Yo no sé, no. La última semana de octubre del 65, volviendo de la escuela, Pedro pensaba en lo que la seño le empezaba a enseñar: un kilo, mil gramos; un metro, cien centímetros… repetía constantemente. En un momento, al cruzar la vía de Acindar, uno de los verduleros ambulantes del barrio, Gucho, que recorría con su carrito tirado a mano parte de Alvear, Carlos Casado y Jorge Cura, estaba de estreno con una balanza romana. Y por primera vez aparecía con unos cajoncitos de frutillas que, como no se sabía cuánto pesaban, se vendían así. Y como eran tan pequeños, no le decíamos cajoncitos ni paquete, sino: “dame unas frutillas”. Mientras tanto, los albañiles, apenas pegaban dos changas seguidas sacaban a relucir su metro de madera.

Ese año partía Winston Churchill, se creaba la OLP y un australiano, Ronald William Ron Clarke, batía el récord corriendo 5.000 metros en 13 minutos, 33 segundos y chirolas. Pedro pensaba cuántos cajoncitos de frutillas entrarían en 5.000 metros. Si uno tiene que pesar el tiempo, ¿cuánto pesarían los segundos? Y más: ¿cuánto pesarían esas “chirolas”? “Una frutilla”, se respondía, con esa caprichosa unidad de medida y equivalencia. Es que quería impresionar a Susi, su compañera de banco que siempre lo ayudaba a la hora de usar la regla y la escuadra al mismo tiempo.

Volviendo al 65, Boca salía campeón, River segundo, y Central y Ñuls casi en mitad de tabla. El Canaya en el puesto 10, y los del Parque en el 11. Casi el mismo “peso” futbolístico: 32 puntos cada uno. La diferencia estaba en los goles a favor para los de Arroyito. ¡Un par de frutillas a nuestro favor!, le decía Pedro a Gucho, el de la romana, que era y es de Ñuls.

A todo esto, en el barrio había un grato equilibrio musical entre la cumbia de los Wawanco y Tránsito Cocomarola, entre Palito y Leo Dan, y en los parques de diversiones, entre Domenico Modugno y Roberto Carlos, que ese año sacó el primer disco en castellano en español.

Pasaron unos años de aquel octubre (ocho, exactamente) y Pedro, junto a las y los compañeros, ponían todo lo que podían para que la romana de la historia de la patria se empezara a inclinar para el lado del pueblo, para que el peso de esos sueños hicieran lo suyo.

El otro día, con Pedro pasamos por la verdulería y vimos un par de cajones con frutillas. Ahora vienen sueltas, y te la pesan. Pedro me comentó: “La verdad es que en este tiempo que nos toca, la balanza esa, la romana, en varios sentidos e injustamente, se inclina siempre a favor de un par de miserables, en lo económico, en los medios concentrados de comunicación. A la hora del postre –me repite: a la hora del postre– no sólo tenemos que lograr que, sin tanta sangre y lágrimas, en el bolsillo de los sectores populares esté también la moneda para el postre. Y con el entusiasmo propio de él, termina: “Estamos a tiempo, siempre estamos, para equilibrar la balanza, para hacer pesar el peso… (para un segundo porque en la radio suena Charly y en la imagen de la tele de la granja se lo ve a Néstor)… el peso de nuestros sueños”, concluye, subiendo la voz, mientras mira unos hermanitos con los labios chorreando a rojo. “Hay que luchar hasta que tengamos la frutilla del postre”. Él y yo sabemos que la frutilla del postre es volver a tener una Patria para Todos.

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