No ha sido menor el debate acerca de Quino y Mafalda. Por estas horas tantos lectores de orientación nacional siguen considerando a Joaquín Lavado como un humorista clasemediero, cómodo, sin anclaje. No sólo desoyen así las profundas consideraciones sobre su talento planteadas oportunamente por Caloi (empecé a dibujar porque quería ser Quino, lo copiaba textual) y Fontanarrosa (es un genio, me hubiera gustado tener su creatividad) sino también se niegan a percibir un factor determinante en la obra misma del recién fallecido.
De qué hablamos. Además de la impronta humorística sutil, irónica de casi todas sus realizaciones (el médico revisa al paciente y concluye: su cuerpo le está pidiendo que gane más dinero o el ya mítico palito de abollar ideologías, frase que parece habitual… ahora que está creada), este hombre silencioso, amable, por momentos inconsciente del valor de su propia tarea, brindó volumen y expansión popular al análisis básico de don Arturo Jauretche delineado en El Medio Pelo en la Sociedad Argentina y tantos textos más.
Efectivamente, la puesta en debate masivo de la figura de Susanita es un logro al cual deberíamos estar bien agradecidos. Admitámoslo: mientras los hombres de FORJA y quienes por décadas, y hasta el presente, intentamos calibrar el pensamiento del zonzo para quebrar la tendencia y volcar la mirada sobre la concepción nacional, llegamos a un público adentrado, politizado y con rastro formativo de relativa equivalencia, Quino se instaló en las revistas, en los diarios, sacudió la mente del tipo que empezaba a leer las tiras cómicas para no preocuparse tanto, de la señora que venía de criticar a la vecina (esa chirusa) por comprar un pantalón fuera de temporada.
En esa línea surgió el violinista aclamado en un gran teatro y luego repudiado al usar su arte en las calles para llenar su sombrero. La imagen del empleado medio que observaba con desconfianza al croto cercano mientras un ricachón metía su mano en los bolsillos. Y el célebre “¿¡cómo que no rema más!? ¡ Me extraña Fernández! ¿Estamos o no estamos en la misma barca? Esos dibujos, sólo por trazar un haz de recuerdos inmediatos, se enlazan con los ejes de Mafalda; vertieron sobre un público que sólo esperaba “chistes” una visión revulsiva de su propio comportamiento cotidiano. Cuántos compañeros que hoy ahondan desde el pensamiento nacional en la actualidad, empezaron a despabilarse mediante el filo, contafilo y punta de don Joaquín.
Pese a las polémicas, Quino justifica su labor con Mafalda y dentro de esa serie extraordinaria, con Susanita. Dió en el clavo al diseccionar en la cotidianeidad “ese” tipo de pensar activo portador de todas las taras raciales, sociales, culturales, y también acertó el situar a la pequeña co protagonista en una familia medio pelo, cuando la solución fácil hubiera sido acorralarla en una familia aristocrática y educada, con aires de superioridad pero, al mismo tiempo con ventaja real en el orden económico. Nada de eso: Quino derramó sobre millones de hogares que jamás leyeron los textos jauretcheanos el espejo en el cual sus habitantes podían reflejarse, y avergonzarse.
Pues, además, la cualificación de esas taras subrayada desde la misma historieta, era inequívoca.
Así que chau Quino. Y mil gracias por todo.
*Director La Señal Medios
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