Cristina es vendedora ambulante: hace tortas y rosquitas para llevar una moneda a su casa y otra a sus dos hijos, detenidos en distintas unidades de la provincia. A veces, dice, algunas de las cosas que les lleva, llegan por la mitad. “Y una no puede reclamar porque siempre terminan ganando ellos”, se la escucha por el otro lado del teléfono. “La vida del preso es muy triste. A veces es toda una vida en la pobreza”.

“Siento mucho alivio de poder estar afuera y disfrutar de la vida, que es lo más hermoso”, asegura Franco. Después de 7 años, 11 meses y 23 días, está en la calle hace cerca de seis meses. Pareciera un chiste: de una cárcel a una cuarentena. Pero al contrario de lo que aseguran las cuentas de Instagram, el aislamiento social y obligatorio no es similar a estar preso. Franco lo sabe. “Lo de la pandemia lo tomo con mucha calma porque hoy lo vivo con muchas herramientas que adentro no tenés. Por ejemplo, acá tengo lo justo y necesario por si llega a pasar algo”.

Mientras habla con El Eslabón, Mónica tiene en el horno un pedazo de carne. Es lo que le va a alcanzar a su hijo. Todos los jueves hace la cola para dejarle comida y productos de higiene en la unidad en la que está detenido y se mezcla con otras madres, hijas o esposas que llevan lo que pueden: algunas un paquetito, otras, como ella, cargan “bolsas, bolsas y bolsas”. “Él es un chico muy solidario, muy humano y comprende la situación de otras personas y ayuda y comparte con lo que puede. Yo siento mucha satisfacción”.

“En la unidad pareciera que no existen los médicos, no los llaman. Es algo que siempre planteamos. La comida es un asco, ni los animales comen eso”, dice Cristian, que lleva varios años preso. Dice que de vez en cuando reciben fruta y que la bolsa de pan llega abierta. “Esto cambió para peor”, cuenta. Así viven la pandemia los presos de la Provincia, una parte de los tantos que elevaron su reclamo en las últimas semanas, como si, de repente, las cárceles, ese punto negado de la sociedad, cobraran una visibilidad intimidante para todos.

 

El show macabro

Las imágenes de los presos de Devoto subidos a los techos recorrieron la televisión, los diarios, los portales y las redes sociales. El debate se inundó de noticias basura, fobias y aprovechamientos. La pesadilla de los presos libres y los pagadores de impuestos encerrados le sirvió a la oposición para el choque frontal contra el gobierno.

La posibilidad de que los jueces decidan si dictan o no la prisión domiciliaria se transformó en un intento de liberación masiva para el escándalo mediático y caló en el miedo y la indignación hasta tocar un problema que va más allá de un sector de elite céntrica que cacerolea en los balcones contra asesinos, ladrones y comunistas. Una fracción de la dirigencia, los grandes medios y ese porcentaje de la población que en parte integró el 40% de octubre pasado y se mantiene convencida y decidida, apuesta a radicalizar el temor, la incertidumbre, el cansancio y el peso de la cuarentena.

El reclamo de los presos no pasa de ser un hecho macabro, como las muertes en Las Flores y Coronda a principios de la cuarentena, las huelgas de hambre, las denuncias por las condiciones de higiene y la falta de atención médica, las peleas que se incentivan o se dejan pasar. Las vidas de esas personas para quienes la cárcel es un lugar cotidiano, porque están encerrados, o tienen un familiar dentro, o pasaron por ella y saben de qué se trata, o trabajan en relación con ella, pasan desapercibidas en la discusión pública, como si no importaran en medio de un debate que se exagera por una pandemia que frenó el mundo.

 

Fideos con jabón

Cristina tiene a dos de sus hijos presos en distintas unidades de la Provincia. “Como mamá es difícil no tener trabajo”, cuenta. “Mis hijos están presos por un error, y lo están pagando. Muchos llegan a la delincuencia por la situación en la que son criados en medio de la droga, el alcohol, los maltratos”.
Ella habla rápido, como si hubiera pensado mucho en lo que dice, sabiéndolo a la perfección por haberlo vivido repetidas veces. Dos de sus hijos están presos. “Hasta que se resuelva la causa, (uno de ellos) tiene que padecer el frío, el maltrato, las peleas. De algunas cosas nos enteramos y de otras no”, señala. Y detalla que ella tiene que hacer la cola desde temprano para ir a visitarlo y dejarle un paquete, y que “te maltratan, te revisan todo, te contestan mal”.

