Yo no sé, no. Pedro con 7 años miraba su lápiz y calculaba el tiempo que faltaba para empezar a escribir con lapicera fuente, como la que tenía su hermana. Él pensaba que con la tinta y una Parker mejoraría su letra, que sería una transferencia casi mágica del amor fraterno. Faltaba poco y a la vez faltaba mucho para que eso ocurra. 

Ese año, la novedad era que la maestra les enseñaría a usar el sacapuntas. La lapicera “puente”, como él le decía, recién después de un año estaría en sus manos. Los viernes pensaba que faltaba poco para el domingo, día de visitar a la abuela. Ella haría ñoquis y lo que más le gustaba era esa salsa que se enrojecía con aquella latita de conserva de tomate. Para él, era algo mágico cómo el perfume intenso a salsa se adueñaba de la cortada. Tanto que a veces aparecía la abuela de la Susi, que vivía a más de una cuadra, y le preguntaba desde la puerta: ¿Y, falta mucho para los ñoquis? Y la verdad, faltaba poco y a la vez faltaba mucho, porque la abuela cocinaba a fuego lento, tan lento como en volver del afilador que vivía enfrente y que, al ver a Pedro, en la puerta se mandaba el último soplido a ese instrumento de melodía mágica. Y como don Juan era español, Pedro creía que España estaría llena de afiladores y que Perón volvería con esa melodía a cuesta y con soplidos musicales para todos los pibes. La madrina, mientras tanto, le preguntaba a su marido, el tío Mario: ¿Y, falta mucho para que vuelva el General? Y la verdad, parecía que faltaba poco y a la vez faltaba mucho.

Con sus padres, Pedro iba al balneario Los Ángeles, en Puente Gallegos, y como el 203 los dejaba a 5 cuadras, Pedro a los 100 primeros metros ya preguntaba: ¿Y, falta mucho? Y faltaba poco y a la vez faltaba mucho, porque eran cuadras como de 300 metros de largo. En el 73, Pedro fue al Superior de Comercio, y si la primera hora era de matemáticas, la pregunta a los 10 minutos era: ¿Y, falta mucho? Y la verdad, faltaba poco y a la vez faltaba mucho, porque eran minutos que parecían eternos. Y cuando en pleno invierno, la lucha estudiantil hizo –entre otras cosas– que las pibas pudieran ir con pantalones y los varones dejar de ir de corbata, la lucha tenía sus primeros logros. Y con todo ese entusiasmo, la pregunta era: ¿faltará poco para cambiarlo todo? Y la verdad, parecía que faltaba poco y a la vez faltaba mucho.

Ese año, Timoteo se hacía cargo de Central y faltaba poco para que el canaya diera su segunda vuelta olímpica y los del Parque lo harían al año siguiente. Faltaba poco y a la vez faltaría mucho para volver a tener esos equipazos. 

A veces, me dice Pedro, cuando encuentro esta Sheaffer a cartucho, me dice mostrandomé una lapicera, pienso y me preguntó: ¿cuánto tiempo falta para que esté en nuestras manos, con una tinta tan intensa como una nueva sangre que nos devuelva la posibilidad de volver a intentar cambiarlo todo? La verdad, me dice, que por ahora hay que derrotar al bicho y mirando la imagen del avión trayendo vacunas que transmite la tele, se me hace que falta poco. Eso sí, para cuando de esta vayamos saliendo, hay que contagiarse y contagiar de entusiasmo como si por nuestras venas volviera a correr esa tinta con ganas de hacer historia.  

A veces me parece que falta tan poco, y a la vez que falta mucho. Pero esto último es lo de menos, una vez que arranquemos a sentir que todos Patria tenemos.

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