“Yo soy la esclava del Señor; que haga en mí lo que has dicho”. Las palabras corresponden a María, la Virgen, la Santa Madre de Dios, parada frente al Ángel Gabriel cuando éste, el enviado de Dios, le anunciaba que fue elegida para ser la madre de su hijo. El momento, crucial en la historia cristiana, crucial en el mundo occidental, llega, 2021 años después al Congreso de la Nación. Aparece como una instancia determinante para discutir la interrupción voluntaria del embarazo. Se insta a no celebrar el nacimiento de Cristo, ni la fiesta en sí, en caso de manifestarse a favor del aborto. Se propone no discutir una ley urgente por respeto a la fiestas. Y se invita a pensar que con el aborto legal “no existiría la Navidad, porque Jesús no hubiera existido”. La Anunciación también se abraza, se lee y se elige como el momento crucial de una mujer que dice sí, que decide llevar en su vientre, parir, criar y llorar a su hijo. Más silenciadas que otras voces, teólogas, pastoras, católicas feministas proponen una nueva lectura de las sagradas escrituras, plagada de preguntas que traen nuevas respuestas y formas de transitar el camino de liberación que propone su fe.

El deseo y la celebración

“María no aceptó de manera sumisa, sino que ella fue informada e hizo uso de su derecho a decidir”, comparte Claudia Tron, pastora de la Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata. La religiosa abre la lectura de los textos bíblicos, del momento de la anunciación y de la familia que forman Jesús, José y María a una instancia de decisión, de una maternidad y paternidad elegidas y, finalmente, deseadas. “El derecho a decidir no es decir que no siempre. Quienes dicen que Jesús no hubiera nacido clausuran el sentido de ese derecho. El plan de Dios es un plan que involucra a personas que tienen capacidad de decidir por sus propios proyectos de vida, personas que tienen opciones y eligen para ser liberadas del miedo, para poder soñar con un mundo diferente. La historia de la salvación está basada en el compromiso y la constitución de personas que deciden”.

Flora Vronsky es licenciada en Letras y Filosofía, feminista y católica. Durante años estudió el texto bíblico desde distintas aristas: desde las creencias, la literatura, el feminismo, la filosofía. “Como todo texto sagrado, se presta a distintas interpretaciones. No es una hermenéutica clausurada”, dice en diálogo con este medio, a la vez que propone tener una actitud filosófica frente a las lecturas, es decir, una actitud que cuestione la doctrina. Y en ese sentido, Flora encuentra detalles para pensar la decisión de una mujer que acepta llevar en su vientre a su hijo. “En los evangelios de Lucas y de Mateo se puede ver el momento en que el Arcángel le da la famosa buena nueva. No es que le pregunta querés o no, no es literal, pero sí hay un margen, un espacio, un silencio, en donde ella dice que sí. Y ese detalle no es para nada menor, por la función simbólica que cumple y por la vigencia y el nivel de densidad que puede tener para nosotras en este contexto”.

“Me parece que con la Navidad como fiesta, como celebración, pasa lo mismo que con la religión en sí. Hay distintos conceptos de Navidad y hay celebraciones muy heterogéneas, aunque estén dentro del universo simbólico de la fe. Entonces depende de dónde y cómo la vivas, en qué contexto; no hay una fórmula ni un esquema preciso, más allá de que sí haya, por supuesto, núcleos de sentido con los que una se puede identificar con una festividad como ésta”, analiza Vronsky.

La filósofa plantea que desde un punto de vista de análisis sociológico, hay mucho para problematizar sobre todo con la figura de María y el rol de la mujer en el relato bíblico, y en consecuencia, para salirse de la doctrina. “Se puede no tomar a María como una virgen santa y humanizarla un poco más, y me parece que en la religiosidad popular, sobre todo, el encuentro con María se da desde esos lugares alternativos, de verla más como una madre que acompañó a su hijo, que fue testigo de su muerte, el dolor, el acompañamiento. Y me parece que son todos núcleos de sentido de gran identificación emocional, afectiva, religiosa en una festividad como esta. Es lo que genera la Navidad: una especie de piedra de esperanza, un renacer”.

Vronsky cuenta que esta festividad es, para ella, una de las más lindas del año. Y así como sabe que puede racionalizar muchas sensaciones, hay muchas otras que son, simplemente, profundas y afectivas. “Me atraviesa desde el lugar de sentir que la encarnación de la divinidad, en este caso católica, y el nacimiento del hijo de Dios es el gran quiebre de la historia, y lo siento y celebro desde ese lugar y haciendo todo lo posible para que sea una fiesta con cierta paz, reflexión, y, por supuesto, celebración”. Flora va a misa los 24 a la noche como una forma de encausar toda la procesión que va por dentro. Pasa los dos días desde lo familiar, lo afectivo e íntimo. “Y, claro –admite–, también como, bebo y brindo”.

Para Claudia Tron, la Navidad es un momento que ayuda a fortalecer la fe. “Son celebraciones para acompañarse y hacer memoria”, sostiene. Sus festejos no cambiaron con las herramientas que trajo la perspectiva de género. Pero sí aportan a conocer más cómo y por qué se celebra. “Festejamos un Jesús que trae buenas noticias a toda la humanidad, y a las mujeres en particular”, remarca la pastora. Y aporta: “Hay relatos donde las mujeres lo hacen cambiar de idea, o donde él se enfrenta a los administradores de la ley Judía para cambiar derechos para las mujeres. Antes lo leías diciendo «Jesús ama a las mujeres». Pero los textos siempre son una interpretación, y ahora le podemos hacer otras preguntas a esos relatos”.

