Cuando Damián Brissio estaba en la primaria en Arequito entraba a clases inventando historias de gnomos. Más tarde empezaron a inquietarlo el cine y el teatro. Hizo varios recorridos hasta llegar a saber que lo suyo era ser caracterizador, maquillador, dedicarse “a pintar historias, a soñar personalidades”. Enriqueció esta vocación estudiando caracterización teatral en el Teatro Colón. Hoy miles de audiencias en el mundo disfrutan de ese recorrido profesional, plasmado en los personajes de la serie brasileña de Netflix Coisa mais linda.

La famosa serie tiene a cuatro mujeres como protagonistas principales: María Luiza «Malu» (María Casadevall), Adélia (Pathy Dejesus), Ligia (Fernanda Vasconcellos) y Thereza (Mel Lisboa). Cada una con historias propias y comunes, que se entrecruzan sorora y amorosamente. Es difícil no sentirse parte. Está ambientada en 1960 y crece entre la bossa nova, las playas y las favelas de Río de Janeiro. Son dos temporadas y, si bien no está confirmado, todo indica que habrá una tercera. “La serie fue muy bien recibida y los comentarios son maravillosos. Incluso la revista Variety de EEUU la ubica entre las treinta mejores series de Netflix”, apunta Damián.

Trabajó en moda, cine y teatro en la Argentina, Brasil, México, España y Uruguay. Tiene una página personal –damianbrissio.com- que reúne esta trayectoria. Desde hace ocho años es el asesor de imagen de Soledad Pastorutti. En una entrevista reciente (Radio Vorterix) ella lo nombra como su mejor amigo. “Con Sole –cuenta Damián- nos conocemos del secundario, de antes que explote el fenómeno Soledad. Siempre fuimos muy cercanos, en mi vida siempre estuvo muy presente. Cuando volví al país ella estaba más pendiente de un cambio de imagen y me propone trabajar con ella, acepté. Es muy divertido y un placer poder hacerlo”.

Hasta la cuarentena, Damián trabajaba en una película y en la obra de teatro Cabaret. La pandemia frenó todo. Apunta que “nadie se hizo mucho cargo de la situación” y que en el sector de la cultura la viven con preocupación e incertidumbre.

Damián Brissio: «Lo más lindo de mi trabajo es ser auténtico con uno mismo» (Foto: Laureana Fenoy)

La mirada del otro

Damián Brissio tiene 39 años. Dice que su profesión es un proceso que hizo en el camino, sobre una vocación que se construye muchas veces a partir de la mirada del otro. El inicio de ese camino lo marca en un montón de inquietudes que al principio no podía relacionar muy bien. “En mi casa nadie sabía ni de ópera ni de teatro. Y no es que no querían, solo se veían algo los sábados por Canal 3 y 5”, reconoce. Es a fines de los ‘80, principios de los ‘90, cuando comenzó su curiosidad  por saber sobre el maquillaje, cómo cambiaban las personas el vestuario en una obra. En esa búsqueda, tomó clases de cerámica y un vecino, que era tapicero, le enseñó a coser y a bordar. “Ahí entendí que los oficios no son de hombre o mujer sino de las personas que tengan sus manos”, valora. Pero al momento de elegir una carrera no estaba en claro qué hacer, pesaba pertenecer a una familia de clase media baja, donde no hay margen para dudar. Empujado por la idea de un título “del futuro”, estudió marketing.

—¿Cuál fue el primer trabajo en el que sentiste “esto es lo que me gusta y quiero hacer”?

—Terminé de estudiar en Rosario. Era justo el 2001, un año terrible. Me llamaron para trabajar en Buenos Aires y conozco gente que estaba en cortos, en obras de teatro y ahí empiezo a entender el oficio. Me gustaba el maquillaje, pero no para pintar a las mujeres para una fiesta. Yo quería el maquillaje para escenografía, vestuario para escena. Entré a estudiar caracterización teatral en el Teatro Colón. Tenía 25 años. Más tarde me invitaron a hacer el maquillaje en el proyecto de una coreógrafa, Mariana Belloto, que trabajó sobre obras de León Ferrari (“Arquitectura de la locura”). La luz tenía que ver con el maquillaje y el maquillaje con la luz. Era un todo. Y ahí dije “¡Quiero hacer esto! Soy caracterizador teatral”. En esta profesión tenemos que saber un poco de historia, de psicología, cómo actúa un personaje. Nosotros creamos vida. En el cine, por ejemplo, te dan un guión y si bien ya tiene cierta identidad el personaje, los que tenemos que soñar esa personalidad somos nosotros. Es un trabajo más arduo que no queda en la técnica del maquillaje y en la combinación de los colores.

