Analía Chumpitaz compara su trabajo con el de una detective: unir pieza por pieza para develar un misterio. En su caso no se trata de resolver asesinatos o encontrar objetos desaparecidos, ella trabaja de entender por qué la gente se enferma y por qué en las ciudades puede haber brotes o epidemias. Observa, pregunta, lee; recibe datos e interpreta qué pasa en un barrio, en un grupo de personas, cómo se vinculan; trata de comprender el pasado y el presente de un territorio para proyectar acciones a futuro en pos de la salud pública colectiva.

Desde 2007, la mujer, pediatra, docente de la Universidad Nacional de Rosario, médica especializada en salud colectiva, preventiva y social, es directora del Sistema Municipal de Epidemiología, un área que cada tanto acapara la atención de todos y todas pero que todo el año, las 24 horas, está atenta a casi 100 eventos que pueden originar un brote en la ciudad, sea sarampión, dengue o coronavirus.

Chumpitaz se define como una persona viajera. Le gusta andar en bicicleta y hacer cicloturismo: el año pasado cruzó, junto a su familia, la Cordillera de los Andes. También le gusta cocinar guisos, cantar canciones de Charly García, y cada vez que puede se escapa a pasear en kayak por el río Paraná: cuelga una hamaca en la isla, prende un fueguito para el mate, disfruta del aire libre. Durante la cuarentena, hizo lo que las medidas de prevención le permitieron hacer, de todo lo que le gusta. Salvo leer. Todo lo acaparó el Sars-Cov-2, o Covid-19, o Coronavirus.

“Me gusta mucho la lectura de novelas policiales detectivescas, porque tiene que ver con mi trabajo, con la trazabilidad que nosotros hacemos, buscar pistas, eso me encanta. Porque el nuestro es un trabajo de interpretación: tenés datos cualitativos y cuantitativos, pero hay que saber observarlos en la realidad. Eso es lo que lleva mucho tiempo, pero también lo que me apasiona”, cuenta a El Eslabón, en una entrevista realizada por videollamada.

— ¿Qué es la epidemiología? ¿Qué hace una epidemióloga?

— La epidemiología tiene muchas definiciones. No hay una unívoca definición, pero cada área, espacio y grupo de trabajo tiene que saber claramente cómo la define, porque es una interdisciplina que requiere de ciertos conocimientos para poder llevarlos adelante. Desde mi perspectiva, se trata de una interdisciplina que está abocada al estudio del proceso de salud, enfermedad, atención, cuidado de las poblaciones y, a diferencia de otras disciplinas, requiere de la interacción del trabajo en equipo de diferentes campos de trabajo. Puede trabajar una enfermera con conocimientos en epidemiología, un médico o médica, un sociólogo, un arquitecto. También me parece interesante pensar que lo que fundamentalmente se hace es analizar e interpretar el pasado y el presente para poder proyectar acciones hacia el futuro. Eso es, a rasgos generales, de qué se trata. Se confunde muchas veces y se piensa que es microbiología aplicada o infectología, o que es estadística o bioestadística. Y no, es mucho más que todo eso y utiliza todas estas herramientas para poder llevarlo adelante. Es la herramienta más importante y es el instrumento más importante con el que cuenta la salud colectiva. El sanitarismo requiere de la epidemiología, y las funciones más importantes y conocidas son la vigilancia epidemiológica, que es ver cuándo aumentan las enfermedades para pensar que puede haber una epidemia. Pero también se estudia la determinación social de los eventos del proceso salud, enfermedad, atención, cuidado; y se evalúan y toman indicadores para hacer la valoración de programas, de servicios de salud. O sea, tiene muchísimas posibilidades de trabajo.

— ¿Cómo estás viviendo este año? ¿Con qué desafíos te encontraste?

