“Eduquen a sus varones, las mujeres no son un objeto, por favor. Eduquen, paremos un poco con todo esto”, pidió con enorme lucidez Fabiana, la madre de Julieta Del Pino (19), unas horas después de que su hija fuera encontrada asesinada y enterrada en el fondo del terreno donde reside el acusado por el femicidio. Era la siesta del domingo 26 de julio, el escenario fue la plaza del pueblo donde se realizó una marcha para exigir justicia. Atravesada por el dolor del hallazgo, por la noticia que nunca quiso ni esperó recibir, la mujer que vive junto a su familia en la pequeña localidad de Berabevú, en el sur de Santa Fe, expuso una de las cuestiones centrales para que la muerte de Julieta “sea la última”, como pidió: educar en la igualdad, en la no discriminación, contra la violencia de género, alumbrar nuevas masculinidades. Promover un cambio cultural que permita construir una comunidad en la que el sexo asignado al nacer, esa “diferencia” genital-biológica que es –fundamentalmente– una “interpretación cultural” sobre la que se socializa con determinadas características a “varones” y “mujeres”, no habilite a un género a considerar “naturalmente” que puede disponer del cuerpo y la vida del otro.

“La ESI, herramienta fundamental para erradicar la violencia de género”

Otro femicidio

En términos estadísticos, el femicidio de Julieta Del Pino es el número 18 en lo que va del año en la provincia de Santa Fe. El conteo es útil para dimensionar la magnitud del problema, no tanto para apostar a resolverlo.

El caso se conoció públicamente, también varios de sus detalles. De acuerdo a la investigación, Julieta había mantenido una relación con Cristian Romero (28), un hombre del mismo pueblo cuya pareja cursa un embarazo de pocos meses.

Por lo que se sabe hasta ahora, ese vínculo se extinguió para ella, pero él insistía en retomarlo. ¿“Era suya”, no podía aceptar la interrupción del vínculo de alguien de quien pensaba que podía “disponer”? Es probable.

La militante feminista Mabel Gabarra apuntó en Twitter una clave sobre el asunto: “Una muerte más de una joven en manos de un machito que se creyó dueño de su cuerpo y de su vida. La violencia es sostén del patriarcado y mientras se siga sosteniendo con el apoyo de una buena parte de la sociedad, será difícil terminar con ella”.

Las amigas de Julieta testimoniaron ante los fiscales que investigan el caso que ella bloqueó en su teléfono móvil a Romero. Un modo de rechazarlo, de poner fin a su insistencia.

La investigación determinó que Julieta desbloqueó el contacto del hombre unos días antes del asesinato, quien volvió a la carga para verla.

El viernes 24, cuando terminó su turno en el kiosco en el que trabajaba alrededor de las 23, la chica le escribió a su madre por WhatsApp: “Calentá la comida”. Tomó su bicicleta para desandar las cuatro cuadras que separan su lugar de trabajo de la vivienda familiar. Nunca llegó.

Una cámara de videovigilancia tomó su imagen cerca de la casa y el automóvil de Romero detrás, quien la siguió.

Aún no se conoce en detalle lo ocurrido, pero el sábado la familia de Julieta Del Pino denunció su desaparición y el domingo su cuerpo fue encontrado muerto, enterrado en un pozo y cubierto de cal en el fondo del terreno donde reside Romero.

El fiscal Matías Merlo contó luego que “se tomaron declaraciones de amigas de la chica, quienes esgrimen que ella había tenido una relación sentimental no formal con el joven, que en un momento se había cortado y ella lo había bloqueado”.

Detalló que dos días antes del crimen ella lo desbloqueó y Romero le pidió que se vieran, pero Julieta desistió del encuentro. “También tenemos las declaraciones testimoniales del hermano de la chica y de un amigo que le recriminaron que había mentido al decir que se había ido a dormir antes la noche del crimen”, dijo el fiscal.

Con esos elementos ordenó un allanamiento a la casa del sospechoso, que dos días después fue imputado en los Tribunales de la localidad de Melincué por homicidio agravado por el vínculo y por ser cometido en un contexto de violencia de género, el modo en que el femicidio está contemplado en el Código Penal argentino.

Diferencia y desigualdad

En el texto “Varones y masculinidades. Herramientas pedagógicas para facilitar talleres con adolescentes y jóvenes”, editado en diciembre de 2019, Agostina Chiodi, Luciano Fabbri y Ariel Sánchez hacen un aporte al pedido de Fabiana, la mamá de Julieta, cuando demandan que “eduquen a sus varones” para que desnaturalicen las ideas que pueden llevarlos a convertirse en femicidas.

Plantean que “es la cultura en que nacemos, y no la naturaleza, la que hace de las diferencias genitales LA DIFERENCIA (que llamamos diferencia sexual) que nos clasifica y divide entre machos (quienes nacen con pene) y hembras (quienes nacen con vagina). Esta clasificación entre machos y hembras, entonces, no es un mero hecho biológico, sino una interpretación cultural que hace que toda la variedad de cuerpos sea reducida a dos únicos sexos”.

Añaden que “esa interpretación cultural es lo que llamamos «género»: un dispositivo de poder, un guión, que socializa a los cuerpos con pene en la masculinidad, para que se conviertan en varones, y a los cuerpos con vagina en la feminidad, para que se conviertan en mujeres”.

En esa línea, explican que “nuestras formas de actuar, de ser, de sentir no responden a diferencias naturales entre los varones y las mujeres, sino que son resultado de lo que llamamos socialización de género. Es decir, de las formas en que nos crían y educan en lo que es masculino o femenino según la cultura y el momento histórico. Por eso mismo, y a pesar de su fuerte arraigo en las costumbres, tradiciones y religiones, esas formas son posibles de ser modificadas”.

Nadie está condenado a ser machista, que no es solamente un problema relacional entre varones y mujeres sino hacia el interior del “universo masculino”, por cuanto “ser macho” implica una serie de mandatos y prácticas que también resultan opresivas para los varones que no están en condiciones de interpretar con justeza ese guión preestablecido: ser activo, fuerte, racional, valiente, exitoso y dominante, como contracara de los antónimos de esas características de la personalidad.

Además, dicen los autores, “la socialización de género no nos hace simplemente diferentes, sino que también nos hace desiguales. Nuestras culturas otorgan diferentes oportunidades a varones y mujeres, dando mayor valoración a lo masculino y dejando en un lugar de subordinación a lo femenino”.

En ese contexto, un varón puede no aceptar ser bloqueado en el teléfono celular (rechazado) por la mujer que considera que debe ser suya, y llegar a matarla (“quitarle” la vida) al entender que puede ejercer un derecho de propiedad por su condición superior de género.

“Una de las características fundamentales de la masculinidad, como estructura de poder, es su invisibilidad como conjunto de normas, valores, expresiones, roles que definen lo que debe o no ser un varón en nuestra sociedad”, abunda el texto citado.

Hacerla visible, como paso necesario para problematizarla y modificarla, es la tarea que reclama Fabiana, la mamá de Julieta, y que le debemos todes.

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