— ¿Dónde decís que vive este tipo?

— En Berisso, la loma del culo debe ser eso.

— ¿Y qué hacía en Pilar un domingo a la noche.

— Trabajar, debe ser un muerto de hambre.

Santiago Biasi fue lo peor que le pudo pasar al Clan García Belsunce. “Indignación” pero también mucho miedo les provocaban las declaraciones de ese médico rubión, regordete, de mirada dura y de inquebrantable determinación que cambiaría el curso de la investigación de una de las muertes más comentadas en la historia criminal argentina.

Esa noche del 27 de octubre de 2002 Biasi iba y venía en una ambulancia de EmerNort, la empresa de emergencias médicas en la que trabajaba hasta los domingos para poder llevar el mango a su casa, a su familia que lo esperaba en el Barrio Banco, en su querida Berisso, ahí, en la loma de sus afectos donde los vecinos lo conocen y lo respetan porque saben muy bien quién es.

Biasi tenía una vida y pasó a tener otra hasta que esa tarde-noche un llamado lo condujo a una mansión en un exclusivo country en Pilar, donde una mujer yacía en el piso del baño, con las ropas deportivas empapadas, el cabello revuelto y la cara manchada con su propia sangre. Decían que la mujer se había resbalado, que se había golpeado con la canilla de la bañera y por eso había muerto. Pero tenía cinco balazos en el cráneo y un sexto le había rebotado y el plomo deformado andaba por ahí.

Otro médico, que había llegado un rato antes que el berissense, le estaba limpiando la cara a la muerta y fue lo primero que encendió en Biasi una alarma interior.

La sangre en la cara

“Le dije que no le limpiara la cara, que dejara de hacerlo”, diría Biasi más tarde ante el único investigador del caso que por entonces parecía no “ir al bombo”: el fiscal Diego Molina Pico y lo repetiría a voz alzada, varias veces, generando un inquietante murmullo a sus espaldas cuando años después lo llevarían como testigo en el juicio oral por el asesinato y el encubrimiento del asesinato de la socióloga y activista de Missing Children, María Marta García Belsunce.

La llave que permitió (más allá de las polémicas instancias judiciales que vinieron) abrir el misterio de un crimen de repercusión nacional e internacional estaría en Berisso, en una casa modesta pero bien arreglada como todas las de ese emblemático Barrio Banco Provincia, en la Montevideo al fondo, hacia Los Talas.

Desde esa casa, ese domingo, Santiago Biasi saludó a su familia y se fue a trabajar allá lejos, a Pilar, porque no era “un muerto de hambre” sino un tipo que amaba su profesión y no le hacía asco al trabajo. Nunca imaginó lo que vendría.

Después de su testimonio, que desbarataría todos los planes de él o los asesinos y sus encubridores, Biasi perdería su trabajo, sería amenazado, su auto baleado. Su vida y la de su familia no sería la misma. Pero aún así no se quebraría.

“Lo que yo vi, lo vi”, diría al diario El Día, en la primera y única entrevista periodística que daría por entonces.

En tiempos de series sobre casos policiales, la historia particular de Biasi amerita una propia. Porque, como se dijo, su vida nunca fue la misma después de haberse animado a contar lo que vio y escuchó aquella noche en la mansión de los García Belsunce. Lo mal que la pasó Biasi después de haberse animado a decir que María Marta García Belsunce no se había golpeado con una canilla, es una historia que, curiosamente o no tanto, ninguna serie o documental han contado.

“Ya arreglamos con el doctor”

Biasi llegó esa noche al Country Carmel en la segunda ambulancia que pudo entrar al lugar. Un buen rato antes lo había hecho otra, con el médico Gauvry Gordon, el que le estaba limpiando la sangre a aquella mujer acribillada en el baño de su casa.

“Ya arreglamos con el doctor”, le dijeron. Y fue como si le hubiesen puesto un petardo encendido en el bolsillo trasero del pantalón. Su colega Gauvry Gordon quedaría envuelto en un escándalo judicial y procesado por lo que la Justicia consideraba una dudosa conducta en aquel escenario que para la familia era el de una desgracia doméstica pero que resultaría la escena de un crimen brutal, donde luego se sabría que la víctima había sido golpeada, arrastrada y ejecutada. La prueba del famoso Luminol mostraría las marcas de sus dedos arrastrándose en una pared, cerca del marco de la puerta del baño donde fue baleada, como queriendo aferrarse a la vida que habían empezado a quitarle.

“Ya arreglamos con el doctor”, contaría Biasi que le dijeron en aquella casa donde le extrañó que nadie lloraba a los gritos, todos estaban tranquilos y, además, insistían en tranquilizarlo a él insistiendo en que todo había sido un accidente doméstico y que ya habían “arreglado” con el doctor que había llegado antes que él.

