Era 2017 y Ema, Fede y Fer –que venían de otras militancias: de la murga, de la ESI, militancias LGTB, ligadas a varones o al feminismo– decidieron poner algunas cosas sobre la mesa. Era 2017 y las políticas del macrismo hacían estragos por doquier. El área de salud pública fue uno de los sectores que acusó recibo del golpe neoliberal. Era 2017 y mientras el Estado se achicaba surgían modos de resistencia y aparecían en Buenos Aires diferentes espacios activando en relación al VIH. Uno de esos espacios fue Ciclo Positivo, que comienza como un circuito cultural y deviene en una asociación civil. Fede, Ema y Fer replicaron la versión rosarina de esos ciclos. Y después vino la organización. Tres años después, Federico dirá que Mesa Positiva apareció en respuesta a ciertas políticas que ya no son para la época, como faltantes, ausencia de campaña, de información, desinformación, o cosas que se dejaron de hacer como el boletín epidemiológico. “Entre la visibilidad que fue cobrando el feminismo con la marea verde y la asfixia que produjo el macrismo hizo que aparezcan algunos espacios nuevos”, cuenta Federico Abib.

Los momentos por los que fue pasando la Mesa fueron cambiando de acuerdo a los años. Federico dice que en 2017 y 2018 “el interlocutor era más claro y la estrategia más organizada”. Recuerda que “al hablar del bicho con otros espacios” terminaban en disputas por el vocabulario cuando los trataban de enfermos, o de contagiosos, o de portadores. Ese fue el puntapié para arrancar con los ciclos en los cuales empezaron trabajando el ABC: vocabulario sobre el VIH; cuestiones legales; VIH y ESI. “Nos dábamos cuenta de que algunos espacios tenían un discurso muy punitivista de la sexualidad. Se hacía difícil dialogar porque queríamos hablar del bicho y lo que nos devolvían era más prevención y más prevención”, dice Federico.

Después de ese momento emergente de la Mesa, el panorama se fue complejizando con los faltantes. En 2019, los ciclos pasaron a ser asambleas en las cuales fueron pensando cómo organizarse y reclamar por los cambios de medicación que tenían de manera abrupta y sin explicaciones. “Esos cambios de medicación tenían efectos subjetivos y fisiológicos en las compañeras”, dice Abib, mientras cuenta que como una forma de inseminarse en distintos lugares fueron ocupando las puertas del Cemar donde está el Promusida, fueron haciendo asamblea en el hall de la Facultad de Humanidades y reuniones en ATE.

Ángelo Fornabaio está en Mesa hace dos años. Cuando se enteró de su diagnóstico vivía en Buenos Aires y lo primero que hizo fue ir a Rajap (Red Argentina de Jóvenes y Adolescentes Positivos). Ya en Rosario, una compañera que formaba parte de la Mesa lo invitó y ahí se sumó “buscando un grupo con el cual luchar y salir a quemar lo que haya que quemar”. Dice que el faro de la Mesa es la cura del VIH y que los grupos de pares empoderan a las personas que entienden que no están solas. Al mismo tiempo, pone el ojo en el eje que hacen algunas organizaciones sobre que la persona indetectable no trasmite el virus. “Nos parece que es callar un poco y calmar el fuego, y nosotras lo que más queremos es revivirlo. Nos seguimos muriendo, nos sigue faltando la medicación, sigue habiendo estigma”.

El 1º de diciembre, Día Internacional de Respuesta por Acción al VIH/Sida, una publicación de las redes sociales de Mesa Positiva se refería a la indetectabilidad y a la PrEP (Profilaxis preexposición para el VIH): “Funcionan como un nuevo ideal regulatorio en nuestras economías sexo-afectivas; centrifugan el estigma sobre quienes no alcanzamos tal estado serológico. Queremos una justicia erótica inspirada para lxs que menos pueden. Una justicia social y erótica sudaka, embichada y popular. Si me querés para coger, quereme positivx”.

