Susanna Montesano

La primera vez que me encontré con el pañuelo verde fue en 2017, cuando preparándonos para un viaje en el NOA con mis amigas de Buenos Aires, lo vi atado a una de sus mochilas. Como italiana, era la única que no sabía lo que era, pronto me lo explicaron y cada día que siguió empecé a ver más y más pañuelos verdes a mi alrededor.

Si lo pienso bien, fue por reconocer el pañuelo en las mochilas de tres chicas que estaban en la frontera con Bolivia, que Mari y yo empezamos a tener la curiosidad de conocerlas. Y de hecho, el pañuelo nos unió y nos hizo identificar: como argentinas (es difícil explicar mi nacionalidad) y como feministas. Bastó para que empezáramos a charlar y de ahí en más para encontrarnos y viajar juntas durante un mes. También para construir una amistad fuerte de experiencias comunes y sororidad. En la Argentina tuve mis primeras amistades con quienes charlar sobre  feminismo, que era parte de la construcción natural del lazo relacional.

Cuando, después de cinco meses de viajar por Sudamérica, volví a cruzar la frontera Argentina ya se había instalado el debate para la legalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo en el Congreso. Ver chicas con el pañuelo verde atado en la mochila o el bolso -hasta en la muñena!- era la norma.

Llegué a Rosario en junio del 2018, estaba parando en la casa de quien era mi novio en esa época y había mucha movilización, mucha emoción, porque era la semana de la aprobación de la legalización del aborto en la Cámara de Diputados. Ambas, la hermana y la madre, como activistas feministas, estaban esperando ese día desde hacía años. Evidentemente yo también me puse remanija por el debate en la Cámara.

Yo creo que en la lucha por la legalización del aborto siempre fueron involucradas más temáticas y en muchos niveles de profundidad. Lo que siempre me ha fascinado más sobre el movimiento feminista en la Argentina es su masividad y su capacidad de influir directamente en la cultura, la mentalidad y las luchas del país entero.

Susanna Montesano

Nunca había visto un Encuentro Nacional de Mujeres antes de viajar a la Argentina, ni pensaba que era posible que desde abajo las mujeres pudieran tomarse su tiempo y lugar, y sin quedarse atrapadas en debates estériles sobre la legitimidad de que las mujeres tengamos un espacio para reunirnos y debatir sobre nuestras temáticas. La interseccionalidad de la lucha en la Argentina funcionaba ya desde antes del MeToo.

No puedo pensar la cuarta ola del feminismo sin el movimiento Ni Una Menos, que es capaz de influir las luchas feministas (y no solo éstas) de todo el mundo con sus prácticas de sororidad, con tomas de espacios para mujeres, con poner en relación temáticas de crisis económicas y feminismo, con la inclusión de las disidencias y de las trabajadoras sexuales, con la devolución del espacio a las mujeres indígenas…

Para mí el viaje por Argentina no se puede separar del viaje por el movimiento feminista argentino. O sea un viaje que es (y siempre será) una continua deconstrucción, cuestionamiento, reflexión y crecimiento sobre mi manera de pensar y verme a mí misma y al mundo.

Y ahí llegó mi primer pañuelo, que me regaló la madre de mi ex novio: al toque se volvió el objeto que me recordaba ese viaje inmenso por Sudamérica al cual más me sentía unida. Me encantaba la idea de mostrar mi apoyo a la lucha con el simple hecho de caminar, con mi sola presencia y la performatividad de lo que llevaba puesto. Me bajé del avión de vuelta a Roma con el pañuelo en la cabeza, a la manera de las Madres de Plaza de Mayo, como Vera Vigevani Jarach, la mejor amiga de mi abuela, siempre presente en mi familia como ejemplo de fuerza y lucha, demostración que la vida privada no se puede separar de la política.

Llevar el pañuelo a Italia y llevarlo siempre conmigo significa para mí llevar la manera de luchar de las argentinas a mi realidad cotidiana, difundir la idea de que hablar de feminismo y declararse feminista no es tabú.

pañuelo verde

Ya en la marcha del 25 de noviembre del 2018, el movimiento Ni Una Menos italiano (Non Una di Meno) ocupó las calles de Roma con miles de pañuelos fucsias (los verdes tampoco faltaron): habíamos encontrado un pañuelo que también pudiese significar la lucha de las mujeres italianas, en un país donde sí, el aborto es legal, pero de hecho la mayoría (7 sobre 10) de los ginecólogos se niega a practicar la IVE con implicaciones tan grandes y trágicas que no las voy a tratar en este espacio.

Así que los pañuelos con que camino por las calles ya son dos : el verde y el fucsia. Ambos importantes para contar mi activismo y comunicar que cada persona que esté necesitando de ayuda o apoyo porque está sufriendo violencia de género por la calle pueda encontrar en mí un espacio seguro de apoyo y confianza.

Sé que llevar un pañuelo no es suficiente para la deconstrucción, para dejar de juzgar, para dejar de ser violenta en cualquier espacio y de cualquier forma: pero es una referencia importante para mí misma del camino que hicimos, como individues y como colectividad, y de todo el camino que todavía tenemos por delante, lleno de luchas, sufrimientos y conquistas.

(*)Estudiante romana de Psicología. Es activista feminista y viajera.

 

*En esta nota uso el femenino como plural universal por una cuestión de comodidad mía y porque comparto la idea de producir contenidos que valoricen el protagonismo de las mujeres en los procesos sociales. Sin embargo, creo que los aportes de todas las personas que no se identifican como mujeres y que están poniendo en duda con sus propias cuerpas el binarismo de género, sean una parte fundamental de la lucha feminista contra el ci-hétero-patriarcato.

 

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