¿Quién paga la crisis? ¿Y cómo? Si algo queda al descubierto es que las fragmentaciones sociales recrudecen con la pandemia. Aunque las necesidades básicas asoman en común para todos los sectores de la sociedad, lo que cambian son las formas de acceso a los medios de satisfacción. En el marco de la cuarentena, la tensión sobre la producción, distribución y comercialización de alimentos, alcanzó un punto de máxima visibilidad impulsada por una urgencia como nunca antes.

La lucha de costos derivó en subas por encima del ritmo inflacionario y las acusaciones comenzaron a cruzarse como munición: en algunos casos, centrándose en el descuido gubernamental de las zonas de la cadena donde se dan los grandes saltos en la formación de precios; y en otros, fijados en la picardía de algunos comerciantes que deciden remarcar y aprovechar el pánico social para hacer una diferencia. ¿Quiénes aumentan? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Y por qué?

Algo tan simple como levantarse a la mañana, caminar hasta una verdulería, un almacén o una granjita y hacer las compras, derivó en una experiencia concreta de las dislocaciones de la economía argentina. Algo más real en lo real: si la inflación siempre fue un termómetro, esa medición se hunde más profundo en el humor colectivo cuando alrededor flota un virus indescifrable que demolió cada pilar de la realidad nacional.

Desde que comenzó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, las denuncias por aumentos arbitrarios de precios se fueron multiplicando por vías informales y alcanzando eco en los grandes medios de comunicación, que sin retardos iniciaron su patrullaje por los comercios y ejercieron su servicio de señalamientos voluntarios. Las subas encontradas en algunos productos implicaban aumentos astronómicos que no se correspondían con la dinámica inflacionaria que se venía arrastrando.

Foto: Manuel Costa

A esa situación, se sumó el relevamiento del cumplimiento del programa de Precios Cuidados que algunas organizaciones fueron desplegando en supermercados de distintos puntos del país y que permitió comprobar varios casos de incumplimientos de los precios acordados y de desabastecimiento de productos con el objetivo de hacer stock y luego venderlo a un precio superior. Ese primer efecto de desesperación provocó una estampida hacia los comercios para abastecerse como si una catástrofe natural se presentara como una amenaza inminente.

El área de Comercio Interior de la Provincia recibió más de cinco mil denuncias de consumidores de 183 localidades por sobreprecios o desabastecimientos de productos esenciales en solo 20 días. A la vez que se comenzó a implementar un sistema de controles, se anunció una prórroga de la primera etapa del programa Precios Santafesinos.

El 40% de las denuncias correspondía a la ciudad de Rosario y otro 16% a la ciudad de Santa Fe. El secretario de Comercio Interior, Juan Marcos Aviano, señaló que el gobierno santafesino está aplicando la Ley de Abastecimiento, que obliga a retrotraer los precios al 6 de marzo pasado. En esa línea, destacó que los municipios y comunas “son el brazo ejecutor” de los controles de precios que “están siendo necesarios en todos los rincones de la provincia”.

¿Qué puede un almacenero?

Las declaraciones del presidente Alberto Fernández destacando el rol de grandes empresas productoras como Arcor, permitió que la perspectiva recaiga de lleno en los posibles abusos de los almaceneros. En muchos casos, fueron comerciantes menores los que incurrieron en la remarcación como forma de precaverse ante un escenario incierto y desbordados por el miedo que se apoderó de la población frente a la incertidumbre del virus. Sin embargo, la cadena que multiplica los eslabones e infla los precios entre el que produce y el que consume, continúa intacta.

Con la pandemia, llegaron las compras de aprovisionamiento y el escenario se nubló. Y el orden de prioridades se corresponde con la situación socioeconómico, que, a su vez, se manifiesta en la composición de las listas de productos. En los barrios, las compras fueron de harinas, fideos, huevos y yerba, mayormente; en el centro y en las zonas de mayor poder adquisitivo, abundó la adquisición de bizcochuelos, Nutella o dulce de leche.

Así se lo describe a el eslabón el titular del Centro Unión de Almaceneros de Rosario, Juan Milito. Desde la entidad que representa realizaron un informe sobre los primeros quince días de la cuarentena en el que revelaban un aumento en el consumo en almacenes y granjas con el objetivo de evitar las colas y estar mucho tiempo en la calle.

Para entonces, el aumento había sido de casi el 70% de las ventas regulares. Actualmente, con el correr de la cuarentena, ese porcentaje se estacionó en torno al 50%. Milito explica, además, que crecieron las ventas con tarjeta de crédito y débito a partir de que la gente prefiere evitar el contacto con el efectivo.

De acuerdo a un informe del Instituto de Estudios de Consumo Masivo, más de un 90% de las personas había hecho las compras en comercios de proximidad y la cuarentena le había implicado un cambio de hábitos respecto al modo de aprovisionarse de mercaderías. La mayor parte de esas adquisiciones estaban relacionadas a artículos de almacén y bebidas, lácteos y productos de higiene y limpieza.

En cuanto a las subas de precios, Milito plantea que las alzas se concentraron en algunos productos como verduras y frutas, y que tuvieron un pico en los primeros días del aislamiento. “Notamos que, en el rubro almacén, bebidas y limpieza, los incrementos no fueron distintos a lo previo a la pandemia. Los comerciantes están atentos a los abusos de los proveedores y cuando reciben un precio más alto de lo normal, rechazan los pedidos”, explica el referente de los almaceneros, y agrega: “Estamos lejos de ser los formadores de precios”.

