Mi amiga Muriel contó que andas diciendo que me amas. No me molesta, pero es que la gente se ríe. Si tienes que decírselo a alguien, ¿por qué no a mí?…”. La que habla es Melody, una niña de 10 años, quien se dirige intrigada a Daniel, que ronda su misma edad. La escena transcurre en un cementerio abandonado vecino a la escuela a la que asisten los dos. Ella le lee la inscripción en la lápida de una tumba de 1893 donde un esposo le agradece a su amada por los “cincuenta años de felicidad” juntos. “¿Me amarás tanto tiempo?”, pregunta Melody. “Por supuesto, ya te amé una semana entera, ¿no?”, confirma Daniel.

Hace poco se cumplieron 50 años del estreno de Melody (28 de marzo de 1971), la película británica dirigida por Waris Hussein, escrita por Alan Parker y con música de Bee Gees; protagonizada por Tracy Hyde (Melody Perkins), Mark Lester (Daniel Latimer) y Jack Wild (Ornshaw). Un filme que habla del amor en la infancia, del estricto sistema educativo inglés de entonces, de la amistad, la rebeldía naciente y del mundo adulto. Y lo mejor, es que lo hace siempre con ojos de niñas y de niños. Nada mal para los años 70, donde al decir del pedagogo Gabriel Brener aún regía el paradigma del tutelaje.

Y quizás, haber narrado la historia desde la perspectiva de la niñez es el secreto que hace que una o más generaciones nos identifiquemos con esta película. Recuerdo muy bien que cuando la vi por primera vez (le siguieron varias más), salí del cine decidida a cambiar mi viaje de 7° grado en tren a Cosquín por otro en avión a Londres. Claro que nada de eso pasó, sólo me convencí de patear para adelante la ilusión de hacerlo cuando llegara al 5° año de la secundaria. Todas nos enamoramos de alguno de los personajes. “Melody consigue eternizar la infancia”, dice acertadamente el escritor Alejandro Caravario en un artículo en el que reconoce cuánto le impactó el filme (El camino de la libertad, Suplemento Radar de Página 12, del 20 de noviembre de 2015).

Las historias de cada protagonista se van entrecruzando en el inicio del filme. Melody cambia unos vestidos de su madre por unos pececitos de colores que ofrece un vendedor callejero. Al tiempo que Daniel dibuja la silueta de una mujer desnuda ante la cara absorta de su madre que le cuestiona: “Pero, solías hacer retratos de tu abuela y jirafas en el zoológico, ¿qué pasó?” . Y Ornshaw, el amigo rebelde e incondicional de Daniel, que desde el arranque invita a desafiar normas y reglas del mundo adulto.

Las escenas escolares hablan en el lenguaje de los recreos del mundo. También de las complicidades que nacen entre lecciones no estudiadas, cigarrillos encendidos con disimulo, besos imaginados y dados a escondidas (en este filme, en el rostro de un muy joven Mick Jagger estampado en un póster) o el asqueo expresado entre risas ante el profesor que limpia su nariz en clases. Y de la obstinación de un pibe en fabricar una bomba casera que estallará en el momento indicado.

Melody

Hasta que una tarde, Daniel descubre a Melody en una clase de danza. Ella baila con sus compañeras, siguiendo la música que le marcan el piano y la voz de su profesora. Él la ve a través de una puerta de vidrio. Los diálogos comienzan así, con la insistencia de la mirada. Primero en un acto escolar, en el que circula el rumor de que algo le pasa a Daniel con Melody. Luego, en el momento en que decide sentarse al lado de ella en el comedor. Pero Ornshaw saldrá al rescate de su amigo que ya transita las cargadas y el papelón público.

Dos azotes”, sentencia el profesor de latín a un grupo de niños que no ha cumplido con la tarea, y les avisa que los espera a la salida de clases, en su oficina. Uno de ellos es Daniel. Todavía se aplicaban varillas y otros golpes como método disciplinario en el sistema educativo inglés. Recién en 1998, el Parlamento británico abolió en forma definitiva los castigos corporales en sus escuelas.

