Marcelo Rocha

“Tras este tiempo de pandemia se va a poder terminar de entender que la escuela cumple un lugar de cuidado, de cuidado extremo, de cuidado de muchas infancias que de lo contrario pasan invisibilizadas”, opina el psicólogo Marcelo Rocha al analizar la relación entre educación y salud. También hace una fuerte advertencia sobre las marcas que dejará la pandemia en las infancias.

En charla con Redacción Rosario, Rocha destaca el lugar de cuidado que siempre ha tenido la escuela y señala que –ante el posible regreso a la presencialidad- la docencia deberá aprender a leer más los rostros de sus alumnas y alumnos, para estar más atenta a la salud psíquica.

Marcelo Rocha es también psicoanalista, profesor de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Entre otras obras, es autor de Las marcas de la infancia (Laborde Editor), Infancias en la escuela y Los rostros de la vida sobre el diván (Homo Sapiens). Y por estos días produce junto a la educadora Elena Santa Cruz un libro sobre la patologización de la infancia.

Además, actualmente trabaja en un nuevo libro que se va a llamar La infancia como travesía rizomática, “porque las infancias como los rizomas necesitan construirse para donde sea y como sea, moverse”.

A propósito de ese libro y de la charla con este medio, apunta que el desafío que persigue esa nueva publicación es el de “deconstruir esta idea del niño aprendiendo quieto, estancado, al contrario de las infancias que son movedizas”. “También –agrega- para romper con esa idea de que los niños que se mueven mucho son hiperactivos. No, no. Los niños que se mueven mucho son el futuro de la humanidad”.

Siempre se ha sostenido y sostiene que la escuela es un lugar de cuidado ¿Cómo se transforma esta idea a partir de la pandemia mundial?

Hace un par de días me encontré con Franquito, de 12 años, que trabaja cuidando autos y, como lo hago muchas veces, me puse a charlar con él. Le pregunté cómo le había ido en la escuela y me dijo que muy mal, que no había hecho nada porque le costaba mucho concentrarse con las cosas que le mandaban por internet, pero que estaba contento porque supuestamente iba a pasar de año. También me contó que extrañaba mucho ir a la escuela, porque allí podía charlar con los amigos, jugar, hacer chistes y aprender cosas. Indudablemente la escuela presencial es un lugar donde pasan cosas, pasaban cosas, y son las que se extrañaron. Y son las que evidentemente no pasan en una pantalla. Quería arrancar con esto porque tras este tiempo de pandemia se va a poder terminar de entender que la escuela cumple un lugar de cuidado, de cuidado extremo, de cuidado de muchas infancias que de lo contrario pasan invisibilizadas, como la infancia de Franquito. También la de muchos otros niños con los que trabajo y son los que más me preocupan. Son niños con problemáticas graves en el aprendizaje y en la construcción de su subjetividad, donde lo presencial siempre fue una cuestión importante, la presencia del otro que lo aloje y que lo contenga. Si recordamos la frase de Freud, que dice “gobernar, educar y psicoanalizar son tareas imposibles”, le preguntaría a Freud cómo la reformularía hoy en contexto de pandemia y, seguramente, sería una tarea doblemente imposible. Sin embargo, hemos visto el enorme esfuerzo de los docentes por meterse en la casa de las familias y tratar de generar algo del orden del aprendizaje. Indudablemente que la tarea educativa es del orden del cuidado, y en este contexto de pandemia ese cuidado ha llegado a muchos hogares; y a otros no por las terribles dificultades que afrontan muchos niños. Este año también se vio una escuela más vinculada con la familia. Esta fue una tarea muy interesante y va a servir para seguir pensando en adelante.

En este tiempo, las maestras destacaron eso: que lograron involucrar más a las familias en las tareas de la escuela.

Creo que si podemos sacar un punto positivo sería esa especie de comunión entre las familias, los docentes y la institución educativa que era tan necesaria. Hubo alianzas muy interesantes entre padres, madres, hermanos haciendo de soporte de los educadores. Aquí también la escuela siempre estuvo presente, aunque no es lo mismo la escuela presencial que en la casa. En ese sentido, la tarea de cuidado siguió presente de alguna manera.

Marcelo Rocha
«Indudablemente que la tarea educativa es del orden del cuidado», dice el profesor de la UNR Marcelo Rocha. Foto: Manuel Costa

¿Cómo fortalecer la relación entre educación y salud? ¿En qué aspectos clave poner la mirada?

Podemos volver a resaltar cómo esta pandemia pone en primer plano el lugar de la salud, no solo física sino también psíquica. La salud como un todo. Y en ese sentido, el valor de la escuela allí. Debe haber una relación cada vez más estrecha entre la tarea de la educación en relación a la salud, porque en los tiempos que corren son necesarias, cruciales de ser pensadas. Y que muchísimas veces la institución educativa las ha logrado a través de llegar al barrio, al lugar, o de un bolsón de comida, es decir de otras formas de interesarse en la vida del niño, más allá de la instancia del aprendizaje. Se trata además de poder pensar en estos niños que ya vienen con problemáticas complejas. Los terapeutas nos hemos encontrado con familias muy desesperadas en todo este tiempo porque su hijo de repente ya no tenía el apoyo del centro educativo terapéutico ni el acompañante terapéutico para la escuela, y quedaba solito en la casa sin la posibilidad de establecer lazos, sin poder estar en contacto con el otro, y eso fue muy difícil a través de una videollamada. La escuela claramente propicia lazos de salud, en el sentido de construir esa relación con el otro que es tan importante, y realmente construye salud. Hemos visto que se podía construir lo que Esteban Levin define como esa tercera zona entre la pantalla, el mundo familiar y el mundo terapéutico o institucional educativo. Pero también hemos notado que los niños se cansan de estas cosas.

