El nuevo turno electoral, condicionado por los cada vez más feroces y profusos embates del establishment, convoca a revisar actitudes y prácticas que limitan y obturan la necesaria sinergia entre las diversas expresiones del campo nacional y popular.

En tiempos de campaña se suelen exacerbar, lógicamente, ciertas prácticas reaccionarias, conservadoras, excesivamente sectarias, de las organizaciones políticas del campo nacional y popular que tienen entre sus prioridades el objetivo de lograr y acumular espacios de poder institucionales y por ende direccionan el grueso de sus energías a expresar su representación en términos electorales, en desmedro de la cada vez más urgente necesidad de encauzar y potenciar la diversidad y la dinámica propia de los movimientos –las mil flores– que hacen política desde el mismo campo pero en las primeras líneas de los frentes de batalla, lejos de los microclimas y las intrigas de palacio.

Y claro que –según el humilde entender que aquí busca hacerse entender– esa vocación de “las orgas” de ocupar lugares en los distintos niveles del Estado es legítima, saludable, ineludible para evitar regímenes abiertamente dictatoriales y elitistas, cuyos voceros machacan con el discurso anti política del tipo “lo único que quieren es llegar para robar”, desplegado sin distingos, con autoritarias generalizaciones, a puro reduccionismo. 

Afortunadamente, todavía hay quienes afrontan los costos que implica ser blanco permanente de la mirada fusiladora de los detractores de la militancia más conspicuos y arteros, que instalan en la “gente común” la aversión por “los políticos”, sentenciados como culpables de todo lo feo, sucio y malo que ven a su alrededor.

Afortunadamente también, esa estigmatización que se milita a tiempo completo y con fuego simbólico a discreción no pudo lograr todavía reprimir el instinto de supervivencia de quienes son víctima de las distintas manifestaciones del sistema de injusticia y desigualdad imperante, cuya natural rebelión se canaliza a través de nuevos y no tan nuevos agrupamientos, que surgen y se sostienen y fortalecen como espacios para crear respuestas acordes a las agresiones que se sufren.

Los sindicatos que resisten como columnas vertebrales desde ya hace casi un siglo, los organismos de defensa de los derechos humanos que revirtieron la histórica justificación del autoritarismo, las organizaciones sociales y campesinas, asambleas barriales y empresas recuperadas que emergieron frente al neoliberalismo salvaje y en el estallido del 2001; las corrientes reivindicatorias de los pueblos originarios, los feminismos y disidencias y las movidas ecologistas que horadan estructuras y métodos opresivos y autodestructivos; los artistas, profesionales y científicos que arropan, confirman que la política, en tanto construcción colectiva en favor del amor y la igualdad, no está para nada muerta ni desterrada a las papeleras de reciclaje.

Foto: Andrés Macera

El desafío, entonces, parece pasar por incluir entre las prioridades impulsar la articulación entre las fuerzas que, en los distintos planos de la puja, empujan para el mismo lado. Y en este sentido es clave revisar esas actitudes y perfiles de la acción cotidiana que derivan en todo lo contrario al encuentro, la coordinación, la convergencia.

Es hasta entendible que en medio de una interna afloren rencillas, mezquindades, enconos personales; pero es urgente asumir que con esas actitudes es más lo que se pierde que lo que se gana si el anhelo es, además de ganar elecciones, transformar la realidad para hacerla más justa, más vivible. 

Ya no tan entendible es que puteríos y zancadillas persistan más allá de las agitadas instancias de armado de listas y campañas; y se instalen como fatalidad irreversible en las gestiones de gobierno y obturen y tergiversen el despliegue y el sentido de programas y políticas públicas nutritivas y motivadoras para quienes se juntan, combaten y emprenden desde el llano.

Los dirigentes y referentes que acceden a puestos del Estado deben tener presente siempre que, además de a la orga o sector en el que revistan en cada coyuntura, tienen que responder al amplio y variopinto conglomerado que oficia de sujeto estratégico del movimiento de liberación nacional y social.

En el otro carril, también hay tendencias a revisar, como por ejemplo la de repetir intramuros peleítas para dirimir vanidades y egoísmos que desvían del camino elegido, o la de tentarse con las sirenas vanguardistas y fragmentadoras para justificar fracasos y aislamientos. “Me tienen podrido los raritos autoexcluidos”, decía un amigo respecto de tal fenómeno.

Otra suerte de premisa de estos ámbitos es la de aceptar resignadamente los modos de funcionamiento de ciertos resortes del Estado, que en lugar de cuestionarse se consolidan: el “para que te den bola hay que apretarlos” puede dar resultados a corto plazo, pero es un gol en contra en el partido más importante, que es largo y puede agotar hasta a los jugadores mejor entrenados si se desgastan en ansiedades y arrebatos inconducentes.

Claro que aquí se defienden movidas autónomas y librepensadores varies, en tanto savia de los brotes miles que se celebran y reivindican, pero el territorio en pugna es mucho más vasto que la selva Lacandona y los héroes de pañuelo en rostro son más para los afiches y los devaneos narcisistas que para los escarpados contornos que la realidad impone hasta el punto de tener que apelar a outsiders y gurúes marketineros para juntar votos y evitar retrocesos catastróficos en las lides electorales.

Hoy, más que nunca en el contexto pandémico con sus barbijos y restricciones, urge reavivar principios ancestrales como fundamento y brújula de consignas más actuales; y ponerlos en valor, darles cuerpo, hacerlos visibles con el pincel impalpable de los sentimientos y las emociones que se viven cara a cara, piel a piel, más allá de flashes catódicos y seducciones virtuales.

Se coincide en que la Patria es el Otro, no en que el Otro es un peligro para la Patria. Se acuerda en que los privilegiados son –niños o viejos– los trabajadores y los humildes azotados por la injusticia, no los poderosos que acrecientan la inequidad y extorsionan una y otra vez a cambio de la “gobernabilidad” que supuestamente garantizan o destruyen.

Y claro que se asume que puede no ser fácil la sinergia que se propone, tan bombardeada por quienes lucran con el actual orden de cosas, tan jaqueada por el neoindividualismo promovido a puro “este muro es mío y hago y digo lo que quiero y si no te gusta andate o te bloqueo”.

Puede no ser fácil, sí, remar contracorriente en aguas tan alteradas por pretendidas modernidades que recrean el viejo truco de mentir en el envido traspolándolo al paño vital, donde no gana el que más porotos suma porque acá el primer triunfo a lograr es seguir teniendo con quien jugar.

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