En las últimas semanas, luego de conocerse el proyecto para trasladar el poder de policía a los municipios para controlar los precios, los almaceneros quedaron en el ojo de la tormenta y fueron objeto de conjetura como los grandes responsables de la especulación con los alimentos.

“No somos los malos de la película”, desliza Milito, y cuenta que desde el sector trabajan estrechamente con la Municipalidad en el programa Precios Justos y son cuidadosos no solo de las cuestiones referidas a la prevención sanitaria, sino también cuidando la relación con los vecinos. “Pasada la pandemia seguirán siendo nuestros clientes y por eso hay una preocupación permanente. Conseguimos la prórroga de 100 productos de Precios Justos”, apunta.

La instalación de la cuarentena supuso, además, la implementación de nuevas formas de comercialización, como los envíos a partir de pedidos telefónicos. Esta metodología comienza a ser estudiada para organizar un sistema que permita abastecer a los adultos mayores y aquellos que integren la población en riesgo.

“La gente prefiere evitar el supermercado y se ha volcado a nuestros negocios, que en su mayoría son atendidos por sus dueños. Eso se respeta, porque saben que estamos poniendo el cuerpo y tomamos todos los recaudos. Sabemos que esto viene para largo y tener una forma de contención social es necesaria, porque la provisión de alimentos es un problema grave para todos”, indica el dirigente de los almaceneros.

En ese sentido, detalla que afianzaron el vínculo con la cooperativa de cadetes de Rosario CoopExpress como un medio de facilitarle una opción a los clientes. “Queremos dar un mensaje claro, por eso no trabajamos por plataformas internacionales”, dice, y explica que eso los vecinos lo reconocen e identifican en eso parte de los motivos por los cuales no cundió en la población esa responsabilización exclusiva de los almaceneros.

“Hay gente que en plena pandemia necesita sobresalir y llamar la atención. Nosotros, desde la institución, hemos dado muestras claras de solidaridad y hemos tratado de que se nos arrimen los microemprendedores para que sus ventas se hagan a través de nuestros negocios. La caza de brujas es parte de algunos sectores políticos que están interesados en figurar”, sentencia Milito, y apunta hacia los bancos, los cuales “le dan la espalda a las pymes que la están pasando muy mal y nadie se ocupa de ellos”.

¿Dónde nace un alimento?

El nuevo tiempo que implicó la cuarentena trajo aparejado una huida de los comercios de grandes superficies. El abandono de los supermercados es uno de los indicadores que más entusiasmo generan de cara a posibles salidas de esta pandemia. Cuándo la estabilidad se reponga y recuperemos nuestras rutinas, ¿seguiremos haciendo lo mismo que hacíamos, comprando donde comprábamos? ¿O este repliegue sobre lo cercano, lo conocido y lo directo, implicará un cambió de comportamiento consumidor, una apuesta nueva por otra forma de comprar?

El referente del Mercado Popular, Celcio Moliné, explica que hubo variaciones de precios, “desde la cebolla, la papa y la zanahoria que aumentaron bastante al principio de la cuarentena, hasta un aumento en la leche en la última semana”, sin embargo, aclara que “los productores en general han sido muy solidarios en el sentido que los productos de elaboración artesanal solo han aumentado en pocos casos y por escaso margen”.

En lo vinculado a la decisión de que sean los municipios quienes lleven adelante los controles y tengan capacidad de aplicar sanciones, Moliné apunta que “por cercanía” el Municipio es el “mejor preparado para llevar adelante esos procedimientos”, pero “el control del Estado nacional debe continuar existiendo, en especial en las grandes superficies de comercialización”. La debacle económica es, a la vez, un territorio de oportunidades para reinventar con políticas públicas las formas vinculación entre los que producen los alimentos y los consumidores.

El aislamiento produjo ciertos cambios en los consumos habituales, porque implicó otra forma de pensar el tiempo y de administrar los recursos. Moline lo grafica: “Los días previos la gente compraba hasta lo que no necesitaba, ahora se mide mucho más la compra y no se busca llenar la alacena”. Y explica que “para muchos salir a hacer la compra de los alimentos se transformó en la única salida, por eso nadie lleva cantidades enormes en las compras”.

Moliné observa positivamente la decisión del gobierno de avanzar en la compra directa a los productores eliminando las intermediaciones que generan efectos distorsivos, aunque considera que el Estado “debe adaptarse más a la realidad de la economía popular” ya que “se les exige a productores populares en algunas ocasiones logística y permisos con los que ni siquiera cuentan pymes y grandes productores. Además, el acompañamiento fiscal y de aprobación de bromatología todavía no está preparado o carece del personal necesario para general canales sencillos para esta importante medida”.

Por otra parte, el referente del Mercado Popular que funciona en La Toma, un espacio donde circula mucha cantidad de gente, detalló que “en una primera instancia cuidamos a productores y los trabajadores reduciendo la jornada de trabajo y cerrando los sábados. A eso le sumamos las entregas a domicilio, algo que habíamos hecho en el pasado y ahora con el aislamiento se volvió prioritario retomar para quienes están más lejos o prefieren no salir a hacer compras”.

La implementación de los envíos les permitió expandirse hacia nuevos clientes y ampliar las posibilidades durante el tiempo de pandemia, pero también aceitar una metodología que sea útil en el futuro. La producción popular no se limita a crear respuestas en la urgencia, sino que, en esas mismas prácticas que se incorporan, se intenta prefigurar el escenario que vendrá pasada la cuarentena. Cuando toda la crisis quede por delante y sea necesaria redoblar esfuerzos y creatividad.

Fuente: El Eslabón

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