Yo no sé, no. Pedro se acuerda de cuando volvía a pasar por la vereda de la calle Santiago por dónde estaban el colegio Urquiza (dónde había hecho segundo) y la iglesia de Lourdes. Era el 65, él estaba muy influenciado por el catecismo y ese año tomaría la primera comunión. Al pasar por la iglesia, lo primero que le pidió a la virgen fue que le consiguiera la figurita del Pepe José Sasía, la nueva incorporación del Canaya. La otra que siempre le costaba, pero ya la tenía, era la del arquero de Ñuls, el Gringo Gironacci. 

Ese año se moría Churchill, el que alguna vez dijo: “Sangre, sudor y lágrimas”, y los yanquis la pasaban tan mal en Vietnam que unos de sus generales pidió autorización para usar gas mostaza.

Independiente volvía a salir campeón de América (ese año se empezó a llamar “Libertadores de América”) y en el clásico de Rosario la estrella fue para Belén, que hizo el gol para los del Parque. En el barrio, cerca de la Vía Honda, en un terreno lleno de malezas y de espinas que te hacían sangrar las piernas, con mucho sudor le metimos pala para que quedara una canchita que al tiempo sería nuestro orgullo y en la que, más de una vez, nuestras lágrimas de alegría se harían presentes. Años después, en la previa para entrar al Superior, en el bar de al lado de la iglesia de Lourdes, esperando la reunión con las compañeras y compañeros de esa generación que tomaba la posta y las banderas con tanta historia de sangre, sudor y lágrimas, Pedro miraba hacia la esquina y ahí, apoyado al buzón, su padrino parecía esperar a sus amigos, al café que había cambiado y ahora era un restaurante, y quizás también esperando que ese mismo buzón siguiera latiendo con la llegada de cada carta, recordando tanta sangre, tanto sudor, tantas lágrimas. Para los dos serían los últimos años, al tiempo el tío padrino Mario se iría a volar para abrazar a sus amigos y el buzón fue muriendo con su interior vacío.

El otro día, volviendo con Pedro del dispensario con un optimismo moderado, cruzamos por dónde estuvo aquel terreno lleno de espinas y al que nuestro sudor y nuestras lágrimas regaron de futuro. Pedro, mientras mirá a unos chiquillos pasando por donde se pateaban los penales, me dice: “¿Sabés qué? De esta salimos, y salimos bien, completando la vacunación y poniéndole pila para lo que falta en materia de recuperar el morfi, la educación, el laburo y con un salario con el que, para completar ese álbum de bienestar social, no sea necesaria más sangre. Sólo algo de sudor y muchas lágrimas, de alegría, de sentir que somos parte de una Patria que se va curando y que algún día será una Patria Liberada.

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