Yo no sé, no. Pedro recordaba que lo primero que le enseñaron en primer grado era a formar fila tomando distancia. Y cuando ya estaba en tercer grado, era toda una tentación lo de no guardar distancia, más cuando las seños estaban muy estrictas sobre el tema. Moverse, quizás, fue el primer acto de rebeldía.

En cuarto ya lo hacía con el fin de demorar a todos en el patio para poder ver, y que lo viera, una piba que iba a la otra división.

En el campito ya se sabía que había que estar atentos a la distancia en las barreras, sobre todo de aquellos pícaros que apenas te descuidabas se adelantaban. Hasta que nos dimos cuenta que corriendo la pelota hacia atrás un toque, era suficiente como para superarla. Y luego lo vimos al Negro Palma hacerlo.

Cuando llegamos a la secundaria, de noche, nos tocó un tiempo de romper la quietud de la fila, de achicar distancias, y si alguna vez la movimos para atrás (cosa que nos costaba) fue para superar las barreras del momento, por arriba.

Pedro me dice: “Mirá, en la primaria nos revelábamos a quedarnos quietos, y con distancia, hasta que empezábamos a sentir esa bandera que se izaba para sobrevolar sobre nuestras cabezas como un ave que protege a las crías. El gran mérito de esa escuela pública, en nuestro caso, fue haber aprendido a sentir que debajo de la azul y blanca estaba el nuestro, que éramos nosotros. Y en la secundaria, el mérito se lo llevaron esos proyectos colectivos que nos tocó militar”.

Por estos tiempos, en los que por cuestiones de salud nos quedamos tomando distancia, con cierta quietud, reavivan los poderosos, la idea de que a nuestro destino lo disponga una “meritocracia”, así como pretenden miserablemente que este bicho deje vivos sólo a los jóvenes y sanitos. ¿Y saben qué? No serán jóvenes con una idea tan vieja como espartana, y menos sanitos, por lo menos del marote y por falta de corazón .

Por eso, si me preguntan si me gusta la “meritocracia”, yo les respondería que elijo la salud pública, por sus méritos; la escuela pública, por sus méritos, y los proyectos colectivos en los que uno elige y es elegido, como en el campito, no por sus habilidades sino por sentir ciertas lealtades, tanto en los triunfos como en las derrotas.

Nos volvemos con Pedro, sabiendo que es muy probable que tengamos que correr un toque para atrás la pelo, por ahora para ganar tiempo, que no es poca cosa. Como no lo es la vida misma.

 

Fuente: El Eslabón

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