Tres emprendimientos vinculados con la alimentación saludable se unieron para formar una red de comercialización propia, con precios justos y una cadena sin intermediarios que une la producción con el consumo: El Maneje. 

“Va sobre ruedas”, “hay que pilotearlo”, “está en marcha”, “andando, los melones se acomodan”. Las metáforas que refieren a lo vehicular son usadas de manera recurrente en la oralidad. Son construcciones discursivas que no figuran en el diccionario pero que forman parte del habla cotidiana. Una de ellas hace referencia a una maniobra compleja para resolver una situación que se presenta complicada: un maneje. Con el objetivo de cooperativizar la venta de productos provenientes de emprendimientos autogestivos, nació la Cooperativa El Maneje. “Le pusimos así por las mil y un dificultades que hay que ir resolviendo en la tarea y las mil y un formas que encontramos para acortar camino”. Oscar Bua, quien lleva adelante el emprendimiento Delta –una de las tres grandes patas de El Maneje– hace foco en la lógica del atajo: “Siempre tratamos de acortar camino”.

Los caminos a los que se refiere Oscar no figuran en los mapas del GPS. La nafta que usan en este caso es la autogestión y el motor son los pulmones. La clave para el andar: la colectivización. “También nos encontramos en otros lugares, nos conocemos de espacios culturales, siempre alguien tiene un dato para pasarle a otro o un producto que puede llevarle. Todos esos manejes entran en esta construcción que hacemos de cooperativizarnos para vender”. De lo que habla Oscar es de la ruta del alimento cooperativo.

Como nada viene de la nada, tal vez sea necesario desenredar a los protagonistas de esta historia. Posiblemente los recorridos previos de los emprendimientos ayuden a entender el por qué del agrupamiento, intentando establecer una explicación terrenal más acá de aquella sentencia que establece que Dios los cría y el viento los amontona.

La Porfía es un emprendimiento que se formó en 2011 con una producción de granos de trigo para moliendas para hacer harina. Por otro lado, vienen dando los primeros pasos en la producción de cebada para maltear y para cerveza. Además producen quesos, yogures, dulce de leche, mermeladas, jugos, bondiola. Y tienen una línea de tinturas madres y jarabes. “Somos un pequeño grupo de cuatro personas y nos manejamos cooperativamente con asambleas y reuniones periódicas”. Quien habla es Emanuel Minighini, uno de los cuatro eslabones de La Porfía. Emanuel se sumó hace tres años y cuenta cómo está distribuida la producción: una parte en Cañada de Gómez donde está el molino harinero, la fábrica láctea y unas colmenas dentro del mismo sistema de la siembra de trigo; otra parte de la producción está en Ibarlucea y una tercera parte en Rosario.

Justamente en esta ciudad del taco de la bota santafesina vive Lili Ausburger, quien se presenta como una docente inquieta que a través de la docencia llegó a las problemáticas del medio ambiente y fue conociendo a mucha gente, entre ellas a Violeta Pagani, una de las creadoras de La Porfía. “He tratado de poner un poco de coherencia entre las cosas que pienso que tienen que ir aconteciendo para vivir un mundo mejor y las prácticas que podemos ir sosteniendo colectivamente”, dice. En eso de lo colectivo menciona que desde hace un año se están organizando con Delta y Panambí para armar la cooperativa de comercialización.

 

Panambí se dedica a la panificación con harinas integrales agroecológicas, produciendo panes, prepizzas, galletitas, alfajores, pastas. Parte de la producción es con harina de La Porfía. Delta, que fabrica cerveza desde hace seis años, también viene trabajando articuladamente con La Porfía desde antes de empezar a pensar en la colectivización de la venta. Así lo cuenta Oscar: “Con los compañeros de La Porfía hace ya un año que hacemos una cerveza enteramente agroecológica con la malta que ellos nos proveen. Es una cerveza compartida que tiene las etiquetas de los dos emprendimientos”. Estos cruces ayudan a comprender que las redes se vienen tejiendo hace tiempo. Oscar explica que la idea de producir con cebada y malta agroecológica estaba desde un principio. “Es una cosa que viene desde hace mucho tiempo, con Viole hace tres años que empezamos con lo de la cebada”. Oscar realiza la línea cronológica: consiguieron semillas, sembraron, perdieron la primera cosecha bajo el agua, insistieron. “Todo un proceso de ir apostando por otra forma de producir”.

Redes sanas

Si bien hace mucho vienen trabajando juntos, la cooperativización de la venta de los productos la empezaron a pensar hace un año, cuando la pandemia ya venía haciendo estragos en las economías. La red propia de comercialización funciona así: cada quince días ofrecen un carrito virtual que llega a los teléfonos de los contactos que forman parte de la red. Las personas llenan un formulario donde eligen los productos. Desde El Maneje recolectan esa información y la procesan. A partir de ahí ven la producción disponible –hay muchos productos frescos– y la faltante que deben producir. Otro día se juntan para repartirse los productos de cada emprendimiento y ahí quedan armados los pedidos. El resto de las acciones involucra, entre diversas tareas, la logística del reparto.

