Hay flechas que, en tantas ocasiones, viajan a extrema velocidad e impactan sobre personas que andan por la vida cansinas y descentradas. En vez de matarlas, alumbran sus rencores y ayudan el surgir de rayos adormilados en su interior.

Esas personas cansinas y descentradas se presentan al resto de los transeúntes por la negativa: se diferencian de vagos, atorrantes, peronistas, villeros, sobre los cuales suelen incluir la noción de brutos. Lo que queda en silencio es el autoelogio, esa referencia por contraste que les permite sugerir no como yo, no como uno, no como nosotros.

Ocupan un espacio visible en la sociedad, lo que no es lo mismo que primordial, y sin mayores logros se identifican con los mensajes que hablan de méritos, trabajos, creaciones, audacias. Como pese a todo tienen una idea vaporosa pero idea al fin acerca de sí mismos, la incomodidad los corroe y genera esas llamaradas que a veces estallan, liberadas por aquellas flechas.

El reciente ataque sobre Ramón Carrillo habla más de sus ejecutores que del imputado. Y sobre todo, de los periodistas que se sumaron de costado a la pulla. Lo hemos refractado narrando la historia viva del médico, pero nos falta una vuelta. Así logramos que la punta del arma gire y permita ver el turbión, los sentimientos que originan los rayos de rencor.

Carrillo, como Maradona y como cada uno de los humildes talentosos en los más disímiles oficios y profesiones, evidencian la mediocridad de aquellos andarines que declaman virtudes sin plasmarlas una vez. Ese es el impacto y por eso, semejante reacción: la furia de quienes los condenan desde siempre no es otra cosa que una borrosa argamasa de envidia que sacude su interior y desvanece la charlatanería. Ni siquiera les impulsa a la creación crítica; sólo provee caldo de cultivo para la expresión soez, el insulto vulgar, la difamación, la acusación vacía.

La mediocridad de quien, carente de talento alguno, sostiene que los talentosos deben ser priorizados por sobre los mediocres, es una mochila tremenda para ser llevada toda una vida. El peso de la misma inclina al portador y contribuye a la gestación de esa bronca que estalla en rayos a diestra y siniestra. Como no se sienten parte de un pueblo, lo que les permitiría disfrutar en tanto realizadores de logros colectivos, como se perciben individuos que no deben nada a nadie y se han construido con sus propios medios… al observar hacia dentro los resultados obtenidos, necesitan la eliminación del mal ejemplo. El mal ejemplo anida en los grandes creadores surgidos de ese pueblo al que no pertenecen.

Viene bien lo acaecido con Carrillo. Es un doctor, con todas las letras; es decir se adentra en regiones que los medianos imaginaron cercanas, trascienden el balón y la camiseta –que para nosotros tienen valor equivalente- y se insertan en libros, fórmulas, investigaciones y saberes admitidos. Puede observarse la misma acción reactiva en cualquier espacio: en el periodismo, ni hablar. Como no logran articular algo que los diferencie, que los posicione, que los realce, y como las realizaciones de calidad no los inspiran, el veneno circula pesado por sus arterias y va relevando a la sangre hasta configurar la totalidad de su anatomía.

Los difamadores que conocen quién fue Carrillo entienden el porqué de su propio rencor. Pero quienes se han sumado a esa idiotez sin enterarse de su obra, lo sospechan. Intuyen que ahí hay que golpear. No necesitan documentación reservada del Centro Simon Wiesenthal que jamás leerán para abordar el linchamiento pues comparten la marca indeleble de la impotencia y la mezquindad con los primeros. Las flechas veloces, brutales, densas de talento, forjadas en las herrerías afectivas de los barrios populares, los golpean con precisión y les provocan un dolor inenarrable, porque abren ventanas hacia dentro.

Ellos no son los talentosos ni los laboriosos. Sólo sugieren que lo son. Y ni siquiera se trata del “igualá y largamos” que proponemos para toda la sociedad. No, esos mediocres bien alimentados se encuentran hociqueando en la primera vuelta frente a pingos cuyas gateras estaban ubicadas mucho, muchísimo más atrás.

Vale entonces una brizna de piedad. Porque eso sí que debe doler.

*Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica / Sindical Federal

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