Nora Lía Pastorini tenía 8 años cuando, en agosto de 1976, su mamá y su tía Hemilce, la hermana de su papá, le dijeron a ella y su hermana, de seis, que su papá había viajado lejos por trabajo, a un lugar que no tenía correo y desde el que no iba a poder mandar cartas ni postales. Nora, sin embargo, esperó noticias siempre. Leyó enciclopedias, aprendió cómo se vivía en otros países, las vestimentas y costumbres. Cuando se encontraba con un mapa imaginaba que alguno de esos lugares era ese lejano que no tenía correo. Y cada vez que llegaba una carta a su casa, esperaba que fuera de su papá, Alejandro Ramón Pastorini. Alguna vez se animó a afirmarlo. Fue cuando su mamá le explicó que a Alejandro se lo habían llevado por pensar distinto.

El pasado miércoles 3 de marzo, casi 45 años después, Nora se sentó frente a una pantalla y declaró ante el Tribunal Federal Oral de Rosario en la causa que tiene a su papá como una de las 29 víctimas de crímenes de lesa humanidad cometidos entre agosto y noviembre de 1976 en el centro clandestino de detención conocido como “Quinta de Fisherton”. Desde el living de su casa la acompañaron su hija Lua, sus sobrinas y Juane y Pedro Basso. Padre e hijo habían llegado a las 8.30 a lo de Nora para ayudarle a acomodar pantallas y cables, y lograr que su voz llegue a todas, todos y todes. O a la mayoría. “Durante mi testimonio sentí que tuve que endurecerme mucho para poder hablar. Al terminar, tuve abrazos. Muchos. Eran necesarios, abrazos muy cuidados”, dice casi dos semanas más tarde a El Eslabón. Esta historia es la última que Juane Basso cubrió y empezó a escribir, sin poder terminarla, para este semanario.

Demasiado tiempo que al fin llegó

Alejandro Ramón Pastorini es una persona relatada siempre con gracia. Sus compañeros de la Escuela Nacional de Venado Tuerto lo recuerdan como un alumno abanderado, petiso y siempre preguntando, cuestionando. De grande, en Rosario, pintó de colores vivos y fuertes su habitación, colgó cuadros coloridos e incluso pintó los barrotes de la cama de la habitación de residentes de Psiquiatría en el Hospital Centenario en la que vivía. A Nora le gusta una anécdota: el día que su papá tomó la palabra en un Congreso del partido Socialismo Revolucionario, y mientras daba un discurso político, se sacó un mocasín y se puso a jugar con él. “Me conmueven aquellos que lo recuerdan como un militante revolucionario, popular, con convicciones y ética política, formado y gran lector. Me conmueven mis propios recuerdos: que nos llevaba al cine, a tomar helado, que tocaba el violín y nos contaba lindas historias, que me leía Las mil y una noches”, dijo Nora frente al Tribunal.

Nora, médica como su papá y su abuelo, dibuja a Alejandro con las palabras que fue juntando a lo largo de su vida. Sus propios recuerdos, primero, el mundo de su infancia y el relato de las personas que conocieron a Alejandro después: su mamá, sus tías, sus compañeros y compañeras de estudio y militancia. También está latente, en cada frase que elige, la historia del país. No sería el mismo relato sin la construcción de memoria que Argentina viene haciendo desde hace 45 años también. No sería el mismo relato sin las Madres y Abuelas, sin las Hijas y los Hijos, y sin esa nueva generación que sigue cambiándolo todo. Por eso pudo decirle a la jueza Mariela Emilce Rojas y a los jueces Osvaldo Facciano y Eugenio Martínez que “les desaparecides nos faltan a todes”.

