Algunos ejes merecen ser pasados en limpio. El reinado del dólar está finalizando. La distorsión entre el respaldo tangible de esa moneda y el valor impuesto por el estado norteamericano desde hace 40 años al menos, choca con las necesidades de una gran parte del planeta. Aunque el decurso no será inmediato, el proceso en el cual estamos inmersos permitirá que se afirmen las naciones y las asociaciones de naciones que cuenten con recursos naturales, capacidad productiva, estados sólidos.

El tramo inmediato será muy duro, pues debido a la paralización impuesta por la emergencia sanitaria, los PBI descenderán abruptamente y los espacios rentísticos que controlaron la economía hasta hoy tienen las herramientas para disputar el reparto de esa riqueza reducida. En la misma dirección, la decadencia del dólar no implicará un relevo inmediato de rasgos claros y consensuados mundialmente. Se generará una pugna entre varias opciones: oro, yuan digital, canasta de monedas e inclusive el euro buscará un lugar.

Desde 2008 hasta el presente (es previo, pero fijemos una fecha reconocible), cada vez que las grandes entidades financieras sufren desajustes originados en su divorcio con la producción genuina, el Banco Central norteamericano canaliza los recursos y emite para salvaguardarlas. Lo hace porque después de mucho horadar, esas mismas corporaciones manejan Reserva Federal. El esquema es –si cabe– infantil, pero efectivo. Pese a lo evidente de la situación, ha mostrado capacidad de perdurar por encima de toda lógica matemática sencilla. Hasta que se frenó el intento invasivo sobre Siria, los países que intentaron salir del patrón dólar, fueron destruidos.

Todo este período que atravesamos evidenciará confusión y algunas empresas concentradas se adecuarán a los nuevos tiempos. Pero con el correr de los años el panorama tenderá a transparentarse y esos estados sólidos no permitirán que vuelva a ocurrir lo registrado en las décadas recientes: que el interés financiero los corroa y saquee desde fuera y desde adentro. Lo evitarán por autodefensa y por enlazar con la economía real, no siempre por convicción. Eso es saludable: evidenciará el peso de lo material, por un lado, y permitirá diseños más lúcidos de quienes sí posean proyectos de largo plazo.

Es decisivo entender que necesitarán mercados internos con volumen, lo cual llevará a la existencia de una masa asalariada numerosa, en tanto potenciará las dimensiones continentales y asociativas. Cuando nos referimos a las naciones con elaboraciones lúcidas queremos indicar que el debate sobre nuevas tecnologías estará ordenado por esas variables y empezará a tallar su aprovechamiento en sentido ecológico (cuando se caigan a pedazos las paredes de esta gran ciudad) con vistas a los próximos 300 años y no para dejar en la calle a los seres humanos. Las personas compran yerba para tomar unos mates luego de la jornada de labor; no los robots.

Una vez que la realidad se apodere del planeta y las brumas de la representación sobrevalorada del valor se disipen, el barajar y dar de nuevo puede mostrar un mundo más equilibrado. Pero, para participar del mismo esas naciones y asociaciones de naciones deberán contar con los tres factores citados, más una política de Defensa con trazos disuasorios lo bastante eficaz como alzar la voz. Al menos en sus propias zonas de influencia. Es probable que los grandes protagonistas del futuro sean Eurasia y América Latina. Sin embargo, mientras el primero afirma su coalición, el segundo sigue aferrado a modelos antiquísimos, reposicionados fuera de tiempo.

El tema Eurasia es sensible y comprendemos las prevenciones disparadas por estas horas. De hecho, Rusia tiende lazos hacia países europeos que necesitan desgajarse y China hacia África, donde puede establecerse un protectorado moderno. Eso no sería tan grave como suena si América latina retoma rápidamente el camino Mercosur – Unasur y se despoja de las burdas pretensiones librecambistas de Brasil, Bolivia, Uruguay, entre otros; esos gobiernos retraen la región hacia unos 90 tardíos en los que no cree ni siquiera el Fondo Monetario Internacional.

En este marco, el futuro de los Estados Unidos es el interrogante más grande del presente. Seguramente el Reino Unido acercará un puñado de ideas.

• Director La Señal Medios

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