“Me gusta saber que mi abuelo era feliz”

“Desde chiquita le pedía a mi mamá que me cuente –una y otra vez– una historia sobre mi abuelo Alejandro, de cuando era psiquiatra en el Agudo Ávila”, dice Lua Pastorini. “Una de sus compañeras de trabajo relata que una mañana, al llegar al Hospital Psiquiátrico, vio a mi abuelo derribando una pared que estaba sobre calle Suipacha. Él explicó que la tiró para que los pacientes no estén tan encerrados y pudieran ver la calle, y los que pasaban por la vereda también pudieran mirar para adentro”.

“Me gustaba esa historia porque mostraba la necesidad de mi abuelo para lograr que esas personas sean un poco más libres”, relata Lua a El Eslabón en la misma vereda de la entrada al hospital de calle Suipacha, donde ya no existen altos paredones y ahora hay bajos muritos con rejas.

Foto: Manuel Costa

Su abuelo, Alejandro Ramón Pastorini, fue secuestrado y desaparecido el 7 de agosto de 1976, en su casa de Presidente Roca al 100. Recién, tras cuarenta y cinco años, Nora Lía Pastorini –mamá de Lua e hija de Alejandro– declaró el 4 de marzo último frente al Tribunal Oral Federal de Rosario, en la causa Klotzman, en la que se investigan delitos de lesa humanidad contra 29 víctimas de “Operativos Conjuntos” del Ejército y de la Delegación local de la Policía Federal, en el centro clandestino de detención conocido como “Quinta de Fisherton”.

Desde el formato virtual, Nora contó al tribunal que su padre –nacido en Venado Tuerto en 1942– además de ser médico psiquiatra, se acercó al psicoanálisis y a la anti-psiquiatría, mientras militó en el Socialismo Revolucionario.

Memoria familiar y colectiva

La memoria familiar permitió a Lua, desde pequeña, conocer al abuelo. Hoy dice que le gustaría pasar un domingo en familia, con su abuelo también, “para hablar sobre lo que pasó y de política, como una familia común”.

La militancia de su madre en Hijos, desde chiquitina la ha llevado a marchas, reuniones, encuentros, y al crecer convivió mucho con otros hijos de militantes. “Son ya parte de mi familia”, admite orgullosa.

Lua advierte que “en la escuela primaria no se hablaba del tema, salvo con algunas profesoras, pero ya en la secundaria muchos se enteraron sobre el terrorismo de Estado en aulas y recreos del Politécnico”, donde luego sería vicepresidenta del Centro de Estudiantes.

Y agrega que “nos ayudaron mucho las Madres y Abuelas, además de los programas de Paka Paka. Como también fue muy bueno el reciente laburo de Hijos con el tratamientos de los Juicios de Lesa Humanidad en las escuelas”.

“Siempre me llamó la atención esa sonrisa del abuelo, de oreja a oreja, en las fotos. Eso es lo que me gusta saber: que era feliz”, resalta. Hoy, Lua tiene 18 años y comienza la carrera de Gestión Cultural, “y si puedo, quiero complementarla con Ciencia Política”.

Sobre el 24 de marzo, dice Lua que “el año pasado debimos pasarlo en las casas. Tomamos varios pañuelos y camisetas para colgarlos en el frente de casa. Hoy retomé los dos que salen en la foto porque para mí representan la idea de que a pesar de todo vamos a seguir abrazando esta lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia”. Y agrega que en las marchas lleva el cartel con el nombre de su abuelo, “porque a veces se acercan personas que no conozco pero que me cuentan que lo conocían”.

Foto: Manuel Costa

Las marchas son muy importantes, las describe como el encuentro y confirmación del compromiso. “Es reconfortante que vaya tanta gente. El genocidio no es algo pasado, nos siguen faltando muchos desaparecidos y también recuperar nietos”, sostiene Lua Conechny.

