Sacan un monumento del genocida en Río Gallegos. Dicen que van a repararlo y reubicarlo, pero la rebeldía del viejo Bayer sigue agitando.

El pasado 22 de diciembre, el municipio de Río Gallegos retiró una estatua del Julio Asesino Roca levantado en el centro de esa ciudad. Estaba ubicado en el centro de la capital santacruceña, en el cruce de las calles Kirchner y San Martín.

Dicen las autoridades que lo sacaron, con el fin de ensanchar los carriles de las calles. Pero, desde hace años, organizaciones sociales, de derechos humanos y de mapuches-tehuelches, reclaman que sea quitado.

Según medios sureños, la medida dispuesta por el intendente Pablo Grasso (Frente de Todos) despertó históricos debates. En ese marco el ex director de Cultura de Santa Cruz, Rafael Castillo, afirmó: “Esta noticia nos impacta porque, más allá de la figura emblemática que representa a quienes reivindican esta parte de la historia y quienes reniegan de ella, es nuestra historia”.

Para Marcelo Valko, escritor e investigador y discípulo de Bayer, Roca “fue uno de los máximos empleados de la elite que en su primera presidencia se dedicó a ‘barrer toldos’, y en la segunda a perseguir al movimiento obrero mientras entregaba millares de hectáreas a muy pocas manos”.

Seguir desmonumentando

En tanto, hace dos años, el 24 de diciembre de 2018, el Osvaldo Bayer decidió partir. Como buen anarco y para joder a todos los que prendíamos las velas de un arbolito verde, eligió la fecha exacta”, decía Esteban Bayer, el hijo el historiador y periodista, maestro de la ética y el compromiso revolucionario.

Esa opción por dejar su “Tugurio”, tomar su portafolio y seguir acompañando a los “naides”, fue corroborado por sus nietas desde Hamburgo:“El abuelo se fue jodiendo a la iglesia”. Era el 24 de diciembre del 2018, tenía 91 años.

Pero, allá en el sur, como dice Verónica Azpiroz Cleñan (Comunidad Epu Lafken, Los Toldos): “No existe la palabra muerte en la lengua mapuche. Cuando alguien muere, se dice mapulugün: volverse territorio”.

Aguas arriba, cuando los guaraníes peleaban en desventaja, “algunos corrían al lado del que tenía una lanza, y si el guerrero caía, tomaban esa misma lanza y retomaban con más fuerza la pelea”, cuenta el investigador correntino Víctor Hugo Torres.

Así que, atribuir cierta mortalidad a Don Osvaldo, no es correcto. No para de agitar y compartir entre rebeldes gurisadas la dignidad de su pelea. Nos acompaña con sus relatos armados con rigor documentado y la pasión por movilizar en la lucha de los pueblos por la memoria y la libertad.
Bajando muñecos

Valko es psicólogo e investigador, se dedica a la investigación sobre genocidio indígena y es autor de Pedagogía de la Desmemoria (2010) y Desmonumentar a Roca (2013), entre otras obras.

Afirma que “es bueno recordarlo a Bayer desde la lúcida honradez de su pensamiento que asegura que «a la larga la ética siempre triunfa»”. Y agrega Valko: “tiene toda la razón y brindemos por eso. Es lento, pero viene…”

“En una época de saltimbanquis ideológicos, Bayer es todo lo contrario. Un ejemplo de coherencia entre el hacer y el pensar. Bayer se mantuvo firme en sus convicciones: honesto, humilde, íntegro y austero. Incluso frente a las amenazas de muerte en tiempos de Isabelita, la Triple A y el exilio jamás claudicó en ese empeño. No en vano las calles de las ciudades de Puerto Deseado, Pirámides, Calafate y Gobernador Gregores reemplazaron a Julio Roca con su nombre. Un país que baja un general con prontuario y sube al pedestal a un escritor que hizo de la ética la norma de vida es lo que Osvaldo sembró para construir el futuro esperanzador de una Patria Grande en donde ningún genocidio este honrado en lo alto de los pedestales”, dice Valko, su cómplice del maestro en la campaña de desmonumentar a Roca.

Foto: Ignacio Montenegro

Aunque pasen siglos

Pero, ya en 2018, Bayer escribía en Página 12: “Una vez más sostenemos que en la Historia finalmente triunfa siempre la ética. Aunque pasen siglos. Recuerdo cuando hace años comenzamos los jueves al anochecer, junto al monumento al general Roca, demostrando que, documento tras documento, los argentinos honrábamos a un genocida, a un racista y a quien había restablecido la esclavitud en la Argentina, en 1879, esclavitud a la cual nuestra increíblemente progresista Asamblea del Año XIII había eliminado adelantándose en décadas a Estados Unidos y a Brasil”.

Y Valko explica: “Su aparente figura estática es una trampa. Es la continuidad de una masacre sostenida en el tiempo. El símbolo más activo del silencio rancio de la historia oficial y el racismo enquistado en cada poro de nuestra sociedad civilizada.

Santuario pagano

Por otro lado, Roberto Suárez Samper, cronista regional y médico que investigó y acompañó a Bayer durante años, afirma que “El Tugurio” como se llama a la casa donde vivió Bayer “con el tiempo deberá ser destacado con todos los honores porque es una catedral del desorden y la sabiduría”, nos decía en Retrato de un rebelde en una nota para el periódico El Eslabón, en marzo de 2018, al cumplir el maestro 91 años.

En el frente del Tugurio, de Ingeniero Antonio Arcos 2493, del porteño Belgrano, entre murales, frases y dibujos, siempre se instalaban “guardianes” de esaromería, una feria artesanal de sueños, resistencias, memorias y beligerantes presencias de quienes no desaparecen.

“La casa por fuera estaba llena de banderas, rostros y todos los colores de pueblos originarios, por dentro, un pasillito finito te llevaba a paredes llenas de plantas colgantes, libros y estantes. La piel y vestuario de Bayer se camuflaba muy bien entre los verdes y las hojas”, dice Ignacio Montenegro, quien junto a Valko visitaban al maestro en octubre de 2016.

“Nos recibió con cara seria y chistes –agrega-. Mientras yo sacaba fotos, escuchaba a Bayer y Valko conversando, parecía de esas charlas de hermano mayor y menor, donde se notaba entre conversaciones de historia, presente y chistes, gestos de ayuda y cuidado. Serios, tranquilos, graciosos, con una fuerza y aguante increíble”.

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