Abrió sus puertas la Casa de las Mujeres Libres, un nuevo espacio de organización y contención que además impulsa el concepto de feminicidio y la televisación de los juicios a femicidas.

La Casa de las Mujeres Libres es el nuevo espacio de la ciudad, ubicado en Buenos Aires 1038, donde “siempre habrá una compañera dispuesta a escuchar y acompañar”, explican desde la Comisión Nacional por la Emergencia de la Violencia hacia las Mujeres, autoras de la iniciativa. Un lugar implica una necesidad, la que remite a una situación a resolver. Es la cristalización de antiquísimos mandatos de sujeción y violencia hacia las mujeres, naturalizados en la vida cotidiana; ubicados en los pliegues de la subjetividad, sacarlos a la luz y desmontarlos, es tanto un camino arduo y complejo como objetivo de lucha, la que se conmemora cada 8 de marzo, aunque hunde sus raíces mucho más atrás, en las postas con las que heroínas conocidas o anónimas fueron construyendo un camino, que como todo acto de conciencia, no tiene retorno. Además impulsan el concepto de feminicidio y la televisación de los juicios a femicidas.

Laura Del Monte es psicóloga, integra la comisión organizadora del Encuentro Nacional de Mujeres, de Amas de Casa Del País y de la Comisión por la Emergencia de la Violencia hacia las Mujeres, además de un extenso trabajo barrial en su condición de luchadora. Como decía un obispo martirizado: no despega el oído del pueblo. “Aumentó la lucha y por otro lado recrudecieron los femicidios y las formas que están adquiriendo”, enfatizó para marcar un punto de inflexión, que a su vez es desafío.

“La Casa de las Mujeres Libres, surgió por la necesidad de que hubiera un lugar común, donde realizar actividades. Pero sobre todo para que las mujeres que no están organizadas ni nada puedan ir a plantear sus problemas y, ahí sí, ver cómo organizarse”, explicó Del Monte. Y dijo que el lugar, que se inauguró el domingo 7 de marzo, tiene el impulso de las jóvenes que luchan contra la violencia hacia las mujeres, en el marco de la Campaña por la Emergencia por la Violencia, un conjunto de organizaciones nucleadas por un activo trabajo social, que identifican con el pañuelo color fucsia.

“Primero presentamos proyectos de ley contra la violencia hacia las mujeres en todo el país, y en algunos lugares tuvimos respuesta, por ejemplo en Rosario, pero no se puso en práctica. Necesitamos que haya una decisión política, actitudes concretas que asuman el tema”, explicó. Y a modo de ejemplo dijo que sólo el 10 por ciento de las víctimas de femicidio cobró subsidio en el marco de la Ley Brisa. “A esta altura pensamos que el Estado tiene cierta complicidad con que nos tengan oprimidas”, enfatizó.

Del Monte también destacó la bicicleteada organizada en Villa Gobernador Gálvez, lugar donde hizo “todo un caminito como trabajadora de la salud y militante de las mujeres”. Actividad que la emocionó porque replica los lugares donde veinte años atrás “éramos tres locas con un megáfono, caminando y atravesando el mismo recorrido. No me puedo olvidar de las caras de las mujeres en la puerta de sus casas, o asomadas a la ventanas, viendo lo que hacíamos. Es evidente que eso sirvió”, evocó.

Las raíz del mal

¿Cómo llegan a cristalizar los mandatos de opresión, sumisión y hasta naturalización de la violencia contra las mujeres? Para Del Monte, para responder es necesario remontar la historia, una especie de trazabilidad de las circunstancias fácticas y simbólicas que fungieron de génesis. “Cuando en un principio se vivía de la caza y la pesca, no se acumulaba riquezas, las madres lo eran de todos los pibes y las tareas se repartían, eran colectivas, pero no de opresión. Estamos hablando de miles y miles de años, esta es mi interpretación”, comentó, y abrió el interrogante más importante: “qué pasó”.

