema educativo en la Argentina, con un Estado que existe a diferencia de otros países de nuestra región”.

A modo de clase, el docente trae un ejemplo a colación: “Somos críticos con la calidad de nuestro sistema de acceso a la salud pública en la Argentina. Ahora, si vos vas a Brasil o a Chile, la situación es bastante peor. Lo mismo es lo que ocurre en el campo de las tecnologías de la información y de la alfabetización, es decir, de las competencias sociales e individuales que tiene la población en relación a tecnologías digitales de la información y a recursos de comunicación”. “La nuestra es una sociedad que históricamente ha sido menos desigual que las que mencioné. Al ser menos desigual, la distribución de estos recursos y las competencias de la ciudadanía están, en términos comparativos, no tan mal”, evalúa.

En cuanto a cómo lograr una sociedad con grados de alfabetización digital simétrica, Becerra aclara que “en la medida en que la política pública es consciente de esas dificultades, de esas desigualdades sociales, puede efectivamente desplegar planes para atenuar el impacto que tienen esas fracturas” porque “si no hay política pública que disminuya las desigualdades existentes, lo que ocurre es que estas se reproducen” y “en lugar de ir hacia una mejora de las condiciones de vida de la población iríamos hacia un empeoramiento de ellas”.

Para que esto no ocurra, “se necesita un Estado atento, eficaz, justo y sensible a las desigualdades” reflexiona el docente. “Lamentablemente, durante los cuatro años de macrismo eso no lo hemos tenido. Al contrario, hubo una suerte de aval a la mercantilización extrema de las tecnologías y de los servicios de información y comunicación. Ahora, en el marco de la emergencia por el coronavirus, tenemos que comenzar a pensar de qué manera desandamos aquel camino y construimos una política pública más atenta a revertir asimetrías”, analiza.

Por su parte, la importancia de obtener las competencias digitales para desempeñarse en el mundo mantienen una estrecha relación con el ejercicio de la ciudadanía. “Para desarrollar las posibilidades de tener una vida digna es imprescindible contar con una alfabetización digital, es imprescindible tener capacitación, competencia, intelectual y destrezas informacionales que te permitan desde acceder a los servicios públicos, buscar informacion y documentacion en web, hasta formarte y trabajar. Así como hace 50 años, hace 100 años y hace 150 años era fundamental tener la competencia de la lectoescritura, porque sin ella no se podían desarrollar estas condiciones de vida elementales, dignas, hoy por hoy eso ocurre también con las destrezas, las competencias, las habilidades en el campo de las TICs (Tecnologías de la Información y la Comunicación)”.

Dieta equilibrada: una receta para disminuir la infodemia

“El caldo de cultivo de rumores y de información es la incertidumbre, la falta de información y de detalles”, dice convencido Martín Becerra. Lo cierto es que el desarrollo de la pandemia trajo aparejado un boom informativo de noticias, audios, videos y escritos que circularon por distintas plataformas portando datos erróneos. En efecto, la Organización Mundial de la Salud definió con el término “infodemia” a la masiva difusión de contenido falso e impulsó acciones para limitar su propagación.

En ese sentido, los movimientos iniciados tuvieron que ver con concientizar a la sociedad sobre la importancia de tener un uso más responsable de las redes y de la información. Para Becerra,  “lo esencial es tener competencias básicas”. “Así como el sistema educativo garantiza el saber leer y escribir, saber las operaciones matemáticas y sobre el contexto histórico y geográfico, también hay que pensar cuáles son esos conocimientos necesarios en el campo de la información y la comunicación. Por supuesto ahí entran a jugar cuestiones más técnicas como la programación, por ejemplo. También habilidades de búsqueda, de discernimiento de qué es lo accesorio y qué es lo importante; de detección de fuentes, referencias, autorías, del campo de los recursos que hay de información y comunicación digital”, examina Martín.

Para poder combatir la desinformación, el docente considera que la mayor responsabilidad recae en el Estado y en la conducción que éste haga de la información: “En la medida en que haya una estrategia de cuidado prioritario de la salud y de atención de los más débiles, si la conducción estatal y el conjunto de las instituciones dan ese mensaje y respetan la palabra científica, eso ayuda a contener niveles de contención, de tranquilidad, de calma en un contexto que es hiper excepcional”. “Para mi la estrategia diaria del Ministerio de Salud de la Argentina, de brindar información clara, precisa, detallada, confiable, de modo calmo, didáctico, es una estrategia contra la infodemia, porque si no tuviéramos esa información entonces los rumores se dispararían”, dice el investigador.

Por su parte, las empresas privadas que son dueñas de plataformas digitales también se han sumado a los esfuerzos por combatir la infodemia: “Facebook anunció que su plataforma WhatsApp va a limitar a uno solo los reenvíos de información porque, según dice Facebook, detectó que hay mucho reenvío de desinformación. Además, la propia empresa Facebook le borró en Instagram a Bolsonaro un posteo porque consideraba que este «ponía en riesgo la salud de los brasileños». Y lo mismo hizo Twitter”, comenta Martín.

A nivel individual, Becerra remarca la importancia de “tener una dieta equilibrada en materia de información y comunicación”. Y agrega: “Con equilibrada me refiero a diversificar el tipo de género que uno consume: si uno está pegado todo el tiempo a la última noticia de la pandemia a nivel planetario, muy probablemente termine el día muy acelerado”.

Respecto al papel de los medios en medio de la pandemia, el profesor valora que, visto desde la perspectiva de la sociedad, los medios “son parte de la institucionalidad, es decir, son instituciones que además son fábricas de información muy relevante. Sobre eso conversamos, eso influye en la construcción de nuestras percepciones, en nuestras opiniones, en nuestros valores. Entonces, por supuesto que pueden ayudar, pero también pueden perjudicar”.

En ese sentido, Becerra cree, haciendo una generalización, que los medios argentinos se han manejado de manera muy responsable al comunicar información sobre el nuevo coronavirus. Haciendo alusión a los dichos de Eduardo Feinmann, que declaró que “duda de la cantidad de casos reales que hay en la Argentina”, el investigador considera que el caso del conductor es “una excepción a la mayoría de los conductores de televisión”, y que es una posición cómoda tomar esa situación singular como si fuera la norma y criticar “al todo por una parte”. Al contrario, propone: “Si uno enciende la televisión ahora mismo, o a cualquier hora de esta misma noche, lo que va a encontrar es que es un arco de comportamientos, de opiniones, muchas de las cuales están muy lejos de ser Eduardo Feinmann”.

 

Fuente: El Eslabón

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