La escuela Marcelino Champagnat, del barrio La Boca de Rosario, abrió un aula para adultas, que le permitirá a las madres de las y los alumnos cursar sus estudios secundarios. “Se las nota muy contentas, esto era una necesidad”, afirma Fernando Acosta, impulsor de la iniciativa.
La entidad educativa de gestión privada de La Boca, y a la que también acuden chicos y chicas de sus vecinos Triángulo y Villa Banana, lanzó una iniciativa para que las madres de las y los pibes concluyan sus estudios, y en los mismos horarios en los que sus hijos están en clases. “Esto les facilita todo”, le dice Fernando Acosta, director del nivel secundario de la escuela, a Redacción Rosario.
Donde hay una necesidad nace un derecho
En cuanto a los orígenes del proyecto luego hecho realidad, el docente recuerda que en pleno estallido de la pandemia el año pasado, “nos dimos cuenta más aún de lo esencial que significan las mujeres en el barrio, como líderes en planificaciones, en las familias donde acompañaban a los chicos con la tarea para la escuela y también teníamos estadísticas de años anteriores de que muchas madres no habían completado sus estudios secundarios, sobre todo aquellas que tenían una maternidad adolescente o de juventud, o que habían tenido que resignar sus cursados de 8° o 9°, en los años de la Ley Federal, en función de tener que mantener la casa o el cuidado de algunos hermanos”.
Así fue que “dentro de ese contexto –continúa Acosta– vimos que podíamos abordar esa necesidad, con lo que da la escuela que es la educación. Utilizamos algunas horas institucionales que estaban dentro del Plan de la Secundaria Orientada, la cual está acá en el barrio, y abrimos otras horas orientadas para adultos. Convocamos a mamás de la escuela, empezando por el nivel inicial y después subiendo a otros grados, con la intención de acompañarlas para que terminen el secundario”.
Esa idea original hoy se transformó en 32 madres habitando las aulas del establecimiento ubicado en Rueda al 4500. “Tuvimos que armar la segunda burbuja, porque arrancamos con 21 madres y en esta semana se aumentó ese número. Hay de varias edades, pero podríamos decir que van desde los 20 a los 35 años. Son mamás muy jóvenes, la mayoría del nivel inicial”, comenta Fernando.
“Cuando vos escuchás a las mamás te das cuenta de que atendés una necesidad, ya que habitualmente son jefa de hogar, y tienen una presencia muy polenta dentro de la casa, por lo que ir a un Eempa a las 8 de la noche significa dejar a los gurises sin su compañía, además de volver tarde. Sin embargo, al tener esta posibilidad de las clases a la tarde mientras sus hijos están cursando, les facilita esa cuestión”, resalta el máximo directivo del colegio.
La vuelta al cole
Después de una larga inactividad con la lapicera y la carpeta, para estas mujeres el retorno a los pupitres no significa un momento más. Y así lo certifica Fernando Acosta, al sostener que “el indicador más claro fue la semana pasada, en días de lluvias muy intensas –que en el barrio, trasladarse hasta la escuela significa mojarse, embarrarse y resulta muy complicado–, la asistencia en ese momento fue del 70 por ciento, es decir, que la mayoría vino”.
“Cuando uno habla con ellas se las nota muy contentas. Son adultas y si vienen es porque encuentran un lugar para seguir con eso que les quedó pendiente. Vienen con ganas, con esa sensación de sentirse alumnas, de escribir en una carpeta, de llegar a horario, te avisan si tienen turno en el dentista o deben vacunar a sus hijos. Te avisan, porque se sienten parte”, relata el director.
En este sentido, señala que la cosa con el estudio va en serio: “Acá nadie viene a inscribirse pensando en que después, además, tendrán algún tipo de beneficio económico, con becas, que igualmente siempre son bienvenidas. Pero acá está la necesidad de terminar la secundaria, y ojalá que esto en algún momento no sirva más porque ya la secundaria es obligatoria y la tengan todos. Pero la realidad es que hay una franja muy grande que no la terminó”.
La virtualidad sin internet
El país atraviesa la segunda ola de Covid-19 y las clases presenciales tambalean. Si bien en la provincia no se suspendieron –como ocurrió en el Amba, por un decreto presidencial–, es un hecho que la posibilidad está latente si la situación epidemiológica empeora aún más. Por eso, desde la escuela Marcelino Champagnat se las tuvieron que ingeniar para elaborar un plan B, de clases “virtuales”, pero sin conexión a internet.
“Para trabajar esta situación lo que utilizamos es el recurso de las fotocopias. Porque acá no hay conectividad. Además de no tener los elementos, los recursos como las compus o celulares, tampoco tenemos conectividad. Es decir que por más que tengamos la PC y podamos pagar el servicio, las compañías no ingresan a instalar internet”, remarca el maestro, que enseña en esa escuela desde 1995.
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