— Nosotros tuvimos una situación bastante parecida en cuanto a lo epidemiológico en 2009, con un brote que fue el brote de dengue y la pandemia de gripe A H1N1. Para esta época del año ya teníamos más de diez muertos en Rosario y también se había planteado la cuarentena, o sea, el aislamiento social y preventivo en la provincia. La situación era bastante parecida en términos epidemiológicos en general, pero la diferencia está en cómo se han modificado las relaciones y las redes sociales en general. Nosotros ahora tenemos una velocidad que en 2009 no teníamos para enterarnos de los eventos, y así como nos enteramos en su momento, en el mes de enero, de lo que estaba ocurriendo en China, también rápidamente se hicieron los análisis para poder determinar cuál era el agente causal. Se distribuyó esta información a todos los laboratorios del mundo y todas las áreas jurisdiccionales epidemiológicas nos enterábamos de cada cosa que ocurría.  O sea que esta es una pandemia en tiempo real y eso no nos había ocurrido antes. Sin embargo, en Rosario estamos acostumbradas a esta forma de trabajo porque desde 2009 tenemos la sala de situación y vamos levantando la información que recibimos. Fuimos la primera ciudad que lo hizo en el país y tenemos, en ese sentido, mucha experiencia en el trabajo en tiempo real y también mucha experiencia con respecto a la búsqueda y rastreo de casos y a los bloqueos en distintas instancias. Las y los rosarinos, a diferencia de otras ciudades, ya saben cuando hablamos y decimos, por ejemplo, “bueno, llegó el dengue”. La gente ya está informada de todo lo que se hace y en muchas otras ciudades eso no ocurre y realmente nos ha significado una gran, una gran ayuda. La gente nos respeta muchísimo. Damos recomendaciones y se lo toma como algo que tiene que hacer, y la verdad es incalculable el valor que tiene.

—En ese sentido, tomando el dengue como ejemplo, ¿con qué otras situaciones convivimos que necesitan de tu área y no tienen tanta trascendencia?

—Todos los años tenemos alguna situación de brote. Bien dicho, el dengue. El dengue es una enfermedad reemergente que había desaparecido y vuelve a aparecer. El coronavirus o Sars-Cov-2 es una enfermedad emergente, o sea, nueva. No la habíamos tenido nunca. Esa es la diferencia entre estos dos tipos de enfermedades: las reemergentes, como por ejemplo pasó con cólera, y las nuevas, emergentes, como ésta, como fue la gripe A H1N1. Hemos tenido brotes de coqueluche y de rubéola en el 2008, brotes de hantavirus, de leptospirosis. Obviamente que la que más tiempo y esfuerzo nos ha llevado ha sido el dengue, siempre. Otros brotes que son muy habituales a lo largo del año son los transmitidos por enfermedades alimentarias. Por ejemplo, en una fiesta se consume algún alimento y hay 100 personas afectadas. Eso requiere de un trabajo muy rápido e inmediato, de una investigación epidemiológica muy rápida también, y de una intersectorialidad con otras áreas, como por ejemplo el Instituto del Alimento, para tomar el remanente, analizarlo, saber de qué se trata, hacer llamados telefónicos rápidos para saber cuántas personas han sido afectadas, internar a aquellos que tengan que internarse. Todo eso nos ha dado experiencia. Con respecto a los brotes, hay diferencias entre lo que es una epidemia y una pandemia. Una epidemia es un aumento en el número de casos en un lugar determinado. Cuando decimos que es pandemia es porque se extiende a varios continentes. Eso es lo único que los diferencia, pero terminan siendo un brote también, o sea, un aumento en el número de casos de alguna enfermedad.

—Sos, además de funcionaria, una militante feminista. ¿Qué aporta esa militancia a tu trabajo cotidiano?