Jaime Jorquera se sumó a la Mesa hace un año y medio cuando fue a un Aquelarre Positivo: un espacio de contención que tiene Mesa para que aquellas personas que no son visibles puedan charlar y compartir experiencias con otres. Jaime estudió Derecho en la UNLPam, en Santa Rosa, y venía de la militancia universitaria. Cuando llegó a Rosario, como no encontró lugar en la UNR, dirigió su energía hacia las disidencias y los discursos contra hegemónicos. En Mesa vio la visibilidad como respuesta política. “Me ayudó a encauzar muchas de las ideas que tuve cuando me encerré un mes después del diagnóstico, un mes donde solamente comía, cagaba, dormía y miraba series”. Jaime, que pasó por ese encierro total, también se detiene sobre la campaña de «indetectable= intrasmisible». Propone pensar en aquellas personas que no logren la indetectabilidad porque no pueden o no quieren adherir al tratamiento: “Empezás a crear otro tipo de categorías, otro cerco dentro de un cerco dentro de un cerco. Eso es muy peligroso”. Dice que estar indetectable es también estar incurable, y que esa intención tranquilizadora de la no transmisión desdibuja el fondo de la cuestión, que es la cura: “No queremos no transmitir, queremos estar curados”.

La pastilla, la ley y el cajón

Camila nació con VIH y teniendo diez años llegó a tomar dieciocho pastillas. Con toda la medicación que carga su cuerpo dice que es difícil pensar que tomando una pastilla se puede estar bien. “Está incorporado en la sociedad, para cualquier cosa tomás una pastilla como si fuera gratuito para el organismo”. Habla de los efectos secundarios de la medicalización a pesar de que actualmente sea sólo una pastilla diaria.

Camila tiene veinticinco años y empezó a militar a los quince cuando se sumó a Rajap. Hace dos años se fue de esa red y en la búsqueda de tejer el feminismo junto a la situación de vivir con VIH y al hecho de ser mujer, se encontró con otros grupos. En la Facultad de Ciencias Políticas participó de la construcción de un seminario de VIH. A Mesa llegó a través del Aquelarre. Dice que en los Ciclos Positivos se dan un montón de debates sobre cuestiones que tienen que ver con vivir con VIH pero también con otras cosas como las disidencias, la violencia de género, la realidad de las trabas; cuestiones que hacen al poder, al trabajo, al sistema de salud.

Ángelo, que conoce las realidades de Rosario, Buenos Aires y del pueblo en el que nació, habla de cómo las situaciones cambian de acuerdo a los territorios y las dinámicas sociales. Dice que en su pueblo la gente no se va a testear porque “el que lo testea se va a enterar que dio positivo y entonces todo el pueblo se va a enterar”. Por eso, llegar a ser indetectable en esos lugares es muy difícil. “Lo del «indetectable=intransmisible» es clasista, no es para todes les positives”.

Federico se encarga de aclarar que el posicionamiento de la Mesa no es de oposición con respecto a esas narrativas que ya están instaladas y que cuentan a su favor con una serie de corporaciones. El camino es propositivo: hacer un trabajo de redes con organizaciones feministas y con organizaciones hermanas del interior. “Es volver a estrategias de activismo primarias, como la visibilidad”, dice. Marca la diferencia entre “el flyer con el chico musculoso estéticamente hegemónico que dice que no hay problema con tomar la medicación o la PrEP”, respecto del pibe que cuenta su dolor en una red social. Refiere a la red de contención necesaria para que esa visibilización funcione. “Primero tiene que soportar esa persona poder mostrarlo y después tenemos que soportar nosotros poder ver su dolor”. Camila refuerza la idea: “Es más agradable socialmente mostrar que se está bien con el virus, que la persona está bien, que pudo, que sobrevivió, que está indetectable”.

