“No queremos ver a nadie por la calle”, dice la grabación que el vehículo propala por las calles de Honduras. “Si sale a la calle, que sea sólo para hacer compras y usando barbijo”, sigue diciendo el mensaje. Ningún organismo oficial es el responsable de la campaña, que también incluye volantes informativos: son las bandas criminales, narcotraficantes y dedicadas a la extorsión y el crimen organizado, conocidas en Centroamérica como “maras”.

En Honduras y El Salvador las maras no solo cometen crímenes, manejan negocios ilegales, cometen secuestros extorsivos y cobran a los comerciantes para brindarles protección. Estas organizaciones, cada vez más grandes, cada vez más sofisticadas y complejas, fueron ganando poder económico, político y territorial. Manejan, controlan y, de algún modo gobiernan barrios, ciudades y regiones.

No es la primera vez que sucede en el mundo. Por el contrario, es una constante: cuando el Estado se retira de la función de ayudar y proteger a la población, y de instaurar alguna forma de orden social-comunitario, aparece, como sustituto, el crimen organizado como organización de reemplazo.

También está ocurriendo en Colombia. Y algunas favelas de Brasil. Son los narcotraficantes los que ordenan las medidas de restricción social y velan, a veces con violencia, por su cumplimiento. “Serán considerados objetivos militares”, hicieron saber a través de un comunicado los narcotraficantes, al tiempo que prometieron dejar de cobrar las cuotas por protección, que serán financiadas luego a través de un plan de pago.

En Guatemala y Honduras, la tasa de homicidios disminuyó casi un tercio. En parte, el fenómeno se produce porque circula menos gente por la calle. Pero también porque muchas de las bandas se están ocupando de lo que no se ocupa el Estado.

En Colombia, los líderes de las organizaciones guerrilleras dispusieron un alto el fuego de un mes, para acompañar la cuarentena. En ese país, a partir de la pandemia, la tasa de homicidios se redujo a casi la mitad.

Según informó el sitio en línea del diario estadounidense Los Angeles Times, las bandas también están produciendo y publicando videos que muestran cómo sus integrantes, devenidos defensores del aislamiento social, atacan a golpes con bates de béisbol a las personas que violan la cuarentena.

El diario estadounidense señala que Centroamérica está entre las más violentas del mundo. Posee el 8 por ciento de la población mundial, pero se cometen allí casi un tercio de los homicidios perpetrados en todo el mundo.

En El Salvador, las maras vienen creciendo y acumulando poder desde fines de la década de 1990. Muchas de las bandas son integradas por inmigrantes ilegales que fueron deportados desde EEUU: Barrio 18 y Mara Salvatrucha son las más poderosas y por estos días funcionan como un Estado paralelo.

Según fuentes oficiales, en ese país, de seis millones de habitantes, cerca de medio millón de personas tienen conexiones con estas bandas.

“Las bandas consolidan su control territorial, y en muchas zonas superan el poder del Estado”, señaló la directora del programa de derechos humanos del grupo guatemalteco Cristo sal, Celia Medrano, entrevistada por Los Angeles Times.

El hecho de que los pandilleros aparezcan para custodiar que se cumpla la cuarentena “sólo confirma que ellos tienen el control”, agregó Medrano.

En El Salvador, en los barrios controlados por la mara Barrio 18, los sicarios informaron a los dueños de los pequeños negocios y a los taxistas que se los exceptúa de pagar las cuotas extorsivas que deben pagar, denominada “renta”, hasta que dure la cuarentena.

“Cuando se termine la cuarentena tendrán que pagar lo que adeudan”, señaló un peluquero entrevistado por Los Angeles Times. “Pero creo que los homicidios volverán a aumentar después de la cuarentena, porque las bandas no se van a olvidar de las deudas, y van a matar al que no pague”, agregó el comerciantes salvadoreño.

Apenas se declaró la cuarentena en El Salvador, los miembros de la Mara Salvatrucha salieron a recorrer su territorio para advertir a los vecinos que deben cumplir con las reglas: “Dicen que no quieren que el virus entre aquí”, según contó a Los Angeles Times un repartidor. “La gente no le tiene miedo a la policía, pero sí a las bandas”, agregó.

 

En las favelas de Río

Las bandas de narcotraficantes y paramilitares que controlan algunas de las favelas de Río de Janeiro temen la propagación del COVID-19 y por eso decretaron el toque de queda por las noches en sus barriadas, según contaron algunos de sus habitantes a la agencia EFE.

Acostumbrados a imponer sus normas a la fuerza entre los habitantes de las favelas que dominan, como un poder paralelo al estatal, narcos y paramilitares (formados por policías y ex policías) ahora imponen el toque a partir de las 20, agrega EFE.

Los mensajes alertando sobre la obligación de acatar el toque de queda comenzaron a circular por las redes sociales. Y la gente está cumpliendo: se mete en la casa temprano y no sale.

Jacarepagua, Cidade de Deus, Río das Pedras, Guaratiba, Rocinha y Maré son algunas de las favelas donde el crimen organizado tomó el lugar del Estado.

“En todos las favelas están haciendo toque de queda. Me han llegado varios mensajes a mi WhatsApp”, aseguró una de las fuentes consultadas por EFE. “Aquí después de las 19.30 no se ve un alma”, agregó otro habitante de una de las favelas de Río de Janeiro.

“Atención todos los moradores de Río das Pedras, Muzema y Tijuquinha. Toque de queda a partir de hoy a las 20 horas. Quien sea visto en la calle fuera de este horario va a aprender a respetar al prójimo”, ordena uno de los mensajes divulgados en una zona donde tienen influencia las bandas paramilitares.

A diferencia de Sao Paulo, la mayor y más poblada ciudad de Brasil, con 12 millones de habitantes, Río no implementó período de cuarentena, pero sí recomendó a sus habitantes permanecer en casa, suspendió las clases en escuelas y universidades públicas, y ordenó el cierre de parques, teatros, salas de cine y sitios turísticos.

En Río de Janeiro casi un millón y medio de personas residen en favelas, es decir, el 22,03 por ciento de los 6.300.000 habitantes de la ciudad. La mayoría comparte minúsculos ranchos con cuatro y cinco personas.

 

Fuente: El Eslabón

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