La proximidad de las fiestas de fin de año puede presentarse como un momento propicio para pensar –o por qué no, repensar– qué regalamos a los niños y jóvenes de nuestro entorno familiar. Tradicionalmente los adultos se inclinan por algunas de las múltiples opciones de compra que insistentemente se ofrecen desde la mercadotecnia mundial a través de una ampulosa e incesante publicidad mediática; entre los que destacan artículos de juguetería, indumentaria, perfumería, electrónica, tecnología y otras propuestas comerciales “de moda” que, por lo general, son de procedencia extranjera y que en el fondo –más allá de sus facetas lúdicas o de pasatiempo– no propician experiencias estéticas y sociales, auténticas y perdurables, como deberían favorecer aquellos bienes (materiales o simbólicos) que se ofrecen con entusiasmo, sacrificio y amor.
Si reflexionamos –en términos formativos o culturales– sobre el valor y la trascendencia personal de esas atenciones que se adquieren en determinadas fechas para los niños y jóvenes debemos reconocer que lamentablemente para una gran mayoría de adultos que en nuestro país cuentan con el poder adquisitivo suficiente para satisfacer sus deseos y necesidades, los libros (por motivos que deberíamos reflexionar en otra oportunidad) no figuran entre las opciones de sus compras navideñas o de fin de año.
Ahora bien, y como tan clara y contundentemente lo expresa la española Teresa Colomer (En Andar entre libros: La lectura literaria en la escuela, México: Fondo de Cultura Económica), si realmente pensamos en el desarrollo y en el crecimiento integral –y no sólo en las necesidades más frívolas, exitistas y comerciales– de nuestros hijos e hijas las producciones editoriales más hermosas de la cultura escrita –aquellas que se escriben en libros de variados tipos, temas, géneros, formatos y soportes– no deberían faltar en esas especiales ocasiones: “Nuestro mundo se hace cada vez más global y más desigual al mismo tiempo. Sin embargo, los niños que viven en los márgenes del sistema social necesitan la palabra y las historias para poder sobrevivir. Y los niños que viven instalados en la mayor pasividad consumista necesitan de la palabra y las historias para poder rescatarse”.
Siguiendo el atinado razonamiento que nos ofrece esta reconocida especialista vinculada al mundo de la Literatura y la Pedagogía de la Lectura, podemos afirmar que si deseamos lo mejor para nuestros afectos más queridos, de una vez y para siempre, el libro debe ser considerado en todo tiempo, lugar y circunstancia como un presente vital, amoroso y esencial, y fundamentalmente como una alternativa de compra válida e impostergable para ofrecer en marcos festivos tan importantes como las populares celebraciones de fin de año.
Sencillas y potentes razones
A continuación –y para quienes puedan y quieran hacerlo– ensayo algunas sencillas pero potentes razones de por qué este fin de año deberíamos adquirir y regalar más y mejores libros a nuestros niños y jóvenes:
Porque obsequiándoles libros hermosos les entregamos también un pase libre para el despertar de la inteligencia y la fantasía. Un buen libro no sólo provoca diferentes experiencias emocionales (alegría, asombro, aversión, emoción, miedo, felicidad, congoja, expectación); sino que además y sobre todo favorece la creación y experimentación de travesías intelectuales y estéticas tan diversas y necesarias como acceder a otros mundos posibles, vivenciar e imaginar otras vidas diferentes a la propia, viajar mentalmente en el tiempo y el espacio, protagonizar aventuras sorprendentes, identificarse con personajes, situaciones e historias ordinarias y extraordinarias, elaborar imágenes mentales y ensanchar el imaginario cultural para volver, una y otra vez, a esos universos de ficción construidos íntegramente con ilusiones y palabras.
Porque un libro es siempre una espléndida oportunidad de encuentro con uno mismo y con los otros. Un buen libro motiva a ser socializado, a ser ofrecido, a ser compartido. Por eso podemos decir que quien tiene libros desde pequeño tiende a ser más comunicativo, más generoso, más asequible, más atento, más franco, más cuidadoso… más humano.
