“Hay que tomarse un tiempo al regresar a la escuela para poder simbolizar, poner en palabras el sufrimiento social. No se puede volver y hablar de matemática como si nada, sin antes haber podido procesar algo del orden de lo emocional, de las vivencias. No es siquiera deseable ni posible”, opina la doctora en educación Carina Kaplan. Sostiene que así como se piensa en un protocolo para organizar la vuelta a las clases presenciales, es fundamental también darse un espacio para transitar los miedos y la incertidumbre que genera la pandemia.

Kaplan es una reconocida pedagoga, profesora universitaria, investigadora del Conicet y magíster en ciencias sociales. También autora y coautora de numerosos libros y publicaciones, muchas relacionadas con las emociones en la vida de las escuelas y en los aprendizajes. En charla con este medio, rescata la ingeniería de lazos que despliega la docencia para estar cerca de sus alumnas y alumnos.

La educadora participa en una serie de materiales pedagógicos –próximos a difundirse- producidos por Unicef y bajo la premisa de cómo “en esta experiencia de excepción la trama escolar necesita recuperar la trama emocional”.

Proximidad afectiva

¿Cómo lograr cercanía emocional, vincular, proximidad afectiva en un escenario donde no hay presencialidad? Kaplan comparte la pregunta invitando a pensar respuestas colectivas. También para reafirmar el lugar que las emociones tienen siempre en los aprendizajes.

La inquietud –dice- surge además de apreciar “una serie de experiencias que están construyendo las escuelas, con prácticas para tender puentes con la comunidad, con los estudiantes”, incluso en las condiciones menos favorables desde lo material hasta lo tecnológico.

—De esas prácticas que venís observando, ¿qué es lo que sobresale, lo común?

Primero cómo abrir y lograr canales de comunicación teniendo en cuenta la situación particular de cada uno de los estudiantes y sus familias. La escuela tiene un conocimiento de cuáles son las experiencias y condiciones de vida de los estudiantes y sus familias. Ahí hay como un nudo para pensar esta cuestión de los puentes afectivos. No hay nadie que conozca más a sus estudiantes que una maestra. En este momento hay un compromiso ético-político con sostener las trayectorias estudiantiles.

—¿Ese compromiso se refleja en hechos como mandar las tareas por whatsapp, usando cierta plataforma o golpeando la puerta de los hogares para dejarlas en fotocopias o en un cuadernillo impreso?

O en una tranquera en la educación rural. Hay que dar cuenta que hay una pluralidad de escuelas, de condiciones de vida y de situaciones singulares. Se abrió todo un mundo de recursos pedagógicos, que muchos estaban presentes, pero otros surgieron con la creatividad de los maestros. El horizonte común aquí es que “nadie se quede solo”, que “nadie se quede descolgado” en un sentido de desconectado del lazo social que significa el proceso de escolarización. Conmueve mucho la disponibilidad para la escucha, cómo siguen tejiendo y produciendo trama aún en una escuela sin paredes y en un tiempo de excepcionalidad. ¿Cómo es posible entonces que aún en la lejanía física exista proximidad afectiva? Quiere decir que la escuela comprende que hay ahí uno de los corazones que hacen a su quehacer y a su existencia, que tiene que ver con la posibilidad de producir vínculos.

—Al inicio hablabas de las emociones y lo vincular ¿cuánto pesa esa relación para sostener los aprendizajes?

Nadie puede aprender si no se siente escuchado, reconocido, si no siente que hay otro que le está tendiendo una mano. Les propuse a las escuelas hacer un registro de las emociones, un diario o un cuaderno donde puedan dar cuenta de cómo se sienten, de los momentos de sufrimiento social que han atravesado y al regreso a la escuela hacer una suerte de socialización colectiva de esas emociones para que también sientan que, si bien se vive como singular, tienen que ver con la experiencia común. Si hay algo que recoge la posibilidad de estar junto a los otros es ponerse en el lugar del otro, generar procesos de empatía. Por ejemplo, hablar de los sentimientos de miedo a la muerte, los de angustia, los de exclusión, porque habrá muchos niños que vuelvan a la escuela y sus papás ya no tengan trabajo. Y hay otros que no van a volver a la escuela. Esa imagen del pupitre vacío es muy fuerte. Tenemos que preguntarnos cómo lograr que desde la escuela se puedan tramitar aquellas formas del sufrimiento social. Hacerlo bajo la premisa de que la escuela es una institución pública y estatal que ayuda a curar las heridas sociales. Porque vamos a estar frente a una situación que involucra mucha angustia, mucha pérdida e incertidumbre. Y estos niños y jóvenes van a ir a la escuela a elaborar, junto a sus docentes y comunidad educativa, ese sufrimiento social.

—Se proyectan protocolos oficiales para el regreso a las clases presenciales ¿Qué lugar deberían tener las emociones en este retorno?

Hay que tomarse un tiempo al regresar a la escuela para poder simbolizar, poner en palabras estas experiencias traumáticas. Sostengo la necesidad de volver a pensar sobre una pedagogía del trauma, de cómo acompañar, acompasar el sufrimiento social; que los alumnos y alumnas sientan que esos miedos son comunes y que la escuela es un espacio que reivindica lo vital. No se puede volver a la escuela y hablar de matemática como si nada, sin antes haber podido procesar algo del orden de lo emocional, de las vivencias. No es siquiera deseable ni posible.

—Es algo nuevo también de afrontar para la docencia ¿cuál es la tarea que tiene aquí?

No es tan nuevo. Lo que hay que hacer es recuperar lo curricular. La educación sexual integral tiene una dimensión específica, que es el eje tres relacionado con valorar la afectividad. Tiene que ver con cómo cuidarse, cómo cuidar al otro. Si una lección ha dejado esta pandemia es que nos tenemos que cuidar entre todos. Se trata de poder recuperar esa dimensión colectiva de una experiencia traumática. Y además tomar en cuenta que los propios docentes forman parte de ese dolor social y también tienen que simbolizar, elaborar, tramitar los sentimientos que han ido experimentando.

 

Fuente: El Eslabón

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