“Que los Hijos sean un poco tus tíos”

“Me parece que la vida de todos los nietos fue un poco así: ir de reunión en reunión, con los Hijos, y que ellos sean un poco tus tíos. Y marchar. Y reírnos. E ir a los actos y sí, emocionarte un poco también”, dice Renata Labrador, de 20 años, posada en un banco de la plaza 25 de Mayo. Para ella, como para todos los hijos de los Hijos, su casa, sus días y sus historias de vida están atravesadas por una militancia que fue golpeada por la última dictadura cívico militar, pero que posteriormente se construyó desde el entusiasmo y la ilusión. Es eso lo que se ve cada 24 de marzo en las plazas: los nietos son incapaces de ser indiferentes al ejercicio político de la memoria. Son ellos y ellas, los nietos y las nietas, los que se ponen la camiseta y exigen juicio y castigo a los responsables. Son esos pibes y pibas que, como sus padres y madres, también están dispuestos a jugársela por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio.

Foto: Manuel Costa

Renata es nieta de Palmiro Labrador, militante Montonero asesinado por la patota de la policía que comandaba Feced. Según explica, su comprensión de la historia de su abuelo fue avanzando por etapas: “Al principio decís qué injusticia que lo hayan matado solamente por esto, y después te das cuenta que no, que tenían un montón de ideales políticos, que estaban pensando en un futuro mejor para los demás, y es ahí donde te podés encontrar y ver a través de sus luchas e ideas”. Para Reni, el momento revelador fue cuando se dio cuenta de que las luchas de Palmiro eran también las banderas que ella misma elegía defender. “Para mí hay un momento que es como el más significativo, en el que te das cuenta que sus ideales también son un poco los tuyos, en diferentes tiempos y con diferentes formas”, dice. 

En su omóplato derecho, Renata lleva escrito en cursiva el nombre de su bisabuela Esperanza, una luchadora incansable que hasta el año 2011 formó parte de Madres de Plaza de Mayo. La decisión de tatuarse a los 17 años fue dada tras entender que con la tinta sería capaz de simbolizar el legado de las ideas: “Me la tatué a Esperanza pensando en ese punto de encuentro entre las distintas generaciones que sirve para darnos cuenta de que tenemos los mismos ideales, y que al fin y al cabo hasta hoy se siguen manteniendo”. 

Foto: Manuel Costa
Foto: Sol Vassallo

Para ella, “Esperanza fue una mujer que a pesar de todo, pudo transformar el dolor en algo lindo, y sacar fuerzas de eso para encontrarse colectivamente con todas las otras personas que les había pasado algo parecido, pero también con los que no, porque como todos sabemos los desaparecidos nos faltan a todos. Esto es eso, una lucha colectiva que nos reúne a todos sin distinción de cuadros políticos”. Y suma que su nombre también representa la convicción de que un mundo mejor es posible: “Es esperanza en un futuro mejor, en lograr una patria libre, justa y soberana y, por sobre todo, en lograr que la esperanza y la alegría nos pertenezcan a todos y no a unos pocos”.

A la hora de hablar de su abuelo, Renata considera que fue a través de su militancia en la Unión de Estudiantes Secundarios que empezó a entender las lógicas de las organizaciones políticas y llegó a pensar que Palmiro “capaz estaba orgulloso de mí y de todo esto, en algún plano”. Y agrega emocionada: “Yo también soy peronista y soy de Central, como era él. Creo que hubiéramos tenido un montón de cosas en común si en algún momento de nuestra vida hubiéramos podido hablar. Yo lo admiro a mi abuelo y me hubiera encantado sentarme en una mesa con él y discutir de política, porque capaz hay cosas que no hubiéramos estado de acuerdo y en otras sí. Me da mucho orgullo ser nieta de él”. 

Foto: Manuel Costa

Cuando desde El Eslabón se le pide que cuente una anécdota que le guste sobre su abuelo, Renata elige traer a la conversación a su papá, Tomas Labrador, que es también militante de Hijos. “Ana María Ferrari escribió un poema sobre mi abuelo en el que dice que él era serio pero que mostraba una ternura infinita cuando iba con mi papá a las reuniones. Y mi papá me contó que Palmiro lo llevaba a las reuniones de Montoneros, que las tenían en un zoológico. En ese momento mi papá tenía dos años. Después, al tiempo, cuando fue al zoológico con mi abuela, él reconocía dónde estaban ubicados todos los animales. Y mi abuela pensaba que nunca había ido al zoológico, que era su primera vez”, cuenta. Y concluye: “Capaz era un poco inconsciente de llevar a reuniones de Montoneros a su hijo, pero creo que es también bastante simbólico porque además de militar para mejorarle la vida a todos y por una patria libre también lo hacía pensando en su hijo”.