“En las comisarías es peor la humillación, en las cárceles no tanto. Ahí es distinta la requisa. Pero a veces te mezclan el jabón con los fideos. Ellos ahí adentro están lejos de sus familiares. No tienen atención de los médicos o lo llevan a última hora. Y si le pasa algo te salen con que le agarró un paro o se mató”.

Para ella, los medios de comunicación no cuentan la realidad de cómo viven los internos de las unidades penitenciarias porque “nadie lo sabe y a nadie le importa”. “Solo ellos saben que están defendiendo su vida ahí adentro”, afirma Cristina, y que en la “televisión pintan otra cosa que nada que ver para que surjan las polémicas”.
“Yo agradezco a Dios de que haya gente que pueda sobrevivir, tener trabajo, estar en una empresa y hacer compras online, como se está haciendo ahora con la pandemia, pero nosotros, los pobres, somos los que sufrimos la decadencia. Uno lucha día a día para cuidarse, pero para el que consigue su sustento diariamente saliendo a vender, está difícil. Si te ve la policía, te para y te echa, porque primero está la salud. Lo entendemos, pero si no tenemos cómo sobrevivir, ¿cómo se hace?”, relata.

Ella trabajó toda su vida para poder mantener a su familia, ahora indica que va a “buscar comida y ayudas porque se vive al día y así no se puede”. “Mi hijo no tiene ni calzado. Yo no justifico ni victimizo a nadie. Los que están presos ya están pagando su error, pero la sociedad por el solo hecho de tener antecedentes te cierra todas las puertas. Ellos necesitan un trabajo y la confianza de la gente”, dice, y agrega que lo que ella quisiera es “poder saber cómo están, si están enfermos, si tienen ropa de abrigo. No nos dejan pasar ropa por la huelga (que terminó a principios de esta semana). Lo poquito que podíamos mandar, no lo dejan pasar o lo rompen todo”.

 

Estar afuera y quedarse adentro

“Antes uno hacía las cosas mal y pensaba que estaba bien, pero de mi parte aprendí y he madurado”, cuenta Franco, que ahora pasa la pandemia en su barrio.

“Hay muchos chicos perdidos en la droga y mucho no les importa lo que se vive a nivel mundial. Ellos saben que este virus puede hacer daño a todos, pero el poder que tiene la droga por su adicción lo puede más”, explica, y dice que él coincide con hacer una huelga de hambre o un paro de talleres para reclamar. “Hay muchos chicos que estaban saliendo con beneficios y me parece injusto para ellos. Si vienen cumpliendo como se debe, creo que ellos se merecen el arresto domiciliario. No les podés retener su beneficio porque ellos se lo ganaron”.

Al referirse a la situación que hubiera pasado si la pandemia le tocaba adentro, Franco dice que “a esa gente que tiene una enfermedad o un problema no se le brinda lo necesario para que no le agarre este virus. Hay gente mayor que están con muchísimos años encima, que no se los puede largar porque sí, pero al menos que le brinden protección de salud. Son muy discriminados, el Servicio dice que no puede tener contacto, pero ellos van y vienen. He estado detenido muchos años y muchas veces nos pasaron la comida con gusanos”.

Sobre las imágenes de Devoto, Franco señala que “no puede hablar una persona con un machete arriba de un penal, pero ahí adentro se violan todos los derechos. Para algo está el diálogo, poder hablar y no hacer desastre, porque es matarse entre ellos”. Señala que en las cárceles no hay insumos médicos suficientes para atender una urgencia. “Ni siquiera tenían cargado el electro para reanimar a una persona. Y el médico de turno a veces no lo sabía ni usar. El Servicio no está preparado para batallar esta pandemia. No tienen recursos, te encierran y listo. Ellos te dicen morite, y ahí es donde explota”.

Lo piensa un poco más, y completa: “Que quede claro que con esto no justifico al preso. La condena se paga sí o sí. No podés largar a un asesino serial o a un violador. Pero si cumple su derecho, todos los internos merecen el beneficio. Nada más”.

 

Se hace dificil siendo preso
“A estas cosas nosotros las planteamos, pero a veces parece que se defiende más a la policía que los derechos del preso. Esto causa mucho daño. La familia trae un paquete haciendo un sacrificio, y acá te sacan las cosas. Y si se reclama, hay amenazas de que te cortan las visitas o te trasladan”, la voz de Cristian parece filtrarse en un murmullo repetido que habla encima de los presos, como si haber recibido una condena los invalidara para contar su versión y exigir que se cumplan sus derechos.

