Como buen genio bien loco que era –bien genio y buen loco también–, Daniel Briguet aceptaba, sin enrosques ni gorjeos, convites tipo aquél a participar de la presentación de una revista como La Diaria de los Psicólogos, que editaban un grupo de jóvenes recién graduados para ejercer esa profesión, y otro de casi eternos estudiantes de Comunicación Social de la UNR.

Mediaban los 90; y en medio del tan gravoso aburrimiento neoliberal reinante, aquella presentación fue un oasis en el que se pudo beber el jugo de una épica batalla: la que enfrentó al siempre sereno y reflexivo crédito de Pichincha con un pretendido campeón, turbulento y provocador como Enrique Symms, que había llegado desde Parque Lezama con el fulgurante cinturón de editor de la Cerdos & Peces, publicación emblema del medio ambiente del under y el reviente de la época.

El panel para la presentación, montado en el aula magna de la facultad de Psicología, se completaba con Miguel Zama y Alberto Ascolani, quien además de guiar y absolver de pecados psicotéricos a sus realizadores, imprimía La Diaria en su pequeño taller de calle Necochea entre La Paz y Viamonte. Ambos psicólogos –también ya fallecidos– fueron dignos contertulios del bélico despliegue que ofrecieron Briguet y Symms, generado por neuronas ATR, bien regadas con licorosos saberes, y salvajemente humanizadas vía almas errantes y aguerridas.

Lo de dos periodistas y dos psicólogos como invitados tributaba al chamuyo de “encuentro interdisciplinario” que esbozaban los promiscuos hacedores de La Diaria; y exponía –a ojos de hoy–  una flagrante falta de apego a la igualdad de género, apenas disimulada por la presencia en la mesa de otra psicóloga, Mariel Vallasciani, directora de la revista en trance de presentación, a cargo de la apertura de esa suerte de caja de Pandora.

Lo que salió primero a relucir de tan inescrutable closet fue la tensión contenida y evidente en los torvos semblantes y las hondas pitadas de cigarrillo que irradiaban –cada uno aún en su rincón– los pugipanelistas.

La iniciativa en el combate le tocó al local, que repasó la lúcida semblanza del oficio real y terrestre que ya había esbozado en el prólogo de Ficciones Periodísticas, su primera picardía literaria. El Pelado recordó que si de periodistas se trata, la tan lectovenerada acción de escribir se circunscribe a los reinos de los emperadores Tiempo y Espacio, conquistadores tan crueles como invencibles para quienes no quieran entender que en las redacciones se puede tomar, fumar, practicar sexo oral o rezar el rosario, pero es literalmente imposible escribir sin el corsé que imponen la finitud de las páginas, y la urgencia de los plazos de entrega de lo escrito a las fauces de las plantas impresoras.

Despojada de clichés, reiteraciones y adjetivaciones perfumadas o flatulentas; y a la vez borracha de precisiones y claridades, la descripción de Briguet hizo recordar que, aunque la acción de escribir transforme una materia prima tan propensa al ensoberbecimiento como es el lenguaje, lo del periodista es no más que un laburo más, como cualquier otro; y quienes lo realizan no pueden aspirar a más vanidad profesional que la de encontrarse con una nota suya envolviendo los huevos que compran en el almacén de la esquina.

Symms, por su parte, militaba por esos años una práctica diferente, seductora por su culto a transgresiones y delirios varios, pero solo sostenible para quienes buscaban en el periodismo cualquier cosa menos un empleo y un salario con el que sostenerse. El otrora recitador de monólogos en los recitales de los Redondos carraspeó su llamado a los abismos con verborragia merquera y evidente inquina hacia su predecesor en el uso de la palabra, que aguantó a pucho firme un rato pero finalmente optó por responder el ataque con un gesto propio de su prosapia rosarina: se levantó de la silla que ocupaba al grito de “por qué no te vas a la concha de tu madre, porteño de mierda”, sazonado por una indulgencia proverbial: “No te cago a trompadas porque sos un viejo choto”.

La reacción conmovió a sus sorprendidos testigos, refugiados en un silencio respetuoso y expectante que Symms quiso desafiar con balbuceos seseosos y babelianos, que no le alcanzaron para recuperar el centro de la escena. Todas las miradas siguieron el trayecto de Briguet y su hartazgo, que no le quitó lo cortés cuando uno de los organizadores del evento fue tras él para tratar de calmarlo y pedirle que vuelva: “Con ustedes está todo bien, pero me voy a la mierda porque no aguanto más a pelotudos como este”.

Afortunadamente, Briguet recién se fue a la mierda del todo muchos años después, con el infarto letal que sufrió el fin de semana pasado. Desgraciadamente, el periodismo rosarino ya no contará con un defensor de sus grandezas y miserias, tan pero tan sabio, loco y buena gente.

 

Fuente: El Eslabón

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