“Somos los hijos de los Hijos”

“¡Re, re, re, somos los hijos de los Hijos!”, cuenta Cami que cantaban cuando se juntaban en las marchas como las del 24 de marzo, a las que va desde siempre con sus familiares. “Desde muy chiquitos nos gustaba y nos gusta mucho encontrarnos. Yo tendría 5 años y nos conocíamos en reuniones, actos u otras actividades”, dice con sus ojos vivaces y brillantes.

Foto: Manuel Costa

En las marchas eran de correr jugando, no de caminar. “Nos encantaba correr entre la gente y las banderas, luego nos quedábamos bajo la de Hijos. También nos gustaba marchar y bailar delante de los que encabezaban la marcha, era para sentirnos cómo líderes”.

“No había nada que me gustase más que irme a dormir de Juanita y Pedro después de las marchas y reuniones. Armábamos planes entre nosotrxs para que nuestros papás nos dejen y después hacer esas pijamadas que tanto queríamos. Juane siempre estaba y nos acompañaba. Era una persona que lo único que merecía era felicidad”, escribió Camila al recordar al militante Juan Emilio Basso, padre de sus amigues y compañero de su papá Santiago Garat.

Aferrada a un pin o prendedor tallado con el nombre “Haydée”, Cami explica que le re gusta. “Me lo regaló mi tía Florencia, cuando cumplí 15 años, el 17 enero”. Y explica con orgullo: “Es también el día del cumple del Indio Solari, quien siempre se escucha en casa, a mi papá le gusta mucho”.

Además, Haydée es mi segundo nombre, al igual que el de mi bisabuela paterna, madre de mi abuelo Eduardo Garat”, el abogado y escribano defensor de presos políticos que fue secuestrado y desparecido el 13 de abril de 1978, durante el terrorismo de Estado. Estaba en la esquina de Santa Fe y España, esperando un taxi y planeaba ir a Buenos Aires a acompañar a dos compañeras que se iban a tomar un avión a Europa.

Foto: Manuel Costa

Cami señala sobre lo sucedido en aquella época: “En la escuela hablamos varias veces de la dictadura, en Historia. A veces me hacían hablar a mí, y también alguna vez fue mi viejo para contar del tema y sobre su padre. Ahora estoy en tercer año y voy a la escuela 6055, Simón de Iriondo (Suiza 220) a la vuelta de mi casa”, cuenta.

Sobre ¿qué estudiar, al terminar la secundaria?, dice que “podría ser algo vinculado al diseño. Me gusta dibujar y Carla, mi mamá, pinta y estudió Bellas Artes”.

El abuelo en movimiento

“Por lo que me contaron de mi abuelo, sé que era muy compañero, bueno y preocupado por lo que ocurría en el país. También en una película realizada por el Rosariazo se lo ve corriendo, luchando. Es muy fuerte porque hasta entonces sólo había visto fotos, que lo muestran quieto, y verlo corriendo es muy distinto y profundo. Además de verlo muy parecido a mi papá”, admite Cami.

Sobre el compromiso de militancia de Eduardo, en agosto de 2012 la editorial Compromiso publicó, gracias al trabajo de compilación de su familia, un ensayo inédito de Garat denominado Texto Constitucional, proyecto hegemónico y realidad histórica, basado en un profundo análisis sobre la Constitución del 49 y que fue declarado de interés legislativo por la Cámara de Diputados de Santa Fe.

Para Cami, esa época de la dictadura que vivió su abuelo “era muy fea. Los militares tomaron el poder y hacían lo que querían. En las calles y plazas, la gente no se podía juntar a hablar. Los militares temían que hablaran mal sobre ellos, tenían miedo. Pero mi abuelo era muy valiente, hablaba y decía lo que estaba mal, era militante e intentaba cambiar algo”.

Finalmente, tomando un pañuelo de las Madres y su pin, explica con orgullo: “Esto es como parte de mi historia y de mi familia”.

