Felipe es un niño “feliz. Que crece, que aprende, que va jugando con su hermana”, dice su mamá, Natalia. Felipe, Feli, como lo llama ella, tiene cinco años y desde los dos es usuario de cannabis. Este año se preparó como todos los niños para arrancar la escuela pero no pudo debido a la cuarentena. Además, practica natación. Juega en su casa y “anda para todos lados”. Hace “la misma rutina que todos con la diferencia y la particularidad de que el toma aceite de cannabis y que ha tenido problemas de salud que los han llevado a estar muy mal y que hoy está muy bien”, comenta Natalia.

Feli nació con un síndrome epiléptico denominado síndrome de doose y además tiene hipoacusia. Fue diagnosticado en 2016. Su mamá explica que sus convulsiones son de tipo refractaria, es decir, que no responden a los consejos médicos. Es así que para la familia encontrar un tratamiento que da resultado a una enfermedad crónica como la de Felipe es “un alivio tremendo”. Dice Nati que recuperó su alegría y que ellos también aprendieron a disfrutar de verlo bien. Felipe pasó de ser un bebé que no los registraba a ser un niño que “nos mira, que responde”, explica su mamá.

La primera dosis que Felipe recibió fue del aceite de cannabis comercial conocido como Charlotte. Este tipo de cepa solo contiene CBD y deja de lado otras propiedades de la planta como el THC, con sus correspondientes psicoactivos. “Probamos con ese primero porque nos daba más seguridad pensar que era un aceite elaborado en un laboratorio y que venía de Estados Unidos. Pensábamos que iba a ser genial”, recuerda Natalia. Sin embargo, “el Charlotte” no dio los resultados esperados. “Había bajado la cantidad y la intensidad de las crisis pero notamos que era solo eso”, afirma la mamá.

“Cuando probamos el casero el cambio más evidente fue que empezó a descansar mejor, empezó a generar un vínculo con nosotros, con su hermana y con el entorno. Empezaron a haber días sin crisis, después semanas y después solo crisis aisladas”, comenta Natalia. Hasta el momento, Felipe lleva un año sin tener convulsiones. Para muchas familias, conocer el aceite de cannabis les ha renovado las esperanzas e impulsado a pensar que el progreso de sus hijos no tiene límites precisos. “El cambio no es mágico, fue progresivo. Por momentos más rápidos, por momentos más lentos, pero siempre fue avanzando”, valora Nati.

Para quienes forman parte de organizaciones cannábicas, los avances en materia de difusión de información referida al cannabis medicinal fue aumentando en los últimos años. El conocimiento sobre las propiedades de la planta creció con el boom de charlas y talleres dictadas por médicos respecto a los beneficios y el consumo responsable del medicamento natural. También ayudó a destruir prejuicios. “Ver un nene que antes no coordinaba, no tenía buena motricidad, no conectaba con el entorno, no hacia contacto con las personas que en cuatro, cinco meses o un año de consumir aceite cambia, te mira, se ríe, juega y maneja bien su cuerpo, ahí no se puede negar la mejoría. Es ahí donde el cuestionamiento baja”, analiza Natalia.

Nati reconoce que ella también llegó a la medicina natural cargada de temores y prejuicios que fue disipando en el camino. Entre sus miedos se encontraba la posibilidad de “hacer daño en lugar de hacerle bien”. Entre los estigmas, la mamá cuenta que vinculaba la marihuana con el porro, la droga y la marginalidad. “Esa visión tenía yo, bastante limitada”, reconoce y agrega que se encontró con las virtudes de la planta debido a que la salud de su hijo requería dar con respuestas que hagan efecto sobre su calidad de vida.

Ante la falta de una legislación que posibilite el autocultivo, Natalia comenta que “toda la actividad no deja de ser algo marginal: no podes transportar una planta, tenés que tener cuidado si te para la policia, no esta bueno que te vean los vecinos porque no sabes quien es tu vecino y no sabes si te puede denunciar o si te puede robar la planta. Es una situación incómoda para todos”. Y suma: “Hay cantidad de familias que cultivan para un familiar y que son allanadas o que le roban las plantas. No podes hacer nada. No podes ir a denunciar que te robaron la planta para hacerle aceite a tu hijo y perdiste el trabajo de seis meses o siete de cuidados para que llegue a punto”.

“Desde que empezamos a cultivar el aceite no dependemos más de nadie, solo de nosotros y de la planta”, dice Natalia y admite que “las plantas de Feli” se cuidan al igual que todas las otras del jardín. La define como una hierba que “no tiene muchos secretos, una planta muy generosa y fuerte” y afirma que para la familia el proceso de producción del aceite es una actividad más de la rutina.

Para generar el aceite, Natalia hace una cosecha anual de la cual guarda y acopia para tener por un tiempo. El proceso lo hace en su casa: siembran su planta, extraen sus flores, las  vaporizan y preparan el aceite con todas las medidas de sanidad requeridas. Después, envían el extracto a la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la Universidad Nacional de Rosario, para que sea analizado y se muestren los valores del mismo. Eso le permite “replicar siempre el mismo tipo de aceite que le da resultado a mi hijo”, cuenta Natalia y reconoce que, al ser un método natural, nada asegura que una planta sea igual a otra.

“A mí me enseñó Daniela que generosamente vino a mi casa”. Daniela es miembro de la Asociación Rosarina de Estudios Culturales (Arec). Natalia admite que gran parte de los datos sobre el cannabis medicinal los obtuvo asistiendo a charlas de organizaciones cannábicas como Arec, Aupac o Mamá Cultiva. Con el apoyo de estos grupos y el asesoramiento jurídico de Ciudad Futura, ocho mujeres rosarinas -entre ellas, Natalia- lograron recibir aceite de cannabis de distintas cepas por parte del Estado o cultivarlas ellas mismas sin ser perseguidas judicialmente. Así se conformó el colectivo de mamás cannábicas o Madres que se Plantan, encargándose de visibilizar una suceso que viene pasando hace años: que sus hijos se curan consumiendo marihuana.  En palabras de Natalia, fue un aviso al Estado: “Mirá cultivamos, mirá hacemos aceite. Nos ayudamos entre nosotros y tenemos familiares que utilizan esto para sanarse, para curarse, para estar mejor”.

Además, el cannabis hizo que se tejieran entre las madres lazos de amor y compañerismo. “Eso es todo lo lindo que nos trajo el tema del aceite”, comenta Nati. Y añade: “Darnos cuenta la solidaridad que hay entre las familias, entre los cultivadores, entre muchas organizaciones que generosamente prestan su tiempo y su conocimiento para asesorar, para ayudar y para apoyar a gente que la está pasando mal”.

“Cuando por ahí alguien le pasa a una familia mi teléfono porque tienen alguien que la está pasando mal y quieren saber de qué se trata el tema del aceite, una lo mínimo que puede hacer es explicarle un poquito el recorrido y darle las herramientas que son: tené tus semillas, tené tu planta. Es la única manera que tenés de poder continuar un tratamiento. La única manera de saber que está bien hecho es aprender a hacerlo vos”, cuenta orgullosa.

 

Fuente: El Eslabón

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