La fe contra el dogma

“Como mujer, no puedo quedarme en los relatos, especulando con que mi provincia es conservadora o contabilizando los pedidos que tuve para votar en contra de este proyecto. Por eso, con total honestidad, en mi condición de católica apostólica romana, que juró en el cargo por la memoria de nuestro obispo mártir Enrique Angelelli, digo que mi voto será afirmativo. Y que Dios, que ve en mi corazón, me lo demande”, dijo el 10 de diciembre pasado la diputada del Frente de Todos por La Rioja, Hilda Aguirre de Souza, durante el debate en el que se dio media sanción a la legalización del aborto.

Su postura rompió lo que se da por hecho: que las religiones y el feminismo, que la fe y el aborto legal, que eso que se le dice género y eso que se le dice Dios, no pueden caminar a la par. Las discusiones sobre la legalización de la IVE, sin embargo, se dan en todos los ámbitos: las casas, las camas, las calles; también en las iglesias y las doctrinas. La diputada no es la única que rompe los moldes pre-establecidos. No son pocas las personas que abrazaron la fe y el pedido por una política pública para frenar las muertes por abortos clandestinos.

“Hay discursos que en realidad tienden a la pedagogía del miedo, Insisten una y otra vez con que las cosas son de una determinada manera y que si te salís de esa norma hay consecuencias, ¿no?”, analiza Flora Vronsky. “Son discursos de una Iglesia más dogmática y no vale la pena hilar fino. Es un esquema discursivo que ellos mismos proponen y que aunque se pueda refutar, no suma nada, no sirve. Hemos visto a legisladores y legisladoras que profesan su fe y que lo dicen: que va más allá de las creencias personales, de la conciencia, del corazón que es donde se dirimen las cuestiones de fe, porque estamos hablando de la salud y las políticas públicas”.

Vronsky, como todas, todos y todes, admite y celebra sus contradicciones. Aparecen, conviven y a veces se pulverizan en un concepto muy claro: el registro del otro. “Pese a todas las locuras que escuchamos, esto tiene una contracara que a mí me hace bien, que es la de tender a una reivindicación de esos otros valores de lo cristiano, del prójimo, un edificio ético más allá de lo religioso, donde realmente nos podemos encontrar, porque el feminismo, la justicia social y la aplicación de derechos están basados sobre eso, el registro del otro para construir de manera colectiva”, comparte. Y apunta: “Como feminista de fe, creo que estos discursos tambien son una responsabilidad, porque es la manera de poder cambiar un poco y empezar a mirar la historia desde otro lugar, que no quiere decir tergiversarla o exonerarla de sus marcas patriarcarles sólidas, sino problematizarlas”.

En ese sentido, hacerse preguntas frente a los dogmas, la Biblia, la religión que se profesa, es, desde esta perspectiva, un paso en la construcción de una sociedad más igualitaria, lejos de la cultura de la cancelación que está tan en boga en los últimos días. “Las feministas que abrazamos algún tipo de fe ya estamos curadas de espanto con toda esta intolerancia intransigente entre algunas de nosotras”, sostiene Vronsky. Sin embargo, considera que es fundamental tener herramientas para “seguir adelante sin renunciar a lo que una siente como identitario”, algo que por lo general es compartido por feministas de los barrios. Ya se sabe: sentir y que no te dejen pertenecer, a uno u otro lado, sólo genera angustias.

“Es importante acompañar en este camino, porque, como en todas las esferas del feminismo, no estamos solas. Por eso encontrarnos y construir juntas ese camino es fundamental, sobre todo para mujeres e identidades diversas que sienten como propia la religiosidad, que la viven día a día, y se dan contra la pared respecto al feminismo. Esta es la posibilidad de decir que no, que puede ser todo lo contrario”, agrega.

Un proyecto de liberación

“La perspectiva de género ayuda mucho a releer las contribuciones que las teologías han hecho a lo largo de la historia, porque nos han ayudado a hacernos preguntas, las mismas que nos vamos haciendo las mujeres de los movimientos sociales en la búsqueda de ampliación de derechos”, sostiene la pastora Claudia Tron. “Nos podemos acercar a los textos bíblicos con preguntas sobre dónde están las mujeres en los registros que tenemos en la Biblia de las experiencias de Dios, dónde están, qué les pasa, qué pueden hacer y qué no, si están silenciadas, si tienen nombre. En la medida en que una va dejándose interpelar por nuevas preguntas, aparece la posibilidad de buscar nuevas respuestas, y desde esa búsqueda encontramos hermenéuticas nuevas que nos ayudan a construir caminos más liberadores”.

Tron subraya: son necesarias otras prácticas porque el proyecto de Dios no es sostener esquemas patriarcales, por el contrario, es un proyecto de liberación. En ese marco, pensar en el derecho al aborto y a la decisión sobre el propio cuerpo no es para ella sinónimo de pérdida de fe. Es simple: es una cuestión de salud pública, una garantía que el Estado tiene que dar.

“Yo tengo fe en un Dios liberador, no podría identificarme con otros discursos. En lo personal no aborté, no lo hubiera hecho, no lo desearía o aconsejaría. Pero sí tiene que haber una ley y tenemos que acompañarnos en la construcción del derecho a decidir”, manifiesta Tron. “Si el evangelio es defensa de la vida, es necesario un marco jurídico que la contemple. Quienes creemos en un Dios de vida lo hacemos pensando en una vida con derechos, digna, plena, en todos sus estadios. Yo elijo creer en esta divinidad: la fe que propone Jesús es en una comunidad que reflexiona, contiene y discute para seguir creciendo”.

Fuente: El Eslabón

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