Yo no sé, no. Desde muy chico, cuando íbamos a lo de algún conocido o pariente que tenía casa propia, escuchábamos: “Viste esa pieza, a las paredes las levanté con estos brazos”.

Donde vivíamos, alquilábamos, y era un barrio que estaba todo o casi todo hecho, así que albañiles se veían poco pero se los nombraba a veces por su ausencia. Por ejemplo, yendo en bondi, cuando pasábamos por lo que llamaban “monumento al pozo”, y después “monumento al esqueleto”, ahí pegadito a la maternidad Martin y a la asistencia pública, se decía: “Con unos cuantos brazos de albañiles, esto se termina”.

Cuando fuimos a vivir cerca de la Vía Honda, por el ‘63 maso, en la manzana de pocas casas vivía la familia de José. José era, y es, de brazos largos y fuertes y nos enseñó a nadar en Puente Gallego, antes de llevarnos al río. Aunque teníamos maso la misma edad, a la hora de usar los brazos, José parecía el mejor de los más grandes, tanto para nadar como a las piñas. Imaginemos un Monzón en un pibe de 14 años. Pero agarró para el lado de la cuchara y el balde, de la arena y los ladrillos. Estos últimos, cuando había que bolearlos o recibirlos en algún andamio, no se le escapaban ninguno (podría haber sido basquetbolista o de algún deporte con la redonda y las manos). Ya arrancando los 70, los brazos de los guapos albañiles eran cada vez más valorados.

Con Pedro vimos también los brazos de la militancia llevando lo que había que llevar. Los de los cordones en las marchas, protegiendo nuestras columnas, los brazos largos de los abrazos fuertes.

Hoy, José anda por Corrientes, a veces changueando, y seguro desafiando al Paraná con sus brazadas. Y en el barrio, hay un tocazo de brazos esperando. Entre otros, los de Pedrito, me dice Pedro. Pedrito es uno de los esenciales que no paró de hacer todo tipo de mandados, desde ir a las panaderías o en busca de una garrafa o de un cajón de coca o porrón para algun boliche del barrio. Y Pedrito está esperando porque se cayó y se jodió las muñecas, pero está bien, sólo ansioso de volver a ser uno de los esenciales.

Los otros que esperan que arranque o que se vaya normalizando todo, son los brazos de los albañiles, de los choferes de camiones, colectivos y ambulancias, de los talleres, de las maestras, de los arqueros, de los pibitos que como no pueden hacer un partido van y vienen con un fulbito sin arcos ni brazos de arqueros. Eso sí, los brazos no han parado para los saludos y cuando se pierde el sol más, porque con tapaboca, al no reconocer, por las dudas nos saludamos levantando el brazo. Hace unas horas, después del relanzamiento de Procrear, algunos de los amigos de la barra estaban descargando ladrillos para una piecita que le encargaron. Pedro me dice: “Mirá, parece que con un poquito se empezó a arrancar, capaz sea una señal. Porque, aunque nos dejaron una economía devastada, los que quieren un coloniaje miserable, aún tenemos los brazos lleno de memoria como para no sólo salir a flote, sino también para encarar las peores correntadas. Los brazos de los maestros, de los que nunca se olvidaron cómo bolear ladrillos. Los brazos de la militancia, los brazos de los abrazos, de los que faltan, de los que están, de los que vendrán. Los brazos de la Patria.

Fuente: El Eslabón

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