Pucha con esto del Día de la Lealtad en pandemia y en casa. Justo éste que da para gran festejo, que es bodas de brillantes del casorio de un pueblo trabajador con una identidad política nacional, matrimonio que ha tenido y tiene sus altibajos como cualquiera en términos terrestres, pero impoluto en el plano celeste esbozado por Leopoldo Marechal en su Megafón, o la guerra.

Y pucha con esto de quedarse en casa justamente este 17 porque a la vez, si se habla de guerra, cómo no morir de ganas de llenar las plazas igual que en el ‘45 y tantas veces más, ante el nuevo ataque artero que por estos días sufre este sentimiento que bautizó Lealtad a su jornada fundante.

Porque a ver, más allá de matices y contextos históricos, cada andanada que sufre un gobierno peronista conlleva un plus explosivo que excede cuestiones de pujas electorales.

Lo que se vuelve a exponer es el autoritarismo salvaje de los grupos económicos trasnacionales y sus socios locales frente al movimiento político argentino que más ha afectado y puede afectar sus intereses.

Bombas y metralla en la plaza de Mayo, fusilamientos, proscripción, torturas, desapariciones, son datos ciertos del pasado. Y vaya a saber preludio de qué otras bestialidades pueda ser esta xenofobia simbólica antiperonista del siglo XXI, que exacerba odios y miedos, que para no parar de llevarse el oro ajeno ahora coloniza la noción de la realidad con pantallitas de colores, que degrada el valor de la vida de los cabecitas negras y sus dirigencias tal como los Cristóforo Cacarnú (Divididos dixit) lo hicieron con la de los pueblos originarios y sus caciques. Vale decirlo –para seguir entonando épicas de rock nacional y popular– al modo de la Marcha de la Bronca de Pedro y Pablo: “Nooooo puedo ver, tanta mentira (y estigmatización y persecución y condena y saqueo) organizada, siiiiin responder con voz ronca, de bronca, mi bronca”. Esa bronca como la de las obreros y obreras que el primer 17 se amucharon, marcharon sin puentes levadizos que los frenen y gritaron y gritaron “queremos a Perón” hasta que lo tuvieron en el balcón.

Pero pucha otra vez con esto de quedarse en casa, que obliga a prescindir por estas horas pico del antídoto de andar abrazados por las avenidas terrestres, que lleva a tener que adaptarse a las condiciones que impone el virus y su laberinto, como la de adentrarse a movilizar y gritar en el mundo de las pantallitas de colores, que aunque etéreo, por cierto, no tiene nada de celestial; más bien supone el peligro lógico de manipular armas a las que las carga gente peor que el diablo.

Tanto y tan integral es el ataque que no se limita a taladrar tolerancias con diatribas directas y altisonantes. Los muy maulas apelan incluso a provocaciones más sutiles y perversas, como la de empoderar con el taladro a la gilada disfrazada de analista serio que muy suelta de cuerpo afirma que “el peronismo está perdiendo la calle”, que estarían “ganando” los manifestantes de los bandecamionetazos de estos días, inflados al punto de hacer parecer muchos a los no tantos que se pliegan, entre los que son menos los que pueden articular algún mensaje claro y genuino que los llevados por la coca y el McChori imperialistas, letales para el pensar y sentir de algunas gentes.

Así de tremenda la paradoja de este cumpleaños 75 de la Lealtad. Los mismos que siempre descalificaron por obstructoras de tránsitos, populistas y supuestamente innecesarias en el marco de la democracia republicana a las concentraciones de peronistas y afines; hoy las incitan hasta con chicanas retorcidamente insidiosas para ensanchar la grieta que siempre cavaron. ¿Qué mejor escenario para los afanes desestabilizadores que una espiral de golpe por golpe y virus por virus con la calle como escenario?

El desafío, hermanos y hermanas descamisados y descamisadas, es enorme. Hay que aguantar a cuerpo y alma firmes puertas adentro. Hay que refrescarse las patas en las ciber fuentes y después meterles alcohol en gel abundante. Hay que recrear consignas. “Qué lindo, qué lindo que va a estar, llenar de humo de asado a féisbu y a instagrám”. “Arrobas, corchetes, por otro 17”. Barbijo y paciencia son premisas hasta que aclaren la vacuna o la falopa que liberen del encierro forzoso tanta ansiedad por los reencuentros. No falta mucho. Sabelo, gorila que la vas de camorrero. Ni las calles de los countries son de ustedes para siempre. No mientras exista el peronismo, que ha sabido resistir cosas peores que este cóctel de peste y apriete mediatizado.

Aunque tanta pandemia suelta coarte las acciones, aunque tanto fuego enemigo requiera cerrar filas con prudencia, la experiencia acumulada al cabo de tantos 17 invita a recordar que la Lealtad que se sostiene es a la capacidad transformadora del movimiento que plantó las banderas inoxidables de justicia social, independencia económica y soberanía política. Claro que las circunstancias cambian, que el tacticismo vale, que la correlación de fuerzas tiene flujos y reflujos que hay que saber digerir. Es indiscutible la necesidad que había de refinar modales y maquillar lenguajes para derrotar al macrismo. Pero ni la satisfacción moral de haber recuperado el Estado, ni la importancia de cuidar la gobernabilidad, alcanzan para reabrir las fábricas cerradas y llenar las panzas vacías, que son las acciones que legitiman a las dirigencias peronistas. Obviamente, la agenda pública instalada por el cañoneo mediático es muy distinta y, de tan estridente, insoslayable. Pero si lo único que se escucha y atiende es ese vocinglerío, son demasiadas las voces que no encuentran eco suficiente. Y esas voces son las de quienes hoy apenas sobreviven en medio de tanta injusticia y desigualdad. El cuadro de situación social del país remite a la era de antes del peronismo. La falta de empleo, el incumplimiento de derechos laborales básicos, la exclusión, golpean todos los días a millones.

La tarea de la reconstrucción no es fácil. El exceso de posibilismo puede llevar a plazos demasiado largos de concreción de soluciones. La desesperación por avanzar puede friccionar hasta el fuego; y a los incendios hay que apagarlos, no echarles leña. El “todo en su medida y armoniosamente” puede ser resignificado de modos diversos según el lugar que hoy le toque ocupar a cada peronista. Hay riesgo de aislamiento en los microclimas de varios despachos encumbrados, hay mucho de mezquindad irresponsable en las pujas entre orgas por las segundas y terceras líneas de la estructura de gobierno, hay ingenuidades y berrinches contraproducentes en el amplio archipiélago de las expresiones de base. Congeniar estas disparidades será más sencillo si se debaten y dirimen sin perder de vista el rumbo que marcó la gesta de 1945. Se trata, sí, de asumir las pautas de la modernidad, de postear la esencia revolucionaria en el naciente siglo XXI. Pero también, más que nunca, se trata de volver a las fuentes, de volver al 17.

 

Fuente: El Eslabón

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