—Mirá, la epidemiología en mi vida es como una trazadora, relacionado a esto que planteaba de que la epidemiología estudia el pasado, se vuelve a sus orígenes, a nuestros orígenes, a lo que es ancestral y nos plantea una situación del presente. Se pregunta qué es lo que nos está pasando hoy para adaptarnos de alguna manera, integrarnos a lo que ocurre y poder proyectarnos a un futuro posible y un futuro más bueno. Y ese futuro más bueno, no es un futuro mejor, es un futuro bueno que nos contemple a todos y a todas. Esa percepción de lo que es la epidemiología se conecta con mi forma de pensar mis luchas personales, o sea conecta mi trabajo con mi lucha diaria y cotidiana, que es lo que realmente en la vida me importa mucho y tiene que ver con esto de conseguir justicia social y equidad. Tiene que ver con la lucha feminista, porque soy feminista, y tiene que ver con la lucha contra el patriarcado. Es algo que sostengo fuertemente: las mujeres feministas somos mujeres que hacemos denuncias, que observamos mucho y que tenemos que decir lo que está mal. Hay que decir lo que nos parece que es injusto y esa es la manera en la cual me manejo en la vida, pero también en el trabajo, viendo lo que creemos que puede estar afectando y perjudicando a la sociedad y de esa manera tratar de prevenirlo, de evitarlo, para que vivamos mejor.

—Me imagino que, como a todas, los últimos años deben haber cambiado la forma de ejercer tu trabajo. No debe ser el mismo análisis que se hace de un brote con o sin perspectiva de género.

—Sí, por supuesto. Y esta pandemia nos está enseñando mucho al respecto de esta cuestión. No está siendo analizada ni está siendo interpretada y mucho menos está siendo gestionada desde la perspectiva de género. Cuando una ve y analiza todas las fotografías de los espacios de gestión de riesgo que organizan la emergencia sanitaria, ve varones, y ellos tienen perspectiva de varones, porque más allá de que puedan acompañarnos en nuestra lucha somos las mujeres las que llevamos la carga de todo lo que ha ocurrido a lo largo de todos estos milenios con respecto a la presión del patriarcado sobre nosotras mismas. Hay muy pocas mujeres y no hay representatividad de los grupos LGBT, de las disidencias, que tienen que ver con la misma lucha. Hay muchos ejemplos. A lo largo de estos 110 días, ha sido mayor la violencia que se ha ejercido sobre los cuerpos de las mujeres en general. Por otro lado, el hecho de que somos las que cuidamos en general. Entonces, tanto en esta pandemia como en todas las situaciones emergentes y reemergentes de brotes y con lo sanitario en general, las mujeres somos las que llevamos la posta del cuidado y entonces nos ocupamos del enfermo, del que no está enfermo, de aquellos que no se llevan los barbijos a los lugares donde tienen que trabajar. Es una carga tremenda la que tenemos en función de esto. Somos mucho más cuidadosas y pensamos mucho más en la prevención. En cualquier situación. Y entonces, en todo esto nos han perjudicado. La madre cuida a los niños que no van a la escuela y pierde la posibilidad de avanzar en su carrera profesional. Todo lo que nos ha pasado históricamente, con esto se ve agravado. Y se suma algo más: las mujeres y todo el arco LGBT, nos hemos encontrado en la calle. La calle ha sido un lugar hermoso para nosotras. Hoy está muy difícil saber cuándo vamos a volver. Entonces tenemos que reorganizarnos, pensar en otras formas innovadoras de encontrarnos como para no perder todo lo que hemos ganado.

—Queda claro que es fundamental que todo lo epidemiológico depende también del fortalecimiento de las organizaciones de la sociedad civil, de los partidos políticos, de los movimientos de mujeres, de lo público, de todo.

—Es fundamental el fortalecimiento de todo lo que es investigación, de todo lo que tiene que ver con los sectores en general públicos, las universidades, el conocimiento, la tecnología. Todo esto es fundamental. Pero quiero destacar que hay un buen trabajo a lo largo de estos años con el sector privado. Hay un buen diálogo y eso también nos fortalece como ciudad. Hay una gobernanza que nos garantiza de alguna manera un montón de cosas que en otros lugares no están garantizados.

—Sos una persona muy conectada con los saberes ancestrales. ¿Cómo se trabaja en la salud pública pensando en un mundo y una salud más sustentables? ¿Cómo pensar las enfermedades y el cuerpo con herramientas de la naturaleza?