“Los nietos también tenemos que luchar”

Emiliano Toniolli tiene 17 años y milita en el Movimiento Evita. Desde un banco de la plaza San Martín, con las manos en los bolsillos de su campera verde, dice que añora los encuentros por el día de la Memoria, la Verdad y la Justicia: “Desde que tengo memoria se concentra acá y este lugar me recuerda mucho al 24 de marzo. Me trae a todas las movilizaciones, la gente acompañando, recordando y marchando hasta el Monumento a la Bandera”. 

Foto: Sol Vassallo

Para él, la historia de su familia empezó a conocerse a partir de los 7 años: “A esa edad me empezó a llamar la atención que mi papá no le diga papá al marido de mi abuela. Me empezó a generar dudas, entonces le pregunté y fue mi familia la que me contó lo que había pasado con mi abuelo”, dice. Y suma: “De alguna manera, los que me contaron, los que me enseñaron sobre lo que sucedió, fueron mi abuela y mi viejo, porque también hay una realidad y es que en la escuela en muchos casos no te cuentan cómo fue verdaderamente la dictadura. Más que nada en la secundaria, se quiere instalar esa versión de los dos demonios y la idea de que ni unos eran tan buenos ni otros tan malos, y que no fue una dictadura sino que fue una guerra entre dos bandos, ambos terribles. Yo creo que no fue así. Los que verdaderamente me dijeron y me hablaron del terrorismo de Estado, de las torturas, los secuestros y las desapariciones, fueron mis familiares”.

Luego de estas declaraciones, Emiliano reconstruye la vida de su abuelo Eduardo,  secuestrado el 9 de febrero de 1977 en la vía pública de la ciudad de Córdoba. Dice que su abuela siempre le dijo que era tímido, pero que sus compañeros de militancia lo recuerdan como una muy buena persona. También se emociona al recordar las anécdotas que contaba su bisabuela Matilde Chocha Toniolli, histórica integrante de Madres de la Plaza 25 de Mayo de Rosario: “Ella decía que en la época, un poco antes de la dictadura, le preguntó a Eduardo, mi abuelo, por qué se exponía tanto si sabía lo que le podía pasar. Y Eduardo le contestó que con tanta injusticia social, que con tanta injusticia en el mundo, él no podía vivir. Y que con la seriedad y la tranquilidad que le transmitió cuando se lo dijo, ella se quedó callada y se dio cuenta de que verdaderamente estaba muy seguro de luchar por eso”.

Emi considera que a través de su militancia puede recuperar la memoria de su abuelo Eduardo. “Yo levanto las banderas del Evita, que a su vez levanta las banderas de los más humildes y de los necesitados, y en parte yo creo que mi abuelo luchaba por lo mismo y buscaba lo mismo. Trataba de encontrar un país mejor, en el que no haya tanto nenes con hambre. Es a partir de ahí que creo que lo reivindico”, remarca. Él, al igual que aquel militante montonero que continúa desaparecido, se ilusiona con la idea de hacer un futuro mejor para los argentinos y las argentinas.

Foto: Sol Vassallo

De la lucha de los Hijos –en la que su papá, el concejal rosarino Eduardo Toniolli, está implicado–, Emiliano recuerda haber asistido a diferentes actividades acompañando a su viejo. Entre sus relatos aparecen la casa del militante Juane Basso y los juegos con Lua Pastorini y Cami Garat, hijas también de miembros de Hijos. Para él, el trabajo de la agrupación “es muy importante” porque “hay un montón de familiares que todavía están esperando justicia por delitos de lesa humanidad, y porque pasaron más de 40 años y todavía hay gente que torturó, asesinó, y que hoy sigue caminando por la calle”.

Finalmente, Emi considera necesario que los nietos de los desaparecidos encuentren un espacio en donde unirse: “Me parece importante que estemos juntos porque así como los hijos en su momento buscaron luchar para que se haga justicia y recordaron a los familiares, también los nietos tenemos que hacerlo, para que nada de lo que pasó quede en el olvido. Para que se siga recordando a los desaparecidos tanto los 24 de marzo como en el resto del año. Para que esto no vuelva a pasar, para que no se repita”, expresa. 

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Un comentario

  1. […] Los compañerxs de Redacción Rosario elaboraron esta nota que te invitamos a leer: Los nietes de la memoria. […]

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