Después del crimen, con la víctima enterrada en el cementerio de la Recoleta porque el fiscal no se había animado a suspender el velatorio y ordenar una autopsia, según confesaría más tarde, Biasi contó lo que vivió aquella noche. Y el estupor que causó fue tan grande que fueron a buscar testigos para que también oyeran lo que estaba diciendo.

“Papá y la familia la pasó mal”

Y contó todo. Que la mujer tenía la cabeza agujereada a balazos, que uno era tan profundo que pudo entrar su dedo hasta la primera falange del índice, que una mujer que le habían dicho que era la masajista estaba limpiando la sangre y la escena del crimen, que el médico Gauvry Gordon le limpiaba la cara a la fallecida y que algunos miembros de la familia le insistían en que “no era necesario” dar parte a la policía.

“Yo estaba cursando mis últimas materias de Derecho y me llama papá y me cuenta por teléfono lo que había pasado y me pide que lo asesore, que le diga qué hacer. Recuerdo que estaba muy nervioso y yo le dije que se tranquilice y que en casa veíamos qué hacíamos. Entonces yo le ayudé a redactar el informe que presentó en la empresa”, recuerda 18 años después de aquella noche Fernanda Biasi, que se recibió de abogada, incursionó en la política, fue concejal y sigue ejerciendo su profesión.

“Papá la pasó mal, todos la pasamos mal después de aquello”, dice hoy la doctora Biasi. La empresa EmerNort, según declararía más tarde Biasi, no presentó ese informe a las autoridades judiciales y policiales donde dejaba sentado que María Marta García Belsunce había sido víctima de una muerte violenta.

Y lo echaron, pese a que a través de su entonces director médico, Héctor Festa la empresa diría que Biasi había “hecho lo correcto” y que la responsabilidad de haber omitido la denuncia por muerte violenta había sido del primer médico en llegar al lugar, Gauvry Gordon. Dijeron también que “la desvinculación de Biasi de la empresa” no estaba relacionada con el caso García Belsunce.

Lo cierto es que Biasi se quedó sin trabajo.

La Asociación de Médicos de la República Argentina reaccionó rápidamente. “El doctor Biasi sólo cumplió con su trabajo y fue despedido sin causa, por eso apoyamos al colega y a su familia”, indicaría la entidad que en un comunicado donde pediría “rápido esclarecimiento de los hechos acontecidos y del que fueran víctimas el doctor Santiago Biasi y los integrantes de su familia”, en referencia a las amenazas e intimidaciones que sufrían.

Por aquel entonces Ginés González García también era, como ahora, ministro de Salud de la Nación, en tanto en la Provincia lo era Ismael Passaglia. A ambos le pidieron por Biasi pero tal parece no tuvieron mucha suerte. Ese despido laboral fue, acaso el primer cambio brusco en la vida de ese médico berissense que se animó a contar lo que vio en la casa donde mataron a María Marta García Belsunce, un caso que más adelante transitaría por diferentes caminos, algunos novelescos y otros no tanto.

Por caso, el fiscal Molina Pico buscó la forma de probar que el crimen había tenido un móvil económico “de alta gama” y vinculado nada menos que al narcotráfico. La pista nació en la computadora de María Marta García Belsunce bajo el nombre del archivo “Bicho”. Para el fiscal esa era una rendija que le permitía asomarse a una entidad financiera vinculada a allegados a la familia y una de las pantallas utilizadas para blanquear dinero del Cartel de Juárez, la organización narco mexicana creada por Gilberto Ontiveros, alias “El Greñas”, Rafael Aguilar Guajardo y los hermanos Muñoz Talavera y alguna vez controlada por Amado Carrillo Fuentes, el “Señor de los Cielos”.

El león embalsamado

La DEA le seguía a Carrillo Fuentes sus pasos en Argentina y sus inversiones a través de diferentes empresas. Cuando su imperio cayó en desgracia, el gobierno argentino incautó bienes por varios millones de dólares. Casas, campos, yates, todo alta gama.

Cuentan que aquel final de los 90 y principios de los 2000 en nuestro país el Señor de los Cielos encontró tierra fértil y desparramó inversiones en Buenos Aires, Bahía Blanca y puntos claves de la Costa Atlántica. En la Recoleta tenía un departamento de casi 200 metros cuadrados y en medio del enorme living un león embalsamado, una pieza que poco cuesta imaginar su valor entre la tarea de cazar al pobre animal, disecarlo e ingresarlo al país.

