Víctor Ferrari, albañil y empleado en una verdulería, caminaba lo más pancho en la agobiante madrugada del 4 de febrero de 2015, cuando móviles policiales lo cruzaron en su camino, sin darle motivo alguno, y se lo llevaron detenido a la Comisaría 2ª, de Paraguay al 1100. Aún no sabía que lo peor estaba por venir. El testimonio de un laburante y ex militante de derechos humanos que más de 6 años después de aquella pesadilla hecha realidad, espera tener justicia, en el juicio que comenzó contra el comisario Carlos Rodríguez, acusado de apremios ilegales por pegarle con un palo a Ferrari.

“Me detienen en la esquina de Pellegrini y Mitre tres móviles del Comando Radioeléctrico”, arranca su relato Víctor en el programa radial Poné la Pava (que se emite de 7 a 12 por FM 99.3 Radio Rebelde Rosario). Y sigue: “Me detienen, me revisan, me tiran al piso, me esposan y me llevan a la comisaría 2ª”.

Ya en la dependencia policial de calle Paraguay, el ex militante de Hijos Rosario cuenta que “ahí me revisan la mochila, me sacan las pertenencias y me sacan los cordones de las zapatillas; luego me ponen dentro de un calabozo para personas demoradas. Adentro había otra persona, que no conocía”.

La madrugada ya había quedado atrás cuando lo trasladan de calabozo porque “iba a ingresar otro detenido con el que no podíamos tener contacto”, según cuenta Víctor que fue el argumento del uniformado. “El lugar no tenía ventilación, estaba sin luz eléctrica, sin baño. Había un olor nauseabundo por las personas que habían estado ahí anteriormente haciendo sus necesidades. Y sin agua, que para esa época del año era duro por el terrible calor que hacía”.

Los hechos más graves de la violencia institucional de esa jornada se avecinan ante el desesperado pedido de Víctor para hidratarse: “En ese momento, al estar más alejado de donde estaba el personal policial comienzo a exigir agua a los gritos, y no llegaba nunca. Y en un momento, el mismo policía que antes me había alcanzado agua abre la puerta del calabozo, me pasa una botella, y en el mismo momento ingresa otro uniformado –que por las características de su uniforme se supone que tenía un rango superior– y directamente comienza a golpearme con un palo”. 

Ese hombre era Carlos Rodríguez, que comenzó a ser juzgado por apremios ilegales, y que tiene pedidos de pena de 4 y 5 años de prisión efectiva. La fiscal Karina Bartocci y la querella de la Cátedra de Criminología de Derecho de la UNR le atribuyeron efectuar “diversos golpes en el cuerpo usando un palo de un metro y medio”. 

La marca de la gorra en su cuerpo

“Las lesiones son típicas de una persona que se defiende: el tipo me quería pegar en la cabeza y lógicamente uno se cubre y me pegaba en los brazos, en los codos, en las rodillas. Me arrinconaba. En ningún momento atiné a agredir al policía, sólo intenté defenderme, retroceder en ese calabozo que era muy pequeño, así que después llegué a la pared y me subo a un banco, porque ya no sabía para donde escapar, y empieza a pegarme en la rodilla, me daba vuelta y me pegaba en la parte de atrás de las rodillas”. Así relata Víctor Ferrari el inicio del calvario que padecía de ese tipo que “se hacía llamar el jefe, y decía que ahí mandaba él. Fue un momento muy duro, complicado”. 

La víctima recuerda que media hora después, “tipo 10”, le dan la libertad al detenido con el que compartía celda. “Así que quedé lesionado –sigue–, sangrando en una pierna y estaba shockeado porque quedé a entera disposición de esa persona que decía ser el jefe. No sabía lo que iba a pasar. Estaba convencido de que de ahí no iba a salir por un lapso de un par de días. Supuse que me iban a dejar hasta que se me curen las heridas. No me permitieron hacer un llamado telefónico, no hubo médico que me revisara, nada”.

El martirio terminó pasado el mediodía cuando “me pidieron un número para corroborar domicilio y demás trámites, me entregaron mis pertenencias y me dieron la libertad”, rememora Ferrari. “En la puerta de la comisaría, lo único que se me ocurrió en ese momento para tratar de calmar un poco el shock que me produjo toda esa situación, fue comunicarme con un ex compañero de militancia y me aconsejó acudir a la comisión de Derechos y Garantías de la provincia y asistir a un consultorio jurídico. Ahí tuve un apoyo emocional, psíquico y jurídico muy bueno. Y quiero destacar el apoyo que también recibí en el Servicio Público de la Defensa, que en ese momento estaba Gabriel Ganón”.

Ya pasado el tiempo del horror y en el inicio del de la Justicia, Víctor Ferrari asegura que “más allá de lo personal, es un caso que lo quiero hacer colectivo, para que la comunidad sepa que esos casos se pueden denunciar, de que hay gente que apoya a las víctimas, que hay contención. Sabemos que la Justicia es lenta, pero llega”.

“Esperamos una condena de 4 a 5 años”, señala por último este hombre que admite que “sí es complicado denunciar a un policía, y a un jefe policial más aún”, pero que todo “lleva su tiempo y trae consecuencias –por las cosas que pasan por la cabeza de uno porque sabemos cómo actúan estas personas– pero por suerte llega la hora de la justicia”.

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