El neoliberalismo no es solamente un sistema económico que tiene como objetivo acumular cada vez más riquezas en cada vez menos manos. Es además una visión del mundo. Una de las impulsoras de esta ideología, la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, ofreció hace décadas una definición que hoy, en medio de la pandemia, cobra resonancias ominosas: “La sociedad no existe”.

Para los neoliberales no existe la sociedad concebida como entramado de lazos sociales, solidarios y colaborativos, entre las distintas personas, el Estado y las organizaciones de la sociedad civil. Por el contrario, está formada por individuos en medio de un sálvese quien pueda y cómo pueda. La ley de la selva. La ley del más fuerte, tan utilizada ante la crisis sanitaria por los gobiernos de derecha que rechazan la cuarentena en favor de los negocios: “Que se mueran los que se tengan que morir, los negocios están primero”, sería una frase que resume esta ideología y que, cada uno con sus propias palabras, pero con idéntica brutalidad y desparpajo, utilizaron el presidente de EEUU, Donald Trump; el de Brasil, Jair Bolsonaro; y el primer ministro inglés, Boris Johnson.

EEUU ofrece por estos días imágenes propias de las distopias posnucleares o posapocalípticas  propias de su tan influyente producción cultural: fosas comunes, hambrientos haciendo colas de decenas de cuadras para recibir una ración de comida, personas que mueren en las calles, a las puertas de hospitales y sanatorios desbordados, y gente armada con fusiles, como en la guerra contra los zombies.

Las grietas, las enormes divisiones de la sociedad estadunidense, que siempre existieron, emergen ahora con más fuerza, más profundas que el Cañón del Colorado.

No sólo no hay acuerdo entre los dirigentes de “la primera democracia del mundo”. Hay caos y confusión, y esto se traduce en indicaciones contradictorias sobre el virus y las medidas de prevención. La población está aturdida y confundida, lo que produjo decenas de miles de muertos. Se desató una pelea feroz entre Trump, por un lado, enemigo de la pandemia, y la mayoría de los gobernadores, que sostienen la necesidad del aislamiento obligatorio.

Trump está en campaña para ser reelegido en las elecciones de noviembre. Y no le importa cuántos queden en el camino.

Sus partidarios salen a manifestar por todo el país, muchos de ellos armados con fusiles y amenazando a las autoridades políticas (se concentran frente a los Parlamentos estatales), para que se levanten las restricciones.

La primera reacción de una buena parte del pueblo de EEUU fue salir a comprar fusiles. Hasta agotar el stock. En abril se vendieron el doble de armas que en marzo. En un país donde hay un arma de fuego por cada habitante.

Cuando los manifestantes contra la cuarentena son entrevistados por distintos canales de televisión, ofrecen discursos que tienen muchos elementos en común, y un mismo eje conceptual: el individualismo, el sálvese quien pueda. “Cada uno es responsable de su salud, si alguien se enferma que se haga cargo de su enfermedad y de curarse”, dijeron varios de los entrevistados. Lo que falta allí, y brilla por su ausencia, es el otro, el hecho de que se trata de una enfermedad muy contagiosa que pone en riesgo no solo la salud individual, sino la de la comunidad, la otra gran noción faltante.

Trump baja en las encuestas

La aparente “bonanza económica” y los siempre engañosos números de la macroeconomía estaban dando a Trump la posibilidad de ganar la reelección. Pero la pandemia lo cambió todo. La recesión se profundiza cada día. Por la pandemia, hay más de 22 millones de nuevos desocupados. Y ya antes de la crisis, EEUU tenía 40 millones de pobres..

El presidente se saca de encima toda responsabilidad en la crisis y busca chivos expiatorios. Le echó la culpa a la Organización Mundial de la Salud (OMS), a quien también le retiró la financiación. Acusó a China de la propagación del virus y de “ocultar información” y amenazó a ese país de “serias consecuencias” si se demostraba que el virus salió por error de un laboratorio y no de un mercado de Wuhan.

Incluso tribunales de distintos estados ya iniciaron acciones legales contra el país asiático.

Cuando sobrevino la pandemia, la guerra entre EEUU y China, que se desarrolla, en forma más evidente, en el plano económico, comercial y tecnológico, ya había comenzado hace rato.

“Trump no sólo se encerró fronteras adentro. Culpó de la situación a la OMS, a China, a los inmigrantes, a los gobernadores de su país, al tándem Biden-Obama, a Bill Gates, y un larguísimo etcétera. Confiscó respiradores de países ajenos, pillaje mediante (…). El pataleo contra otros parece ser también la búsqueda de reorientar la discusión pública y que no se centre en los miles de muertos diarios en EEUU. Fue el Jefe de Estado de la todavía principal potencia mundial el que dijo, meses atrás, que el virus se iría con el calor de abril. Abril llegó, se instaló, pero el virus no solo se quedó: se expandió como en ningún otro lugar del planeta. Las imágenes de las fosas comunes en Hart Island, New York, significan un cambio respecto al 11 de septiembre de 2001: la potencia declinante muestra sus víctimas, se exhibe vulnerable por primera vez”, señala Juan Manuel Karg en la nota titulada “China y Estados Unidos: coronavirus y geopolítica”, publicada en Página 12 el 23 de abril.

El politólogo y analista internacional señala asimismo la reacción de China ante el nuevo ataque de EEUU: “Juzgado inicialmente por la propagación del virus y el hermetismo informativo, Beijing pasó velozmente a la fase de soft power. Según informó Zhao Lijian, vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Popular China, el gobierno de Xi Jinping envió insumos a 127 países. De acuerdo a la aduana de ese país, entre marzo y abril China exportó: casi 4 mil millones de barbijos/mascarillas, más de 35 millones de equipos de protección, 2 millones y medio de termómetros, 3 millones de kits de testeo, y 8 millones y medio de gafas protectoras. Además, la cancillería china confirmó la movilización de 13 equipos médicos a 11 naciones y la realización de 70 videoconferencias con expertos de más de 150 países hasta el 10 de abril pasado”, agrega Karg.

Pero nada de esto parece ser suficiente para frenar la caída de Trump en las encuestas. Según Gallup, 54 por ciento de ciudadanos desaprueban su gestión.

Según informó el sitio de noticias France 24, hasta hace una semana, la aprobación de la gestión del presidente Donald Trump iba en alza.

Los sondeos más recientes marcan que la desaprobación crece y que mejora la imagen de su rival demócrata para las presidenciales de noviembre, Joe Biden.

Una encuesta publicada por CNN, un medio de comunicación que es objeto constante de los ataques del mandatario, Trump pierde por 11 puntos de diferencia y en promedio está 5.8 por ciento por debajo de su rival.

Fuente: El Eslabón

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