Takadanobaba sube al escenario acompañada por una Muñeca humana con la cara encapuchada y globos atados a sus manos, y Lucio (¿para qué imponerle un apellido si él decide prescindir del mismo?) encargado de los sintetizadores. No hay visuales, pero el vestuario de María, Lucio y la súbdita silenciosa sumado a la magistral iluminación de Sol Díaz Puig compensan esa falta o avalan esa decisión, creando un ambiente inmersivo que magnifica la música.

María y Lucio comandan pistas y sintes a un lindo volumen y con una buena operación de audio a cargo de Franco Mascotti desprendiendo una especie de Vapor Dark Wave, con momentos que recuerdan a la música electrónica pero cancionera de Prodigy. Las máquinas puestas en servicio de estructuras familiares a la canción.

La distorsión en la voz de algunos pasajes dificulta escuchar las letras, pero no las melodías, y la propuesta sádica Kawaii se disfruta y sorprende. La pregunta que queda en el aire luego del último tema es “¿te puedo ahogar?” Mientras la cantante enlaza a su muñeca y se retira del escenario tirando de su correa luego de un compacto y conciso recital de energía Dark Tech en el que casi no medió palabra con el público.

Mientras la audiencia baila y canta totalmente compenetrada con la música, se siente que el lugar se llena de las energías que emiten las personas que lo habitan y en ese sentido el Galpón de la Música está rebosante de comunidad.

El joven Patricio aka Cyberangel se sube al escenario. Desprende sensualidad no binaria y seduce humanxs y androides con sus pasos de baile perfectamente sincronizados.

Para que sus mensajes de amor logren traspasar las capas de piel del público y lleguen al interior del alma, la banda tiene que estar hecha un reloj y él lo sabe y lo exige, pero sin descuidar el buen trato para con sus compañerxs que no fallan casi nunca, y si lo hacen solo suman humanidad y belleza a un recital impecable.

“Sos lo más bello que me ha pasado en esta esfera gris” dice Cyberangel. Un artista que diseña su dimensión paralela con la precisión con la que un arquitecto utiliza sus elementos de medición

Todo es encanto en Pato, Rubí, Jeremy y Julia, la gente se subyuga, y como si fuera una reparación histórica a todo su esfuerzo, constancia y originalidad, el artista recibe la recompensa de un público cada vez más numeroso y conocedor de su obra.

Munido de su águila midi, una guitarra no eléctrica sino electrónica no solo invoca potentes riffs sino que también se anima al solo de guitarra con aires de Giardinezco virtuosismo. Consagrado y feliz interpreta Europa y se retira  dejando el escenario caliente para Galdyson Panther.

Gladyson, el casi niño de 19 años, criado a opresión y Disney Channel consigue expresar su angustia y su felicidad en iguales cantidades, construyendo un recital súper ensayado y producido, con cada momento pensado para que se dé un crescendo que termina recontra picándose sobre el final con pogo y gritos de algarabía.

Pero en el medio, una banda 50% nueva (los tres de atrás) demuestra que la cosa va en serio y que si alguien pensaba que Gladyson se había ido del rock para no volver estaba equivocado. Amelia se sube a cantar dos canciones, una de ellas “Bidiollamada” de Glamlov, hit del dúo de prodigios prematuros, que estremece a todo el público por su ternura.

Barfeye se sube a cantar un cover de Flema muy lúcido y bien interpretado, desde la cancha del también baterista de Torneo de Verano, Lucho López,  que demuestra caminar por el punk como por el patio de su casa.

Otakus, metaleros, emos, indies, realmente no importa donde se pretenda catalogarlos, los jóvenes no quieren entender de estereotipos y por eso no temen aludir al mismo tiempo a un Kurt Cobain que se voló la cabeza de un chumbazo y a un Harry Styles que todavía no lo hizo, pero andá a saber…

Ante un Galpón de la Música ampliamente habitado y exultante se cierra una gran exposición del muy buen momento de la música independiente de la ciudad.

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