Una parte central de estas redes de comercialización tiene que ver con evitar los intermediarios de la cadena, aquellos eslabones que van sacando tajada. “Pensamos mucho en la comercialización directa, estar en la producción y en la distribución en beneficio tanto del productor como del consumidor”, dice Emanuel, mientras agrega otra ventaja de cooperativizar la comercialización: el hecho de agruparse les permite llegar a una mayor cantidad de personas. “En vez de andar vendiendo cada uno por su cuenta a su cartera de clientes de consumidores, ofrecemos las cosas de los tres y llegamos con todas las producciones a más gente. También nos organiza y nos ordena”.

En la visión de Lili, las cosas que han tenido que ir sorteando responden al modo particular de plantear las estrategias. Frente a problemas poco comunes, las respuestas también son poco comunes. Lili advierte que son muchas las tareas que están detrás de cada carrito que logran concretar cada quince días. Cuenta que se han reunido en lugares disímiles que van desde Pichangú hasta parques y estaciones de servicio. Menciona como uno de los aspectos positivos de la organización colaborativa el hecho de que al margen de las tareas generales, cada quien tiene tareas asignadas. “Nos apoyamos y nos alivianamos. Si lo podemos compartir, la pasamos mejor. No hay que olvidarse de la calidad de vida que tratamos de construir. Pensamos respuestas juntes y eso nos hace vivir mejor”.

Oscar repara en un elemento constitutivo de estas experiencias, que excede la acción de compartir la comercialización, y que está relacionado con el hecho de compartir las experiencias de la producción. “A la hora de pensar cómo podría funcionar una economía más social y más popular es importante el hecho de juntarse con otros productores”. Las producciones artesanales de pequeña escala no suelen tener problemas para producir sino para distribuir. Por eso Oscar también señala la potencia del agrupamiento: “Somos productores de distintos lugares, eso hace que mis productos lleguen a Cañada de Gómez y los de allá lleguen a Rosario. Es en base a necesidades, posibilidades y potencialidades”.

Somos lo que comemos

Algo que se ha dicho en relación con el coronavirus –y que aplica para todas las enfermedades– es la importancia de tener una buena alimentación para fortalecer el sistema inmunológico frente al Covid. Hacia ese cruce entre los alimentos y la pandemia dirige la mirada Oscar. “La mayoría de los productos que alimentan a la gente son carísimos y a veces inaccesibles. ¿En qué buen estado de salud vamos a estar si somos lo que comemos? Comer sano y comer bien es privativo para gran parte de nuestra población”. Frente a este panorama, Oscar apunta al casillero vacío: una política de Estado que aborde distintas formas de comercialización para hacer llegar productos más sanos a las mayorías.

Uno de los interrogantes que deben resolver quienes sostienen este tipo de producciones es el costo que tienen los productos. El binomio que rápidamente puede asociarse con el comercio directo es el de precios justos. Al respecto, Oscar clarifica: “No especulamos para ponerle el precio al producto, pero cuánto es el costo de vida, cuánto vale la hora de trabajo. No queremos hacer de nuestras producciones una élite. No pretendemos venderles solamente a los que tienen plata para pagarlo”. Lili, con su mirada ancha, suma lo suyo acerca del acceso restringido al alimento sano: “Tenemos que agregarle una actitud militante para expandir y comunicar. Las formas de producción con las que estamos ligados son todavía un viento en una canasta y tienen que conseguir tomar otro lugar”.

Con la pandemia vino la cuarentena, con la cuarentena el cierre de los bares, con los bares cerrados la disminución de la venta de la cerveza. El impacto seguramente estuvo en relación con la escala de la producción; para Delta el revés fue duro. Para los productos de Panamby y de La Porfía la situación fue distinta gracias a que se profundizó la modalidad de comprar a través de las redes mientras la gente estaba más tiempo en su casa.

Una parte de la distribución la hacen las mismas personas que sostienen los emprendimientos, otra parte de esa logística la articulan con la Cooperativa Pichangú y también trabajan con una compañera que reparte de forma particular. Es por eso que las patas tienen ramificaciones. Si bien le cobran el envío a lxs clientes, para completar el pago a esas personas que reparten y al mismo tiempo minimizar el costo que paga quien consume los productos, las mismas unidades productivas terminan poniendo plata de sus bolsillos. Es la forma que encuentran para cuidar las relaciones y al mismo tiempo mover la producción. “Pensamos en una relación ecológica y socialmente sana. Que no haya explotación de unos sobre otros ni sobre el suelo. Esa es la forma de entender las relaciones que tenemos”, sintetiza Oscar. De esa manera también se manejan con la compra de los insumos. Para muestra, un botón: el precio de la leche que La Porfía le paga al productor está muy por encima de lo que pagan las empresas lácteas.

En la agenda de contactos que fueron cultivando desde El Maneje hay cerca de quinientas personas. Cada quince días, entre cuarenta y sesenta familias llenan el formulario con su pedido. Oscar habla de la red saludable, aquella en la que la idea es “vivir, convivir y mejorar”. Esa red –dice– tiene sus dificultades, pero también sus alegrías. “Se va completando una red de gente que está cuando se la necesita. Son relaciones saludables que cuidamos y queremos que se sigan nutriendo”. Para Lili, la clave está en lo colectivo: “En esto de poder reunirnos, compartir y pensar juntes, creo que dimos con algunas respuestas”.

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