A diferencia del Amba, Santa Fe mostró unidad del gobernador y los principales intendentes en el anuncio de restricciones. El Pro y la educación. Datos alarmantes y falta de pedagogía.

A contrapelo de sus deseos y de sus propios dichos de la semana anterior, pero con la alarmante data epidemiológica en la mano, el gobernador peronista Omar Perotti y los intendentes de Rosario y Santa Fe, el radical con partido propio Pablo Javkin y el socialista Emilio Jatón, anunciaron esta semana una serie de medidas restrictivas de la movilidad vehicular y de actividades no esenciales por diez días, con el fin de amesetar la curva de contagios de coronavirus y alivianar el estresado sistema sanitario en materia de ocupación de camas críticas. El anuncio contrastó con el desquicio reinante en el Área Metropolitana de Buenos Aires (Amba), donde Nación, el gobierno de la ciudad autónoma y el gobernador de la provincia más poblada del país se enfrascaron en una batalla judicial por la suspensión temporaria de las clases presenciales (lo que está en juego son ¡cinco días de escuela!) y abandonaron, por razones puramente políticas, los acuerdos que habían logrado hasta acá para la tortuosa tarea de gestionar una novedosa pandemia. 

Desinversión abierta

El 14 de abril el presidente Alberto Fernández utilizó la cadena nacional para realizar el anuncio de la adopción de varias disposiciones relativas al cuidado sanitario para morigerar los contagios de Covid-19. El país lo miró por la TV, pero el anuncio fue para el Amba, que comprende la ciudad autónoma de Buenos Aires (Caba) y 40 municipios bonaerenses. Una porción nada despreciable  de argentinos y argentinas, radicados en el punto desde el cual irradia hacia el resto del territorio la propagación del virus, pero lejos de constituir una mayoría.

El “más federal de los porteños”, como se autodefine el mandatario, nos contó a todos los de las provincias interiores las medidas resueltas para el puerto de Buenos Aires y sus alrededores, como los noticieros “nacionales” nos informan sobre cortes en la autopista Dellepiane o los baches que dificultan el tránsito por Callao.

Las medidas anunciadas por el presidente, racionales pero a la vez inconsultas con el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, desató un vendaval político que ya era un fuerte viento antes de la cadena nacional. El eje fueron las escuelas, más precisamente las clases presenciales. La medida es discutible, como casi todas.

Los datos oficiales muestran que las gestiones de Cambiemos en Caba disminuyeron la inversión en el presupuesto educativo del 27,8 por ciento en 2011 al 17,3 el año pasado, convirtiéndola en el distrito que menos porcentaje de recursos destina a la materia en todo el país. Siendo el más rico, claro. Esa es la importancia real que el PRO le da al sistema educativo.

Sin embargo, bajo los efectos políticamente redituables de la consigna “abran las escuelas” que Mauricio Macri lanzó ¡en enero!, Rodríguez Larreta se embanderó judicialmente en la cuestión, que es indisimulablemente sensible.

Teniendo en cuenta el actual método mixto del sistema escolar que contempla una semana de presencialidad y una de virtualidad, lo que estaba en juego eran 5 días de clases en las aulas.

Sin embargo, la operación mediático-política se montó sobre un malestar previo de padres y madres que no saben dónde dejar a sus hijes aun en medio de una pandemia, sector probablemente minoritario de la sociedad pero que está sobrerrepresentado por los medios de comunicación.

Que la mayor parte de los países de la región y algunos de Europa –ese destellante faro por el que deseamos ser eternamente iluminados– hayan adoptado medidas mucho más drásticas en materia de suspensión de presencialidad escolar no representa, en este caso, la mirilla desde la cual debemos observar “el mundo”.

El asunto es que acá los niños lloran por no poder ir cinco días al colegio y dar las clases en forma virtual. La cuestión se dirime, en estos días, en cuanto tribunal esté dispuesto a meter cuchara en el barro.

Los anuncios de Fernández, realizados en un video grabado de 18 minutos de duración, no estuvieron exentos de desaciertos. Flaca o nula explicación de algunas medidas, metidas de gamba como la crítica al “relajamiento” del personal de salud, que costó una disculpa pública y un bono de 6.500 pesos por cabeza. Las compensaciones estatales para los afectados por el cierre relámpago de 14 días se anunciaron, recién, un día después.

Ser antipático

Mientras esa disputa jurídico-política se gestaba en el puerto de Buenos Aires, el gobernador Perotti aclaró que Santa Fe no adheriría a las medidas sobre restricción de circulación nocturna resultas por el presidente.

El intendente Javkin hizo causa común: “De acuerdo a lo dispuesto por el gobierno de la provincia de Santa Fe, se mantienen las actuales condiciones de Modalidad de Convivencia en Pandemia. Todos los protocolos, habilitaciones de actividades y restricciones siguen vigentes y sin modificaciones”, informó el municipio en relación a lo resuelto el 9 de abril, que recortó un poco los flecos de la nocturnidad.

Representantes de diversos rubros y actividades fatigaron el  teléfono móvil del Intendente la noche del 14 de abril, mientras se transmitía el mensaje presidencial. “¿Acá no, eh?”, preguntaban-presionaban los interlocutores del jefe comunal.