Porque a través de la lectura compartida se puede disfrutar de un auténtico e indispensable tiempo de calidad en familia. Leer juntos es una valiosísima oportunidad para acceder a un momento distinto y gratificante, en el que se afianzan y fortalecen los vínculos afectivos y las afinidades familiares y comunitarias.
Porque a través de la conversación sobre los libros que se eligen y leen se estimula el habla y el desarrollo del lenguaje. Las historias compartidas acercan palabras y frases nuevas, lo que posibilita perfeccionar y diversificar el vocabulario y la capacidad comunicativa y expresiva de los lectores y lectoras en formación.
Porque muchos libros infantiles y juveniles que abordan cuestiones complejas (como la muerte, el divorcio, las configuraciones familiares, las transformaciones sociales, las migraciones, la violencia, los abusos, el miedo, la soledad, la incomunicación, la diversidad sexual, la interculturalidad y otros tópicos) permiten a los niños y niñas conocer, comprender e intercambiar con los adultos sobre hechos o situaciones ignotas, difíciles o dolorosas; además de fomentar la tolerancia y el respeto por los sentimientos, actitudes y formas de ser y vivir de otros seres humanos.
Porque en general los niños y niñas que crecen con libros o entre libros no sólo aprenden a cuidarlos y a valorarlos, sino que tienden a desarrollar más y mejor ciertas capacidades y habilidades cognitivas y sociales esenciales como la autonomía, la empatía, la autoestima, la curiosidad, la atención, la concentración, la observación, la interpretación, la abstracción, la memoria y la imaginación; lo que les posibilita no sólo obtener un desempeño sociocultural más deseable sino además un mejor rendimiento académico durante todo su proceso educativo.
Porque el libro es un constructo resistente y duradero, reutilizable y ecológico, que actúa como un factor clave de desarrollo cultural y económico. Cuando compramos un libro no sólo se favorece el lector y el librero sino también el autor, el ilustrador, el diseñador, el corrector, el editor, el papelero, el transportista y muchos otros trabajadores que forman parte del vasto engranaje de la cadena del libro.
Porque regalar o recibir un libro es un gesto de amor que perdura como un encantamiento más allá de las lecturas que ese objeto singular propicia para siempre. Y como maravillosamente expresa Gustavo Martín Garzo, porque un libro atesorado, más allá de su simbólica y amorosa materialidad, es una casa de palabras al que podemos volver –solos o acompañados– cada vez que necesitemos o queramos; es un refugio acogedor y seguro que puede protegernos de los peligros, de las ansiedades y de las angustias cotidianas que acarrean –lamentablemente, cada vez con más frecuencia– las incertidumbres de la vida.
Sugerencias
Finalmente me permito recomendar algunos títulos que por su calidad y belleza literaria, bien merecen figurar en todos los listados de los próximos y potenciales obsequios navideños:
Para lectores iniciales: El día que los árboles volaron, de Gioconda Belli. Ed. Planeta lector, 2020; Cómo el Grinch robó la navidad, Dr. Seuss. Ed. Penguin Random Hause, 2018, y El monstruo de colores, de Anna Llenas. Ed. Flamboyant S.L., 2017.
Para lectores con vuelo propio: El monstruo y el laberinto, de Luciano Saracinto. Ed. Cántaro, 2019; Mancala, de Natalia Porta López. Gerbera Ediciones, 2018; Historia de dos ratas que comían libros, de Verónica Sukaczer. Ed Norma, 2018.
Para lectores con experiencia: Las Ciudades Invisibles, de Ítalo Calvino. Crisalida Crasis Ediciones, 2008; La niña, el corazón y la casa, de María T. Andruetto. Ed. Sudamericana, 2019 y Montes de silencio, de Alicia Barberis. Ed. Colihue, 2018.
*UNNE.
Especialista en Literatura y Pedagogía de la Lectura