El 7 de agosto de 1976, a la 1.30 de la madrugada, las fuerzas conjuntas irrumpieron en el departamento de Presidente Roca al 100, donde vivían Alejandro y su compañera. Nora estima que fueron 5 o 6 los represores que los interrogaron, rompieron pertenencias, entre ellas la pecera que le habían regalado, y robaron libros y objetos de valor. A él lo envolvieron en unas ropas y lo metieron en un auto particular. Según algunos vecinos, un Falcon. A Alejandro lo buscaron en la Jefatura de Policía y en el Comando del Segundo Cuerpo del Ejército; se presentaron Habeas Corpus, denuncias al Ministerio del Interior, búsquedas de paradero mediante la Cruz Roja, denuncias varias a organismos de derechos humanos, entre ellos Madres, APDH, Amnesty, la Conadep y la Federación Argentina de Psiquiatría.

En los 90, su tía Hemilce y María Cristina, la compañera de Alejandro, presentaron su causa en los Juicios por la Verdad. Nora se presentó como querellante en marzo del 2000. Y el 16 de septiembre de 2002 presentó, junto con su abogada Nadia Schujman, el pedido de la nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final en la causa de su papá. Recién declaró en marzo de 2021. “Este juicio llegó un poco tarde, 45 años es mucho y no pueden escucharlo mi mamá, mis tías, mis abuelas, amigas y amigos, compañeras y compañeros de militancia de mi papá”, reclamó Nora frente al Tribunal cuando al fin pudo.

Foto: Manuel Costa

Una historia, nuestra historia

Nora convive con la idea de su declaración desde el primer juicio de lesa humanidad en Rosario, en 2009. La causa no había avanzado lo suficiente, no se hablaba de elevarla a juicio y ni siquiera era aún la causa Klotzman. “Acompañar a compañeros y compañeras era tanto un acto de militancia, de aguante y de amor, como también un ejercicio muy personal e íntimo de atravesar esa experiencia como testigo de otro, u otra, sabiendo que algún día iba a llegar mi momento para testimoniar”, comparte Nora con este semanario.

La fecha de inicio del juicio cambió todo lo que ella se imaginaba de ese momento: fue en el transcurso de la pandemia por Coronavirus. No hubo aguante en la puerta del Tribunal esta vez, pero sí la práctica de la compañía a distancia, los abrazos virtuales y también los de quienes estuvieron en ese momento, en la habitación contigua, cuidando la conexión de Internet y también a Nora.

“Durante mucho tiempo estuve juntando y guardando pedacitos de historia. Pedacitos en forma de documentos, en forma de fotos, en forma de audios, videos. Cuando me di cuenta, podía contar la historia, mi historia, y nuestra historia. Y al unirlos, cada uno de esos pedacitos me permitieron armar a un papá que yo tenía fragmentado. Armarlo y recordarlo a veces duele, no siempre se recuerda con sonrisas. Pude contar, hablar y mostrar, desde la foto de mis abuelos, la partida de nacimiento original de mi papá, una foto de bebé, su libreta de la secundaria, sus fotos de graduación, la libreta de la facultad de medicina, una hermosa carta de recomendación del querido Luis Giunipero, la foto de mi primer año con mamá y papá, fotos de cumpleaños, su título de médico y de psiquiatra, y terminé mostrando y leyendo una postal de febrero de 1976 que nos mandó desde el sur, Puerto Madryn”, dice ahora.

Y continúa: “También pude contar quién había sido él como compañero de militancia, como amigo, fui guardando y pidiendo recuerdos. Recuerdos que, como dije en la declaración, me permitieron armar la dimensión de lo humano, de reconocer y armar a un papá petiso, yo nunca lo hubiera recordado así porque lo miraba desde abajo, a un papá chistoso y bromista, a un papá solidario y con compromiso militante. Todo gracias a sus compañeros de escuela,a sus amigos, amigas y compañeres de lucha”.

Nora estudió medicina y militó en varias organizaciones estudiantiles desde que entró a la facultad. En el acto del 24 de marzo de 1996 buscó la bandera de Hijos y ahí se quedó. La primera que se le acercó fue Josefina Tosetto, la Tana. En su declaración, Nora no sólo armó las múltiples dimensiones de su papá. También habló de su identidad. Esto es, para ella, la militancia en Hijos. “No lo digo por ser hija, sino porque puedo decir que soy lo que soy también por la militancia que tengo. Es en Hijos donde encontré al compañero y a la compañera, donde pude empezar a construir memoria colectiva que también es mi memoria, donde pude y puedo aprender a compartir solidariamente, donde puedo aprender del consenso y de lo valioso de así llegar a acuerdos, y es también donde río, lloro, abrazo, me emborracho y bailo”.