La Ley Nacional Nº 23.798 sobre VIH/Sida es de 1990. Jaime aclara que en su momento fue una ley de avanzada que permitió la compra de medicamentos y generó una estabilidad en momentos complicados del VIH. Sin embargo, explica que esa ley no está hecha por experiencias de gente positiva y que obliga a estar al margen de muchas cuestiones, a mentir y a ocultar. “La ley actual no permite que quien quiera contar libremente su diagnóstico tenga garantía de ser contratado, o de no ser discriminado, o que esa visibilidad se le vuelva en contra a través de las redes”. Durante la pandemia fue generada la nueva ley entre más de cuarenta redes de activistas de diferentes partes del país que todos los domingos durante cuatro horas se encontraron vía Zoom. Jaime cuenta que esta nueva ley recoge, entre otras cosas, el interés público estatal en la producción de medicamentos y en la investigación de la cura.

Camila no duda sobre el lugar en el que está la Ley Nacional de respuesta integral al VIH, las hepatitis virales, la tuberculosis e infecciones de transmisión sexual (ITS) que presentaron hace unos meses: “Está en un cajón”. Jaime entiende que el hecho de que no se hable de VIH es una de las razones que hacen al no tratamiento de la ley. Además, menciona la falta de voluntad política en un contexto en el cual, del registro de las casi 144.000 personas que viven con VIH, un gran porcentaje lo hace en la clandestinidad.

El VIH no tuvo cuarentena

Federico describe a la Mesa como un espacio feminista en el sentido de que renueva algunas significaciones del activismo al tiempo que se relanzan o aparecen otras cosas. “Hay toda una corriente de activismo y reflexión pro sexo que insiste en pensar cómo el semen y la sangre son los dos fluidos en los que más se concentra el poder del dispositivo sexual. Semen y sangre; aborto y VIH”. La primera pata del lema de la campaña por la legalización del aborto es la educación sexual para decidir. Por eso, Federico propone revisar qué narrativas –si punitivas, desde la prevención o pro sexo– se comparten y se ofrecen desde la ESI.

Durante el año pandémico con las restricciones del aislamiento, desde la Mesa sostienen que la fuerza del encuentro hizo que recuperaran el Aquelarre trasladándolo a la virtualidad, con la posibilidad de que se sumaran personas de otros países. Actualmente en la Mesa son entre diez y doce. “Casi todas las que estamos en la Mesa somos maricas gays. Y Cami, y una compañera trans”, cuenta Federico, mientras identifica un elemento común entre el Covid y el sida que han habilitado a repensar las políticas de cuidados. “Ponernos a pensar qué es el cuidado, cómo nos cuidamos, hasta dónde la forma en que yo me cuido a mí misma le afecta o no a quien está conmigo”.

En el marco de la virtualidad, desde la Mesa también hicieron conversatorios para problematizar el virus desde distintas miradas. Uno de esos encuentros fue de reflexión sobre adherencia en el contexto de pandemia y otro conversatorio fue sobre la Ley. Jaime cuenta que volvieron a encontrarse en la calle el 1º de diciembre, cuando leyeron en el Monumento de manera masiva el manifiesto de la Mesa por la cura. Federico dice que en 2017, cuando hicieron el manifiesto, habían planteado cuestiones como «al feminismo le falta sida» o «a tu disidencia le falta VIH».

Ángelo agrega un punto, también presente en el manifiesto, que tiene que ver con que no es necesario un diagnóstico positivo para luchar por la cura. “Capaz que tu hijo, tu hermano o vos mismo puede que tengas en algún momento”. Menciona la necesidad de volver a encontrarse, y Camila dice que el VIH no tuvo cuarentena. Fede suma en la misma línea: “Como muchas otras pandemias, los femicidios siguieron existiendo, las situaciones de violencia se acrecentaron, los abortos clandestinos siguieron, la crisis en discapacidad se agudizó”. Habla de las expectativas de lo que viene, y de que la salida será repensando el cuidado y la relación de uno mismo para los otros y las otras. Y aclara: “Dificilísimo, porque es un contrasentido en la lógica heterosexual y capitalista en la que vivimos”.

Fuente: El Eslabón

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