Yo no sé, no. Cerca del 25 de mayo, cuando éramos muy pibitos, si empezaba la búsqueda de la olla más grande era porque se venía el locro. A veces, un par de días antes íbamos a lo de la tía, para pedirle una. Cuando estábamos en el barrio de la zona sur, Manuel tenía una re negra de fierro envidiable, en la que le cocinaba al abuelo a leña. Lo que nunca hizo fue locro, pero le salían unos pucheros que se le parecían bastante.

Cuando a la canchita vino a jugar un morocho robusto que le pegaba fuerte a la redonda, no dudamos en incorporarlo al equipo. El loco fumaba HF, un cigarrillo que en el filtro tenía carbonilla, y se jactaba diciendo: “El carbón me da fuerza y me mantiene el color”.

En un partido le dijimos al 4: “Cuando te vayas arriba miralo al 9 pero gritale, que él va a venir corriendo y le va a pegar el chutazo”. Y bueno, en una jugada le gritó “¡Olla!” y la tiró para atrás pero no apareció nadie, porque en realidad tenía que gritar “Cacerola”, que así se apodaba el morocho.

Para los partidos siguientes, ya todos estaban avivados que el cuatro si gritaba “olla” era para el Cacerola. En un partido picante, Pedro nos dijo que cuando se la tiremos en los últimos minutos gritemos “HF”. Y dio resultado: el Cacerola agarró una pelota que parecía que no tenía destinatario e hizo un golazo.

A los años, en un encuentro a la canasta con los del colegio, a Pedro le daba vergüenza caer con un recipiente de plástico, aparecía la palabra taper. Ya por esos tiempos, el sanguche de milanesa de algunos trabajadores dejaba la bolsita y viajaba en recipiente de plástico, o cuando apretaba el frío aparecía en algunos portapaquetes de las bici la ollita con alguna sopa espesa, para el mediodía.

La primera olla popular, Pedro la vio un domingo de mucho frío por la mañana, al lado de la cancha grande de barrio Acindar, y contenía mate cocido, que por el frío que hacía era la olla salvadora.

Cuando estábamos en algún barrio dando apoyo escolar, y nos agarraba el mediodía, muchas veces aparecía una vecina o vecino con una ollita o un taper con comida casera y calentita.

Con el tiempo apareció un reclamo entre parientes y/o vecinos: que devuelvan la olla grande, la ollita o el taper y las tapas correspondientes.

Hoy, en medio de esta pandemia, por un lado vemos la ayuda y la solidaridad entre vecinos y/o organizaciones sociales, y también desde el Estado, en el ir venir de ollas cacerolas y tapers. Y por otro, a los angurrientos del establishment del coloniaje que piden recortes y ayuda a sus empresas sin ningún condicionamiento.

Y bueno, me dice Pedro, a las empresas hay que darle oxígeno. Eso sí, a las empresas, no a los que apenas te descuidás se la llevan afuera en verde, y no en sanguches de vegetariano. Y ahora que se viene el frío, hay que asegurar que las ollitas estén cargaditas, y las cacerolitas y los taper. Y en una de esas, empiezan a aparecer las grandes ollas con ese locro tan nuestro.

Pedro, casi murmurando, me dice “se va a dar, y mirá para donde pateó Cacerola cuando le gritaron HF”. Y, por lo bajo, me pregunta: El nuevo HF, ¿será un Histórico Frente? ¿Una Histórica Fortaleza (la del pueblo)? ¿O los dos?

Llego a casa y me pongo a lavar todos los cacharros porque uno, uno nunca sabe.

 

Más notas relacionadas
  • Que no nos agarre la noche

    Yo no sé, no. Estábamos reunidos junto al sendero de bicis, pegado al arco de cilindro que
  • Los árboles cargados

    Yo no sé, no. Manuel llegó esa tarde de marzo hasta la esquina de Riva y Crespo a decirnos
  • Antes que den las diez

    Yo no sé, no. “De ahora en más las mañanas serán frías como las orejas de mi gato”, senten
Más por Hilo Negro
  • Las niñas de Alcáser

    Fantaseábamos con ellas. Nos parecíamos en que éramos tres y teníamos quince años. La hist
  • Que no nos agarre la noche

    Yo no sé, no. Estábamos reunidos junto al sendero de bicis, pegado al arco de cilindro que
  • Una sangrienta puesta en escena

    La presunta “guerra contra el narcotráfico” promueve lo que dice combatir. Es una excusa p
Más en Columnistas

Dejá un comentario

Sugerencia

Las niñas de Alcáser

Fantaseábamos con ellas. Nos parecíamos en que éramos tres y teníamos quince años. La hist