Ninguno de los dos –ni Perotti ni Javkin– se inclinaba por poner un freno a las actividades productivas y comerciales en medio de la crisis económica que provocó la cuarentena, producto de la pandemia. Menos cerrar las escuelas, esa temida decisión política que luce tan antipática.

Sin embargo, una semana después se mostraron juntos, sumando al intendente de Santa Fe, Emilio Jatón, disponiendo restricciones a la movilidad nocturna y la suspensión temporal –por diez días– de algunas actividades comerciales, recreativas, deportivas.

Los datos oficiales sobre la evolución de la pandemia ameritaban adoptar decisiones “antipáticas” –como dijeron desde el Gobierno provincial– pero racionalmente indispensables. Gestionar una pandemia no es cosa graciosa.

“Si esto da resultado, no es necesario llegar al extremo del Amba”, dijo al día siguiente de los anuncios locales el ministro de Gestión Pública, Marcos Corach.

El funcionario explicó que “el sistema sanitario está en crisis y había que tomar medidas, que fueron conversadas con los expertos e intendentes y presidentes comunales”. Así, remarcó una diferencia con lo ocurrido en el Amba. 

Semáforo rojo

Hace un mes, el 25 de enero, Santa Fe reportaba 511 casos diarios de coronavirus. El 21 de abril pasado esa cifra trepó a 2.050, con casi 18 mil casos activos. Se cuadruplicaron.

Paralelamente, el porcentaje de ocupación de camas críticas pasó del 64 al 99 por ciento en Rosario en efectores públicos desde el 25 de marzo al 22 de abril. El del sector privado era del 93 por ciento al cierre de esta edición. En Rafaela no había camas críticas desocupadas.

Un dato es central en esa cuestión: Santa Fe llegó al pico en cuanto a casos diarios de contagio de Covid-19 en octubre del año pasado, número que supera los actuales guarismos. Sin embargo, aun con menos contagios cada 24 horas, las terapias intensivas están a un tris de la saturación, como en aquel momento.

La ministra de Salud provincial, Sonia Martorano, explicó esta semana que el promedio de edad de las personas internadas es de entre 45 y 48 años. Y que el virus comenzó a producir formas moderadas y severas en personas que, por su rango etario, parecían menos expuestas a cuadros graves durante la primera ola, en la que el eje eran los adultos mayores. Una porción importante de ellos ya están vacunados y, desde el inicio de la pandemia, se mostraron más receptivos al cumplimiento de los cuidados necesarios para disminuir contagios.

Desde enero pasado, el Ministerio de Salud nacional estableció dos variables objetivas para determinar posibles restricciones en cada distrito, sin dejarlas –del todo– a los humores de la moldeable opinión pública, que posee la capacidad de virar en poco tiempo del aplauso balconero a los médicos y el personal de salud a la denuncia de infectadura.

Una de esas variables se denomina “Razón”, y es el cociente (es decir, el resultado de dividir) entre “el número de casos confirmados acumulados en los últimos 14 días y el número de casos confirmados acumulados en los 14 días previos”. Cuando dicho cociente sea superior a 1,20 –es decir, que los casos aumenten un 20 por ciento de una quincena a la otra– se enciende una alerta.

El último reporte de la Secretaría de Salud de Rosario indica que la “razón” es de 1,95 en la ciudad.

La otra variable se llama “Incidencia” y mide “el número de casos confirmados acumulados de los últimos 14 días por 100 mil habitantes”. Que sea superior a 150 es un problema. En Rosario, según la misma fuente antes mencionada, la incidencia fue 742 el 21 de abril.

Finalmente, otra variable que tienen en cuenta las autoridades sanitarias es el “Rt”, o número de reproducción diario. A cuántos contagia cada persona que ya contrajo el virus y está en el período “activo”. El número deseable es menos de 1. En Rosario es de 1,16, pero el 1° de marzo era de 0,95.

Pedagogía de la pandemia

Una de las carencias –que no es nueva– que se observó en los anuncios provinciales de las restricciones impuestas es la ausencia de explicación de las motivaciones de las medidas y los objetivos perseguidos.

Las principales fueron filtradas a la prensa antes de su oficialización, como la prohibición de circulación de vehículos particulares entre las 21 y las 6 de la mañana, lo que generó una superproducción de memes y de comentarios de foristas en las webs informativas.

En rigor, los memes delatan un alto nivel de desinformación –o tal vez de desinterés– de la población en relación a la evolución de la pandemia y las medidas para mitigarla.

Recién al día siguiente, el jueves 22, la ministra Martorano explicó cuál es la razón de reducir la circulación vehicular nocturna: “Los accidentes de tránsito ocupan camas, muchas camas, por eso hay que disminuir la circulación nocturna y es de 21 a 6. Además vemos riñas, balaceras, todas cosas que ocupan camas que necesitamos para Covid”.

En la misma jornada, Javkin señaló que es necesario “bajar la circulación de vehículos nocturnos para que haya menos siniestros viales y liberar camas críticas. Ya lo probamos y funcionó”. Y brindó un dato objetivo: “Bajando la circulación desde las 0 disminuimos un 39 por ciento los internados por siniestros viales”.

Además, la reducción de la nocturnidad desalienta los encuentros sociales en casas particulares, principal foco de contagio por la relajación que adquiere ese tipo de reuniones. “No es lo mismo restringir el día o la noche. En el día se afecta a la economía”, dijo también Javkin, en un indispensable homenaje a Perogrullo.

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