En su última exposición, el pintor Daniel García hace dialogar sus obras con otras seleccionadas de la colección oriental del Museo de Arte Decorativo Firma y Odilo Estévez.

Una pintura de gran formato, que representa a una bailarina de terracota del período Tang, recibe al espectador al entrar a la muestra. Mientras tanto, en dos salas, se distribuyen objetos pertenecientes a la colección de arte oriental del Museo Estévez y pinturas de diversos tamaños de Daniel García. La fascinación y exotismo por oriente pueden sentirse en medio del ambiente de misterio que generan las paredes rojas, las luces tenues y las vitrinas llenas de objetos diminutos. Daniel no sólo eligió sus propios cuadros al preparar esta exposición, también seleccionó los jarrones y estatuillas que los acompañan. Pensar este montaje de obras propias y prestadas fue un proceso meticuloso y, al mismo tiempo, lleno de azares. La muestra, pospuesta en varias oportunidades, finalmente tomó su forma final en el marco de la 4ª Quincena del Arte Rosario. 

Daniel García ya había sido seducido por las imágenes de oriente desde mucho tiempo atrás (quizás desde siempre). En sus Damas de Shangai, de 2018, entre el conjunto de retratos de mujeres tomadas de antiguos calendarios chinos, ya se podían ver jarrones y urnas funerarias. Son motivos que se repiten en esta ocasión con pinturas que son el resultado de un proceso lento de pintado, lijado y repintado de la superficie del lienzo. Son “pinturas con historias”, como le gusta decir al artista. Superficies laceradas, desgastadas y vandalizadas donde lo representado y las marcas accidentales de los materiales conviven dando sensación de extrañeza e inquietud. Imágenes en las que el peso del tiempo y la distancia con un pasado lejano y casi mítico, se manifiestan en figuras tomadas de fotos, ilustraciones y estampas antiguas. Cuadros que parecen contar con años de deterioro y que sin embargo fueron terminados hace unos meses. Pero la distancia no sólo es de orden temporal, con esta serie de piezas orientales el pintor agrega una dimensión espacial. Nos encontramos con un “otro” del todo diferente, lejano en tiempo y en espacio. Un “otro” que convoca desde sus artefactos maravillosos e intrigantes.

Acompañan la muestra, además, un conjunto de pequeñas pinturas que reproducen a su vez otras pinturas sobre empapelados antiguos. Se trata de cuadros dentro de cuadros. Pequeños recortes de realidad que hacen pensar en habitaciones de hoteles, palieres o salas de recepciones. Cuadros perdidos en el anonimato y la indeterminación. Muchos de ellos son citas o auto-citas, pero otros son simplemente imitaciones de estilos de tal o cual pintor. Estas pequeñas obras hechas sobre papel, con una impronta decididamente más espontánea, siempre sirvieron como un espacio lúdico para el artista, ensayos que no le demandaban un tiempo y un esfuerzo excesivo y en los que el juego y el azar tenían mayor peso. Este grupo numeroso de piezas, realizadas en su mayoría durante el confinamiento más estricto, parecen reflejar esa sensación de encierro entre cuatro paredes que todos vivimos. Un encierro que quiere tornarse soportable con la confección de este “museo ideal”. Un lugar en donde las imágenes reconforten con su sola presencia.

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