—Y en el caso de la serie de Netflix, también aprender sobre Brasil.

—Sí. No fue un esfuerzo porque me encanta, pero sí lo hubo en ese trabajo de investigación. Tuvimos una parte que es la de las favelas en 1960, donde yo, siendo argentino y no siendo negro, tenía que envolverme con un montón de temas de cultura, religión… Por suerte trabajaba con Gloria, una peluquera que sabe mucho de pelos crespos, negros. Aprendí cómo los enrulaban, alisaban, cómo usaban los turbantes. Y de esa información hay poco registro fotográfico. Lo hicimos a partir del relato de quien vivió la época.

—¿Cómo te convocaron a la serie brasileña?

—En 2007 me fui de la Argentina con quien hoy es mi marido. Nos fuimos a Brasil y trabajé de caracterizador. Conocí una productora con la que tuve otros trabajos y seguimos en contacto. Luego me fui a vivir a España, México, volví para la Argentina. Y ahí me dicen que hay una propuesta para hacer una serie brasileña, que es muy grande, con muchas mujeres en escenas, de época y yo de inconsciente dije que sí. Al principio fue de una presión bastante grande. La segunda temporada la disfruté más, mejoramos a los personajes porque pudimos ahondar en sus historias. También aprendí muchísimo más de la deconstrucción del hombre y fui creciendo, porque estuve trabajando con cuatro mujeres donde no solo hice maquillaje de embellecimiento, sino desde otro lugar. Contar la historia de una mujer que está atravesando por un montón de procesos no queda solamente en la belleza, es un poco más.

—En ese sentido de crecimiento, ¿algún personaje te impactó más que otro?

—Hay personajes muy fuertes en la primera temporada como Adélia (Pathy Dejesus). En la segunda estuve también impactado con Ivone (Larissa Nunes). Tiene unas escenas terribles, hasta lloré en escena. Estábamos relatando historias de los años 60, y ella contaba que le siguen pasando hasta el día de hoy por el hecho de ser negra y mujer. Veíamos qué poco habíamos crecido en tan pocas décadas.

—Es una serie para “nosotras”, para quien se identifique con lo que nos pasa a las mujeres en cualquier momento y lugar.

—Se ve bastante la sororidad y se puede disfrutar muchísimo. Es una serie que me interpela, más allá del maquillaje en sí, donde mi aporte no puede ser banal, de maquillar para que se vean bonitas. Estoy pintando una historia. El equipo trabajó de esa manera. Se creó como una familia, eso es lo más lindo también de la serie, nos seguimos visitando, llamando. También pasaron cosas que nos marcaron, como el incendio en el Amazonas, algo que también nos interpela. Cuando estás en una producción tan larga, fueron unos cinco meses, es como que te unen un montón de objetivos, de pensamientos.

La maestra Beatriz

Damián hizo la primaria en la Escuela N° 733 Bernardino Rivadavia y la secundaria en la Escuela Comercial N° 219 de Arequito. En los primeros grados, Beatriz Ré fue su maestra. De ella habla elogiosamente: “Beatriz fue una de las primeras personas que me dio esa chispa, el incentivo de la creatividad. La primera. Y también desde ese lugar, la empatía. Yo hacía con ella un taller literario, al que llegaba inventando historias de gnomos que vivían en mi jardín y ella, como genia que es, en vez de decirme ‘por favor no mientas’, me hacía contar más historias de gnomos. Lo que hizo fue despertar la creatividad. Como me marcó a mí, también a toda una generación. La amamos. Abrió una puerta. Eso es importantísimo: cuando abrís una puerta a un niño, lo llevás a un lugar donde puede hacer cualquier cosa, hablar de todo. Ese es un camino de ida.

—Es el camino del que hablábamos al principio…

—Ese camino es cómo me empecé a construir yo desde la mirada amorosa de una persona, que te deja crear, ser libre para contar. Una mirada muy generosa. Hay que ser generoso y empático para no cerrarle el camino a otro. Tenemos que escuchar y ayudar al otro a que busque, a que descubra, a que experimente, a que haga. Por más que se equivoque va a hacer su propio camino y está buenísimo. Pero si tiramos el no de antemano estamos limitando, les damos más peso a las personas para que el camino se haga más pesado. Yo tuve a Beti como primera, pero después tuve muchas Betis. Me construí a través de la devolución de esa imagen y por eso pude hacer lo que quiero. Creo que es lo más lindo de mi trabajo, más allá del éxito en sí, son cosas que van por otro lado: es ser auténtico con uno mismo y por eso está bueno.

 

Fuente: El Eslabón
Crédito de foto de portada: Alene Arruda

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