“Hubo momentos, cuando se organizaba la sociedad, que comenzó a haber riquezas como excedente de lo que se consumía, entonces aparece el tema de la propiedad privada, surgiendo la configuración de familia que hoy tenemos; esa fue la gran derrota de las mujeres en el sentido de que nos fue asignando un lugar social, partiendo de esta naturalidad, entre comillas, de fecundar hijos y en consecuencia ocuparnos de su crianza y del trabajo doméstico, que tiene que ver con conservar al marido y a los hijos, para que salgan a la producción social, a laburara”, relató. Y dijo que “ahí se dividió el trabajo, la mujer adentro de la casa y el hombre afuera, en la producción social”,

“¿Cómo se fue transmitiendo todo eso? A través de los mandatos familiares, la familia es un agente que transmite las ideas desde las cuales la sociedad se va configurando, en función de la acumulación de la riqueza, por lo cual nosotros decimos que las mujeres tenemos una doble opresión, la de ser parte del pueblo trabajador y por la condición de mujer”, explicó. Además dijo que la escuela es otro factor en la cadena de transmisión de los mandatos.

Claro que  esta linealidad se va resquebrajando, justamente por la toma de conciencia que a través de la historia legaron muchas mujeres, aun con el sacrificio de sus propias vidas. La lucha dista mucho de la publicidad que instala la idea de la emancipación de las mujeres como casos de meritocracia femenina, y por lo tanto individual. Siempre son gestas colectivas las que tuercen los cauces más oscuros y aciagos en el devenir de la humanidad, y es en estas gestas comunes donde se inscriben las transformaciones esperadas.

“Voy a contar mi historia personal, soy la mayor de cinco hermanos varones y siempre ayudando en mi casa. Después de los veinte años, tomé conciencia de un recuerdo muy particular de cuando era chica y mi papá me veía ayudar y decía «muy bien Laura, quién le va a planchar la camisa a sus hermanos cuando sean grandes». Y recuerdo el orgullo que me daba ese mandato, que me felicitaba por ser una niña que se ocupaba del trabajo de las mujeres”, evocó.

“Desmontar esa idea me llevó mucho tiempo, darme cuenta de que eso me opera en un montón de otras cosas fue impresionante, pero hay una segunda parte: con mi familia fuimos atravesando procesos, y por supuesto mi viejo como parte de ese proceso fue cambiando también, y lo más curioso es que de grande me animé a decirle, a reprocharle, si se acordaba cuando me decía lo de planchar las camisas, y él me respondió «¿yo te decía eso Laura?», no lo podía creer. Esto justamente tiene que ver con ese avance, esa discusión que hemos dado y que no sólo les sirve a las mujeres sino al proceso social en general y que incluye a los hombres”, explicó, y agregó que le quedaron grabados dos aspectos, que operan entre sí, el de la opresión, expresado en el mandato de planchar las camisas, “con el orgullo concomitante, y el cambio social que corrió en paralelo y que tuvo que ver con la lucha de las mujeres y no con que haya sido la rueda de la vida la que haya llevado a que se avanzó. No, esto tuvo que ver con todas las mujeres que murieron por lograrlo, las que nos organizamos, las que salimos a la calle”, enfatizó.

“Esto se expresa también con que hace veinte años una mujer era golpeada en el barrio y las otras mujeres se metían adentro a pesar de sentir el ruido que venía de la casa donde la golpeaban, era disimular la violencia. Hoy en día pasa algo así y las mujeres salimos inmediatamente a ver qué pasa, nos juntamos espontáneamente a ver cómo ayudamos a resolver”, señaló. Y en este marco no pasó por alto que en 2003, la palabra femicidio no se conocía, algo que sí ocurrió en 2016. “Hoy estamos avanzando un poco más y queremos que se considere el concepto de feminicidio, que tiene que ver con la complicidad y apañamiento del Estado”, anticipó. Y dijo que también impulsan que los juicios a los femicidas se televisen por el canal de la provincia pero “curiosamente, no sabemos por qué no pudimos lograrlo en el caso de los desaparecedores de Paula Perassi”, enfatizó.

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