Soy Victoria, soy maestra, una trabajadora de la educación desde hace años 5 años que termine mi carrera. Reafirmo que con mis alumnos y alumnas aprendo todos los días, ellos y ellas siempre me enseñan algo. Por momentos, este año pensé que esto no iba a pasar, pero no solo aprendí de las y los estudiantes, sino de muchas de sus familias

Este año, 2020, me tocó 6º grado, repetí grupo y tenía varias ideas de trabajo con mi paralela. Pero, llegó el aislamiento, la cuarentena, la Covid-19 y todo lo que imaginamos no sucedió. Me llené de enojo, me frustré varias veces, vi y veo cómo el no acceso a internet profundiza aún más esa desigualdad ya existente (que tanta indignación e impotencia nos causa).

Fue cuando se nos “quemaban los papeles” (se nos siguen quemando) que con algunos compañeros y compañeras de los distintos niveles de la escuela decidimos armar un programa radial. Conocer un nuevo mundo, armar columnas, llevar a la radio temas que seguro estaríamos charlando en nuestras aulas, pensar entrevistas a los y las estudiantes de la escuela, consignas radiales, radioteatros, cuentos, etc.

Así fue cómo me convertí, durante un tiempo y cuando se habían habilitado algunos permisos debido a los pocos o casi nulos casos de contagios, en una “movilera”. Recorrí varios de los merenderos de Villa Banana, ollas que se sostienen por el trabajo de muchas de las mamás de mis alumnos y alumnas, con las cuales solamente habíamos hablado de notas, conductas o paseos. Ellas me mostraron y me reafirmaron que ahí están esos grandes actos de solidaridad que muchas veces hablamos en la escuela con sus hijos e hijas. Eran y son el ejemplo. Fue el barrio que se organizó en días, en horarios, en turnos, para intentar que todas las familias puedan tener, al menos, un plato de comida o una merienda (esos lugares, que tanto hacen, pero que deseamos que en nuestro país algún día dejen de existir).

También fue por la radio, que con una simple consigna de preguntar “cuál era su juego favorito”, pude escuchar a varios de nuestros alumnos y alumnas de distintos grados que hicieron emocionarme, sorprenderme, enternecerme con los audios de los peques del nivel inicial, y obviamente, reír, reír mucho con algunas de sus historias de juegos de cuarentena. En ese programa, más de 60 audios de chicos y chicas de todas las edades llegaron a la radio, y ellos y ellas pudieron escuchar sus voces. Pensé, varias veces, por qué se engancharon tanto ese día. Una de las respuestas que se me ocurren es que preguntamos a qué les gustaba jugar, y eso es lo que tienen que hacer los niños y niñas: ejercer su derecho a jugar, siempre.

En la radio, volví a escuchar a varios de mis alumnos y alumnas, y otros que no lo son pero una los quiere como si lo fueran. Sonaron los cuentos de Alma que tanto le gusta escribir; escuché a Elías hablar de reducir de la basura; a Luz sobre la existencia de cuerpos diversos, a Isaías contar la vida de San Martín, y a Eve cantar canciones inventadas para la radio. Me emocioné con Charli, de 5º año del secundario, diciendo lo mucho que aprendió en la escuela y lo que extraña a sus profes. Ellos y ellas como varios más.

Sin dudas, este año, también aprendí y reafirmé ideas. La importancia del trabajo con las familias, la importancia de crear redes con otras instituciones del barrio para saber qué pasaba con aquellos y aquellas estudiantes que no encontrábamos. Sostenerse con los compañeros y compañeras, crear en conjunto. Reclamar por el derecho a informarnos, a internet para que llegue a nuestros barrios populares, porque que esa brecha que se ensanchó debemos achicarla. Por último, y más importante: cuánto debemos aprender de la solidaridad y empatía que existen en esas ollas populares sostenidas en su mayoría por mujeres, que están en donde el Estado todavía no llegó.

*Maestra de la Escuela N° 1.422 Marcelino Champagnat, Rosario.

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