La causa

El proceso judicial, conocido como causa Klotzman, comenzó en 2020. Son juzgados tres ex policías federales de la Delegación Rosario y un ex militar de inteligencia, por crímenes de lesa humanidad cometidos contra 29 víctimas entre agosto y noviembre de 1976, en el centro clandestino de detención “Quinta de Fisherton”.

El juicio está a cargo del Tribunal Oral Federal Nº2 de Rosario, integrado por la jueza Mariela Emilce Rojas y los jueces Osvaldo Facciano y Eugenio Martínez. Actúa en representación del MPF la Unidad Fiscal de Derechos Humanos de Rosario, a cargo del fiscal general Adolfo Villatte.

Al debate oral, que hace tres años que venía sufriendo postergaciones, llegaron acusados el capitán del Destacamento de Inteligencia 121, Jorge Alberto Fariña; y los ex integrantes de la Delegación local de la PFA: el ex oficial Federico Almeder, el ex auxiliar Juan Langlois y el ex inspector Enrique Andrés López. Los cuatro están imputados por múltiples privaciones ilegítimas de la libertad, torturas, homicidios y apropiación de niños y actualmente están detenidos con la modalidad de prisión domiciliaria.

El juicio se centra sobre los hechos ocurridos principalmente en el centro clandestino de detención “Quinta de Fisherton”, también conocido como “Quinta operacional de Fisherton”, que dependía del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, con asiento en Rosario, a cargo de la llamada “Zona de Defensa 2”. Allí las víctimas resultaron muertas o desaparecidas y fueron privadas ilegítimamente de su libertad.

La fiscalía detalló en el requerimiento de elevación a juicio que “además de los testimonios que dan cuenta de la realidad de los acontecimientos, se deja expresamente sentado que todas las constancias documentales emanadas de las autoridades que ejecutaban el plan sistemático deberán ser analizadas», en tanto fueron «emanadas de un ámbito clandestino e ilegal que se valía de la autoridad del Estado para perpetrar de manera sistemática ilícitos aberrantes, con garantía de impunidad para sus perpetradores (la cual incluía el labrado de dichas actuaciones formales y ficticias)”.

El listado de víctimas de este juicio se encuentra integrado por Cecilia Beatriz Barral, Ricardo Horacio Klotzman y la hija de ambos, recuperada en 2011; Juan Alberto Tumbetta, Edgardo Silva, Osvaldo Aníbal Matosky Szeverin, Fernando Patricio Brarda, María Laura Gonzalez, Ricardo José Machado, Elvira Estela Marquez, Liliana Beatriz Girardi, Julio Adolfo Curtolo, María Teresa Latino, Maria Teresa Serra, Elvio Ignacio Castañeda, Alejandro Ramón Pastorini, José Ángel Alba, Herminia Nilda Inchaurraga, José Rolando Maciel, Elena Cristina Marques, Dante Rubén Vidali, Isabel Ángela Carlucci, Víctor Hugo Fina, Héctor Alberto González, María Teresa Vidal Martínez Bayo, Juan Carlos Lieby, Daniel Emilio Garrera, María Victoria Gazzano Bertos y Oscar Alberto Medina.

El 7 de abril de 2011, a través de un análisis de histocompatibilidad efectuado por el Banco Nacional de Datos Genéticos, recuperó su identidad la hija apropiada de Ricardo Horacio Klotzman y de Cecilia Barral, quien nació durante la desaparición forzada de su madre. El hecho se pudo conocer a través del relato del único sobreviviente de la «Quinta de Fisherton» que confirmó el embarazo avanzado mientras se encontraban en cautiverio. A través de la investigación se pudo determinar que la niña fue sustraída por los represores y entregada a una familia en la ciudad de Santa Fe. Su recuperación fue la restitución número 103.

Fuente: El Eslabón

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