Cristian explica que no quieren nada más de lo que merecen, lo que les corresponde según lo dicta la ley. Lo dice cuando se le pregunta por los acontecimientos que ganaron el centro del debate público y llenaron de escándalo los medios y redes sociales.

Ellos lo siguen por televisión, se enteran de lo que pasa y también decidieron organizarse para hacer notar su situación y pedir mejores condiciones higiénicas, que se atienda la situación de aquellos que están en condiciones de recibir una domiciliaria y que se le ponga fin a una serie de prácticas que duplican las penas del encierro: “La forma que tenemos de llamar la atención para que nos escuchen es hacer una huelga de hambre, pero nosotros estamos reclamando algo que es justo y que ya lo hemos planteado”.

“No hay motivo para la injusticia. Nunca vimos el jabón blanco, los barbijos, el alcohol en gel. Nos tienen re discriminados acá”, resume.

 

Pasará dando saludos y monedas

Mónica lo piensa dos veces antes de hablar con este medio. Sabe, sin embargo, que su opinión vale. “Cuando mi hijo me dijo que iban a comenzar con una huelga no estuve de acuerdo. Yo sé que la situación en las cárceles no es la mejor, por la cantidad de personas detenidas y el hacinamiento que hay. Pero mi hijo siempre estuvo bien. Yo no me puedo quejar de la situación, pero sé que no todos están en las mismas condiciones en las cárceles”.

También reconoce que “la comida no es la mejor”. Y dice: “Yo no sé cuánto de ese presupuesto que tienen las unidades penitenciarias es para la comida de los detenidos. Los familiares tenemos que hacer cola y cola y hay muchas cosas que no te permiten llevar. Una va aprendiendo a medida que pasa el tiempo. No todas las familias estamos en condiciones de llevar lo mejor porque a veces no tenemos ni para lo de casa, ¿me entendés? Pero bueno, una se va arreglando y va llevando dentro de las posibilidades”.

Durante los días que duró la huelga en la unidad, la mujer supo que su hijo podía compartir lo que tenía, pero que no era suficiente. “El último día que yo fui a entregar mercadería le llevé un montón de cosas, y yo sabía que no le iban a alcanzar para todo el tiempo que pasó y para compartir con el resto que no hayan podido recibir paquetes. A medida que nos comunicamos yo le preguntaba si tenía insumos, y él siempre para darme la tranquilidad me decía no te preocupes, no te preocupes que tenemos. Pero cuando se supo que esta medida se levantaba, le pregunté y le hacía falta de todo. Ellos no transmitían sus preocupaciones a las familias pero una sabe”.

Antes de la cuarentena, el hijo de Mónica tenía permiso para salir 2 horas. “Eso ahora se cortó. Pero bueno, es entendible. Es para todos, no solamente ellos. Para mí es medio angustiante porque no se sabe hasta cuándo no lo voy a poder ver, pero yo tengo la plena seguridad y convicción de que él está muy bien, él está firme en Dios y estudia, entonces eso es lo que lo mantiene activo. Y lo charlamos siempre, de que el estudio es la base de que los días pasen volando. Y eso es algo muy beneficioso para él, es lo que le hace sentir a él otra vida por más que esté encerrado”.

“Lo que me gustaría a mí es que la gente sepa que tendrían que estar en mejores condiciones de comida y de limpieza. Yo entiendo que esa unidad penitenciaria tiene arriba de los cien años y no está a lo mejor en condiciones habitables. Pero dentro de todo el sistema que yo veo, la Unidad 3 es un lugar del que no nos podemos quejar demasiado. Y a lo mejor tendría que decir que necesita otro tipo de alojamiento… pero no, ¿sabés por qué? Porque ellos están cumpliendo una condena y no puedo pretender de que lo pongan en un hotel 5 estrellas. Yo sé que el descontento de la gente estaba en que no querían que ellos salieran, pero no es que iban a largar a las personas que detenían hoy y le dieron una condena de 20 años, iban a darle la libertad domiciliaria a las personas que ya estaban cumpliendo con salidas transitorias, las salidas laborales y las de pocas horas. Pero hubo mucho periodismo que enfrentaba a la gente diciéndole que era mejor que se pudrieran ahí adentro. La persona que ya está en condiciones de poder vivir afuera en algún momento lo va a hacer”, concluye.

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