El fiscal siempre estuvo convencido que el móvil del crimen pudo tener que ver con una disputa por dinero transferido al exterior ocho días después del homicidio de María Marta García Belsunce. En la extensión de esa supuesta pista narco figuraba una reconocida vecina del Country Carmel y amiga de la familia de la asesinada: Nora “Pichi” Taylor, una mujer que varias décadas atrás había sido elegida reina en la Fiesta de la Papa, en su Balcarce natal. Taylor protagonizaría uno de los capítulos más recordados del juicio oral realizado tiempo después.

Es que en su declaración original como testigo, Inés Ongay, una entrañable amiga de María Marta García Belsunce que enterada de su muerte había viajado desde Bariloche para asistir al entierro en la Recoleta, había dicho que la Pichi Taylor le había contado que “se había pagado para hacer lo que el Gordo (por Carrascosa) quería”. Es decir, sin autopsia ni nada que pudiese mostrar que la muerte de su mujer no tenía que ver con la canilla de la bañera.

A los gritos, casi insultándola y refregándole su condición de “mujer sola”, Taylor negó todo. “Vos no tenés nada que perder. No tenés hijos. No tenés marido”, fue lo que le espetó Taylor. Pero Ongay se puso firme: “Hasta el día que me muera voy a afirmar que vos me dijiste que se pagó para hacer lo que Carrascosa quería”, dijo Ongay, en absoluta paz.

¿Con esa gente se fue a meter Biasi, el médico del barrio Banco Provincia, ahí en la Montevideo al fondo, en Berisso? Cuando empezaron las amenazas, las telefónicas, los autos sospechosos pasando una y otra vez, la Procuración General bonaerense le ofreció a Biasi entrar en un programa de protección al testigo. Como en las películas o en las series donde se evita contar cosas como las que le pasaron a Biasi, le ofrecieron otra vida para ponerlo a salvo.

Pero Biasi dijo que no con la misma determinación con la que se plantó esa noche cuando le dijeron “vaya tranquilo que esto fue un accidente”. A esas intimidaciones se sumaría otro episodio grave en el que su automóvil fue severamente dañado por desconocidos mientras seguían los raros llamados telefónicos y los automóviles siguiéndolo.

El doctor Biasi nunca se fue de Berisso ni dejó la profesión. Todavía ejerce y últimamente lo hace en un lugar del interior que la familia prefiere que no se revele. A 18 años de todo aquello los fantasmas o mejor dicho los actores de carne y hueso detrás de todo lo que le tocó vivir, quizá sigan revoloteando. Su historia es la historia dentro del caso García Belsunce. Tan estremecedora que hasta da para su propia serie.

Los que hablaron de cremación

Otro punto que llamó la atención por su ausencia fue el testimonio que en su momento dieron el ex gerente de una funeraria y un médico vecino del Carmel. Manuel Nolting, un ginecólogo amigo de la familia afirmó que le impidieron ver el cadáver.

En tanto Oscar Sierco y su esposa Yolanda Giménez le dijeron a los jueces María Angélica Etcheverry, Luis Rizzi y Hernán San Martín, que la noche del asesinato se presentó Guillermo Bártoli, cuñado de la víctima acompañado por Miguel Taylor, esposo de la vecina Pichi Taylor, y preguntó cómo era el trámite para cremar el cuerpo.

Sierco declaró que Bártoli le dio un domicilio de la calle Junín en la CABA y a partir de ahí él confeccionó un certificado de defunción, que luego originó una causa penal por la supuesta falsificación del documento, ya que María Marta había sido asesinada en Pilar, no en la ciudad de Buenos Aires.

“Llegaron Miguel Taylor y Guillermo Bártoli. El último de ellos me dijo que necesitaba contratar un servicio para cremación o para bóveda para una mujer que había muerto de un paro cardíaco mientras se estaba duchando. Entonces, pasamos al salón de exposiciones de ataúdes. Cuando miraban el cuarto cajón, Bártoli me preguntó cuánto costaba. Le dije que si era para poner en bóveda o nicho no servía porque era de mala calidad. Me dijo que no importaba porque en unos pocos días iba a ser cremada”, aseguró Sierco en el juicio, en un pasaje clave que la serie no mostró.

También el testigo refirió a Graciela Jáuregui, una empleada de la empresa SCI que agrupa a varios cementerios y funerarias, que le comentó que “su jefa en Lázaro Costa había recibido una llamada de Horacio García Belsunce (h.), hermano de la víctima, en la que preguntó por el servicio de una cremación en el cementerio Jardín de Paz”. Jáuregui desmintió esos dichos y fue sometida a un careo que tampoco se mostró en la serie. En esa instancia la mujer, visiblemente nerviosa, repitió 14 veces la frase “no me acuerdo”. “Esta señora tiene mala memoria. Esta gente -por los familiares de la víctima acusados en la causa por encubrimiento- fueron a contratar un servicio de cremación”, insistiría el testigo.

*Periodista del diario El Día y La Señal Medios

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