Yo no sé, no. Pedro se acordaba cuando la seño de segundo les dijo: “El lunes veremos cómo se forman los colores”. Ese viernes, él sólo sabía que el gris era la mezcla del blanco con el negro, aunque había otras posibilidades de mezcla para el gris, y la asociación con el plomo era inmediata. Y pensaba que el gris sería el más pesado de los colores. Ese viernes, además, veía plomo por todos lados. En el patio, en la pileta gris portland, con su canilla alimentada por ese caño que, como una vena gris, bajaba de la pared agrietada, descolorida, que no se vencía. Y más allá el macetón donde ese gris, su visita escondía. Y arriba la galería con su desagüe hecho travesaño gris de un arco en el que sólo él convertía goles.

En lo de su tío, Pedro se detenía a escuchar al gris, como cuando alguien preguntaba por el partido y la respuesta que se oía era “es un plomazo”. O cuando sus primas apagaban el tele Inelro, lo que significaba que seguro se venía la programación plomaza. Para ese entonces, la de cuero, por pesada como plomo, en ese patio se la tenían prohibida. Y cuando escuchaba la palabra Perón, también prohibida, y un supuesto avión negro con el cuál regresaría, él se imaginaba que capaz se cruzaba con blancas nubes y, en un avión ahora gris, el general con éxito regresaría. La única que le escuchaba con aparentemente entusiasmo esa teoría, era su abuela, que siempre le veía color a sus fantasías.

Pasaron varios otoños y un 16 de junio, Valentina Vladímirovna ganaba las alturas agregando valor y color a esos grises cielos de la guerra fría. Ya por entonces, con el gris plomizo se amigaba José, que era el más grande, y que con trozos de caños y plomadas para la pesca, en la tierra fraguaba. Y los más chicos, aceritos de plomo como punti le pedían al José que les haga.

Además, a algunos de los pibes se los veía con delantales grises. Los más habilidosos, en alguna técnica estudiaban. En las casas en construcción, más de una vez el dame plomo, por algún habilidoso con la cuchara se escuchaba. En las figus, las redondas de Arsenal parecían grises. Y había que prestar atención, por ahí andaban las difíciles. Serrat nos traía una Penélope que era abandonada una tarde plomiza de abril. Y descubrimos, también, el gris tristeza en el tango Una tarde

Mirá, me dice Pedro, los cielos con gris fulero, a priori no existen. El gris, como algo pesado, digo. Y si hubo un junio con un gris que la Patria sufrió, un día de plomizo asesino, no se debe olvidar. Y de aquí en más, todo lo gris plomizo, en puntis se tiene que transformar. En guardapolvos de nuestros técnicos, en plomadas para pescar. También en aquellas que a las paredes suelen acariciar. Y para que el gris plomizo no sea una amenaza para la Patria, lo pondremos dónde tiene que estar. Todo eso dice mientras saca de un viejo cajón una gastada plomada que el gris ya la abandonó.

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