¿Qué marcas dejará la pandemia en las infancias?

No podemos predecir, pero sí pensar cosas que vamos viendo, que nos permiten entender esos pequeños daños psíquicos que los niños ya están sufriendo, y que tienen que ver con la apatía, la abulia. Niños que ya empiezan a preferir quedarse encerrados en sus piezas con un celular jugando y padres que dicen: “Y bueno si no tiene otra cosa, qué voy a hacer, lo dejo jugar”. Cuando tiempo atrás nos encontrábamos luchando para revertir estos tiempos con las pantallas y ahora se sostiene que es la única manera de mantenerse conectados. Eso genera una trampa que va a encapsulando al niño en un ordenador. Y aquí también tenemos que hablar de las cuestiones sociales: no a todos los niños y las niñas les va de la misma forma, ni todos tienen un patio para salir a jugar. Los que no han tenido estas posibilidades han sufrido una especie de marchitamiento. Trabajo mucho con los conceptos de la botánica y hay un hongo muy particular que ataca la raíz de las plantas y se llama rhizoctonia. Lo que está pasando con esta pandemia es que va marchitando de alguna forma la experiencia de la infancia, al no poder salir a jugar ni encontrarse con otros.

Hay un ideal de escuela que es la que enseña a compartir, a convivir, a la relación cuerpo a cuerpo, a jugar, al abrazo… Y a partir de la pandemia, hay que marcar el distanciamiento, no compartir siquiera los útiles ¿No es muy difícil todo esto?

Es muy difícil, porque veníamos de una lucha muy importante que es por la convivencia, en lo difícil de a aprender a convivir con el otro, en sus diferencias. Y ahora, si hay encuentros presenciales, la escuela tiene que empezar a marcar otras cosas, como tomar distancia, no compartir las cosas. Es una escena dantesca, muy triste. Insisto en esa escena de marchitamiento de la infancia, de marchitamiento de lo afectivo, de lo humano. Y en mi carácter de psicoanalista, también hay que preguntarnos, por los niños con características más fóbicas u obsesivas donde esto va a impactar de forma más compleja y las marcas van a ser más fuertes.

¿.Qué tareas prioritarias tendrán las escuelas cuando se regrese a la presencialidad?

Trabajo mucho con el concepto de rostro. Creo que en un corto plazo, y ante la posibilidad de la vuelta presencial a la escuela, el docente va a tener que decodificar mucho más el rostro de ese niño que quizás no la está pasando bien por dentro en relación a esta pandemia. Es decir, deberá tener que estar abierto a atender más cosas que hacen a la salud psíquica que al aprendizaje. Entre estos efectos podemos pensar en el acrecentamiento de problemáticas como el duelo por la pérdida de familiares, dificultades de concentración por el excesivo uso de las tecnologías, pérdida de hábitos escolares, posibles regresiones en niños y niñas con dificultades subjetivas, y en algunos casos, sintomatologías originadas por el aislamiento social. Quizás la pandemia ha generado esas marcas fuertes de miedo, de angustia, de inhibición. El docente va a tener que estar muy lúcido para visitar el rostro de ese niño que la está pasando peor en relación a ese miedo interior y ese “gran monstruo” llamado Covid 19. Una de las tareas será acompañar a esos niños y niñas para sacarlos de ese temor, y a través de la pedagogía del cuidado, para ayudarlos a convivir. Entre estas situaciones adversas, lo bueno es que el docente cuenta con ese capital propio de su vocación de enseñar, que al encontrarse con el deseo de sus alumnos permitirá continuar con esa zona de aprendizaje fundada en la necesidad humana de ser y aprender con otros.

Infancias
Rocha asegura que habrá que aprender a decodificar más el rostro de la niñez y atender a la salud psíquica. Foto: Unicef

Volvemos al inicio de esta charla, sobre la necesidad de estar cerca, acompañar, de cuidar.

Sí. Y aquí estar cerca es a través de la palabra, porque la palabra une, siempre abraza, aunque sea a través de la pantalla. Eso de alguna forma rescata al otro de sus angustias. Lo hemos visto en tantas personas, de quienes han perdido a sus seres queridos en este tiempo y no han podido tener contacto físico con otros para sentirse abrazados y transitar el duelo. Van a llegar muchos niños a la escuela que han perdido sus seres queridos, entonces la palabra del docente siempre contiene. La sociedad cree que el docente es solo quien da clases y cobra a fin de mes. Y no es así: el docente sostiene, aloja, hace tantas cosas; en este contexto de pandemia lo hemos visto. Ahora tendrán otras tareas más: recibir a esos niños con problemáticas subjetivas que ya venían recibiendo y a quienes han sido golpeados por esta pandemia. La sociedad tiene que entender que el docente siempre se encarga de las cuestiones sociales, y la pandemia no es un tema menor.

Entre otras cuestiones, porque debieron asumir una situación inédita, inesperada.

Fue una tarea titánica de deconstrucción de todo. El psicoanálisis tiene una familiaridad muy grande con la docencia. Los terapeutas –como los docentes- tuvimos que deconstruir las teorías, los conceptos, hasta hacer zoom con un paciente, de alguna forma cómo sosteníamos la transferencia. También el docente debió sostener la transferencia. La tarea de deconstrucción ha sido tan grande en todos los sentidos. Sin embargo, hay que decir que frente a lo complejo o doloroso, ante lo adverso de cualquier situación, siempre apelaremos a aquello que se encuentra en lo más profundo de nuestra esencia humana: el empuje hacia la vida. Desde esta angustia de pérdidas y renuncias, resurgiremos, como versión renovada de lo que hoy somos.

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