Esa mujer, surgida de la nada, es joven, o por lo menos más joven que él, y está cubierta por un pareo atado por debajo de los brazos, que le cubre el cuerpo de manera vaporosa, ondulándose cuando lo mecen las brisas que por momentos soplan.

La mujer está muy bronceada, como se dice, y tiene una cabellera larga y clara que también se ondula. Así, su figura se ve grácil, o airosa, en todos los sentidos del término. Camina despacio, pero con seguridad, como si estuviese reconociendo el lugar, aunque tal vez lo esté descubriendo. Al verlo, se acerca, sin variar el ritmo de sus pisadas sobre la arena, y cuando llega a su lado, tomándose el pelo con la mano izquierda paro echarlo detrás, lo saluda, afable.

Buenos días, le dice.

Buenas, responde él.

La mujer se ha detenido, y ahora lo mira, sin curiosidad, como se mira a un conocido al que hace tiempo no se veía. Recorre el campamento con su vista, mirando la parrilla, el asado, hasta que por último se fija en él, que permanece sentado con el vaso de vino en la mano.

¿De camping?…, pregunta entonces.

Él le devuelve la mirada, sonriendo, y al cabo de unos segundos le dice:

No exactamente. En todo caso, pasando el día.

¡Qué bueno!…exclama ella. ¿Y cómo se lo pasa?… ¿En movimiento o en quietud?…

La pregunta, tan aguda como desconcertante, hace que se detenga a pensar, o reflexionar, no sólo sobre lo que le acaban de preguntar, sino sobre el sentido mismo de esa aparición sorpresiva. Sin embargo, no han transcurrido más que unos segundos cuando responde:

Para ser sincero, inmóvil.

Entiendo, dice la mujer, y después: Pasar el día es pasar el tiempo, y para eso no hace falta moverse.

Cierto, dice él a su vez. Basta con quedarse quieto, tranquilo, cuidando que el asado se vaya cociendo bien, y tomando un trago de vino cada tanto.

 

Ilustración: Facundo Vitiello

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