Melody y Daniel se aman. Lo expresan de muchas maneras. Dicen que quieren estar juntos y por eso un día eligen cambiar las clases por un paseo por la playa. Tras esa escapada, el director los llama para recriminarles lo hecho. Y otra vez se da un diálogo en el que la infancia pide ser escuchada como tal, con sus deseos y emociones. “Así que tienen sus prioridades claras, ¿eh?”, les pregunta, de modo irónico, el director. “Sí, nos queremos casar”, responde Daniel, ante la burla del mayor. El niño, con voz firme, le dice: “Nos trata como si fuésemos estúpidos. Sólo queremos estar juntos todo el tiempo Y eso implica estar casados, ¿no? No es gracioso, ¿no entiende?”.

El final de Melody es como toda la película: no abandona nunca la perspectiva de la infancia. Una valiosa razón para verla, a 50 años de su estreno.

Melody (1971)

Derecho al goce estético

No hay una costumbre ni cultura en la que sea la voz de las niñas y los niños la que explique algo. Eso también hace que uno se sensibilice con historias contadas y mostradas desde la propia perspectiva de los pibes”, opina el pedagogo Gabriel Brener, invitado a conversar sobre Melody y por qué su recuerdo perdura en el tiempo. Brener considera que “hoy todo el mundo se llena la boca hablando de las infancias, pero es muy poco lo que se encuentra en los medios en donde aparezca esta voz, incluso de la adolescencia, en primera persona. Son habladas por las personas adultas”.

Melody

Por eso, enaltezco siempre la perspectiva de Janusz Korczac y su libro Si yo volviera a ser niño, en el que el autor se pone en el lugar de los niños. Eso también sigue siendo revolucionario para seguir pensando la pedagogía”, rescata de la humanidad del médico y educador polaco víctima del genocidio nazi.

Brener dice que tiene el defecto de pensar las películas en clave pedagógica. Pero eso tiene sus ventajas cuando lo que se pretende es considerar al cine “como un bien cultural, como un derecho de todas y de todos”. Y también como un recurso para enriquecer la formación docente, tanto en su universo cultural como para aportarles recursos de trabajo. En este último caso, resalta lo apreciable que resulta el cine para analizar situaciones complejas, que todo el tiempo ocurren o repercuten en el ámbito escolar, mirándolas desde afuera. La habilidad nuestra –como educadores– es volver con esa escena a la propia realidad del docente”, plantea como desafío.

El cine es una invitación a pensar”, confiesa Brener, al tiempo que rescata la posibilidad de sensibilización que propone: “Siempre lo considero como un derecho al goce estético. Los pibes tienen derecho al cine. Si no fuese por la escuela, muchas pibas y pibes no tendrían acceso a este universo cultural”. Además de ser profesor universitario (UBA y Unahur) y de institutos de educación superior, siempre en pedagogía, Brener fue subsecretario de Educación del Ministerio de Educación de la Nación (2012-2015). En ese período llevó adelante, junto a Alejandro Vagnenkos, el Archivo Fílmico Pedagógico, conformado por 41 filmes que llegaron a las escuelas del país, y circularon por la comunidad.

Para Brener, que Melody se haya producido bajo la perspectiva de la infancia resulta un dato valioso, sobre todo porque en ese momento (años 70) “gobernaba el paradigma del tutelaje”. Aprecia que la película ubique a sus protagonistas con autonomía en sus decisiones, a la vez que propone el ejercicio de pensar qué pasa hoy con las infancias, si las personas adultas están dispuestas a respetarlas “como sujetos de derecho”.

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Un comentario

  1. Gary

    26/04/2021 en 0:05

    Que alegría saber que está hermosa película dejo huellas en muchas personas como a mí , Melody vivirá por siempre en nuestros recuerdos y ocupará eternamente en nuestros corazones ese tiempo de la infancia maravillosa.

    Responder

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