—Yo soy descendiente de un pueblo originario que es el quechua, de los incas específicamente. Vengo de una familia de kallawaya, de chamanes, o sea, mujeres curadoras, mujeres sanadoras. O sea, es una familia que tiene esta perspectiva de sanar, de acompañar. Además, mi papá era médico. Y tengo muy claro que hay muchas concepciones, mucha cosmovisión, que ha sido de alguna manera negada a lo largo de todos estos siglos y que en estos últimos años ha sido revalorizada. Si bien ha habido una aculturización a lo largo de estos más de 500 años, en estas últimas décadas hay un intento por volver a valorizar esos conocimientos que son ancestrales y que de alguna manera se conectan con la ciencia. En algunos casos no, todavía no se encuentran conexiones, pero en la mayor parte de los casos sí se encuentran y me parece que tiene que haber un diálogo entre estos conocimientos. No es algo que tengamos que negar. La ciencia no niega el conocimiento ancestral y esto tiene que quedar claro. En la Secretaría de Salud tenemos la Dirección de Terapias Tradicionales, que incluye a todo lo que tiene que ver con los pueblos originarios. Y en Rosario existe desde 2014 una Dirección de Pueblos Originarios de la cual participamos con los distintos pueblos que hay en la ciudad. Todavía estamos en un comienzo, ¿no? No puedo decir que estamos en una situación ideal con respecto a lo que es el conocimiento ancestral dentro de lo que es la ciencia en general, las universidades, pero hay un comienzo y hay una cuestión incipiente que es muy interesante y que hay que seguir abonando. Hay un concepto que es el sumak kawsay, el buen vivir, en lengua quechua. No se trata de vivir mejor que otro, sino vivir bien todos, vivir bien con ciertos conceptos elementales y que tienen que ver fundamentalmente con pensar que somos parte constituyente del universo. No somos los dueños de absolutamente nada y tenemos que respetar a todo ser que exista, sea vivo como no vivo, porque somos una parte más del universo, nada más que eso. Eso en primera instancia. Y en segunda instancia, rescatar lo natural. La importancia que tiene el respeto a todo tiene que ver con estas enfermedades que estamos nombrando. La mayoría son enfermedades zoonóticas, son enfermedades que transmite un animal a las personas, y que las transmiten cuando nosotros nos insertamos en un espacio en donde no deberíamos estar y nos ubicamos como los dueños de ese lugar. Los animales tienen que sobrevivir de algún modo. Entonces, cuando el humano va y ocupa esos espacios, hay posibilidad de que se enferme, por supuesto, de enfermedades que puede transmitir ese animal, que a él no le afectan y que al humano lo pueden llegar a matar. Son enfermedades que estamos teniendo en función del avasallamiento de la naturaleza, de esta destrucción, de quemar islas por ejemplo. Es en ese marco en el que nos enfermamos. Los modos de vida determinan el modo en que nacemos, morimos, vivimos y también, nos enfermamos.

—Es interesante, porque entre tantas teorías conspiranoicas dando vuelta, las respuestas y soluciones son mucho más sencillas pero implican un cambio real y concreto.

—Esto de la conspiranoia nos ayuda a evitar hacer lo que tenemos que hacer, porque en realidad lo que tenemos que hacer es tratar de convivir con todos estos seres en una naturaleza y en un marco de cotidianidad. En ese sentido, todo lo que está sucediendo ha sido muy interesante y ayuda a retrotraernos a nosotros mismos, a ver que podemos hacer cosas que antes pensábamos que no las podíamos hacer. Por ejemplo, no consumir tantas tonterías. Yo he visto en Instagram que antes se sacaban fotos con objetos muy valiosos y pasamos a una etapa en donde se sacan con el pedacito de pan que hicieron y la gente es feliz. Entonces me parece que hemos aprendido a ser felices con cosas más sencillas, más cotidianas, con saber con quienes estamos habitualmente, cuál es nuestro grupo de soporte, que no son cien mil personas. ¡Es imposible! Tenemos un grupo de diez personas, familia, amigos, amigas, algunas personas con las que compartimos el trabajo. Y ese es nuestro entorno, lo que llamamos la burbuja.

 

Fuente: El Eslabón

 

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