“¡Que se vayan!”, gritaba un grupo de indignados de Iquique, reiterando todas las palabras y gestos de la ultraderecha mundial. Luego vino el feroz ataque a las familias, diezmadas por el hambre y la sed, y finalmente la destrucción de sus carpas y pertenencias. Ya había ocurrido lo mismo en 2021.

Como ya ocurrió en otras oportunidades, por ejemplo en septiembre del año pasado, y como una muestra más de que es permanente la tensión en la frontera entre Chile y Bolivia, una vez más familias, niñas, niños, ancianas, ancianos, mujeres y hombres migrantes, que sufren una crisis humanitaria que está lejos de solucionarse, fueron víctimas de ataques xenófobos.

El hecho produjo un duro cruce de declaraciones entre el gobierno derechista de Sebastián Piñera (que deja el poder el 11 de marzo) y el presidente electo Gabriel Boric, que augura cambios que ponen muy nerviosas a la derecha y a las fuerzas de seguridad.

Esta vez, la violencia de algunos (apenas un sector), de los habitantes de Iquique comenzó el domingo con la movilización de unos dos mil habitantes de esa ciudad al norte de Chile, y la manifestación terminó con agresiones: la quema de las precarias carpas donde padecen los migrantes y la destrucción de sus pocos objetos personales.

La protesta se basaba, puntualmente, en nociones que desde tiempos inmemoriales alimenta el sentimiento xenófobo y excluyente: el mal siempre viene de afuera, la culpa de la inseguridad y el desempleo la tienen los migrantes, que les quitan el trabajo a la gente del lugar.

El detonante fue una agresión sufrida por Carabineros por parte de un grupo de venezolanos durante un operativo de seguridad la semana pasada. El hecho fue muy divulgado en las redes sociales y detonó la marcha y la violencia en momentos de creciente delincuencia que los pobladores atribuyen al “flujo de inmigrantes”.

“¡Que se vayan!”, fue la consigna más gritada por el grupo de indignados que repitieron todas las palabras, gestos y puestas en escena que son hoy moneda corriente en la ultraderecha de todo el mundo.

Tras los insultos y los gritos, los indignados pasaron a la acción. Un grupo de manifestantes atacó a un migrante venezolano. Según informó Página 12, lo rodearon, patearon, escupieron y tiraron tierra cuando yacía golpeado en el piso. La policía debió intervenir para protegerlo. Pero luego del ataque, la policía, que no suele hacerse rogar a la hora de detener gente y reprimir, emitió un mensaje pacifista, propio de seres de luz con gorra: “No tenemos detenidos atendiendo a que no se presentaron desórdenes graves”, indicó Sergio Telchi, general de Carabineros, protegiendo a los xenófobos.

Según consignó el sitio de noticias chileno El Mostrador, la convocatoria se concentró en el sector céntrico de Iquique para avanzar por Playa Cavancha en dirección a Playa Brava, donde los manifestantes portaron pancartas alusivas y banderas chilenas.

La manifestación se realiza también luego de la agresión sufrida por parte de dos carabineros que fueron atacados por migrantes venezolanos en el sector de Playa Cavancha, en un operativo antidrogas, señala el sitio chileno.

Si bien todos los migrantes son rechazados, humillados y culpabilizados, con los venezolanos hay una inquina especial que, obviamente, responden a cuestiones geopolíticas que ubican a ese país (y todo lo que se relaciona con él) en el eje del mal trazado por EEUU. Todo lo que viene de Venezuela carga con la impronta demoníaca que la derecha mundial le asigna al gobierno del presidente Nicolás Maduro.

Las medidas anti-migrantes suben de tono

Este lunes 31 de enero se paralizaron las actividades en Iquique, incluido el puerto y la circulación de camiones, con el objetivo de bloquear la entrada y salida de la localidad.

“En este último tiempo hemos visto cómo ha cambiado nuestra ciudad. Siempre hemos estado con extranjeros, con peruanos y bolivianos, pero esto ha pasado todos los límites y hay una delincuencia terrible», dijo la manifestante Patricia Pizarro en declaraciones a Página 12.

Por su parte, el fiscal de Tarapacá, la región a la que pertenece Iquique, Raúl Arancibia, aseguró que los homicidios aumentaron en un año un 183 por ciento y que han surgido bandas criminales “extremadamente violentas”.

En septiembre pasado, como oportunamente se informó en este semanario, unas tres mil personas marcharon por la ciudad e incendiaron carpas de inmigrantes entonando gritos xenófobos. Para este lunes hay una convocatoria a paralizar las actividades en toda la ciudad, incluido el puerto y al que se han sumado los camioneros, que amenazan además con bloquear la entrada y salida de la localidad.

Según informó Página 12, ni la pandemia de coronavirus ni la crisis social que se extendió durante más de un año han alejado el deseo de migrar a Chile, “uno de los países más atractivos dentro de América Latina por su estabilidad política y económica”. Tras un pico de entradas en febrero del año pasado, la crisis se agudizó en octubre, con cientos de extranjeros, principalmente venezolanos, vagando por distintas localidades del norte del país. La situación obligó al gobierno chileno a anunciar la construcción de varios albergues para poder recibirlos.

Lo llaman crisis, pero es un plan

La Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) alertó que cientos de refugiados y migrantes venezolanos, incluidos niños, cruzan diariamente por pasos fronterizos irregulares entre Bolivia y Chile y llegan al país “tras varios días sin comer, con deshidratación, hipotermia y mal de altura”.

La desesperante situación humanitaria de los migrantes no encuentra respuesta de la llamada “comunidad internacional”, que con discursos cínicos y acciones brutales los condena a la pobreza, los abusos, la violencia, el encierro o la muerte.

La expresión “crisis de refugiados” es un eufemismo políticamente correcto que cada día adquiere un mayor grado de cinismo. “Crisis” deriva del griego “krísis” (“decisión”) y del verbo “kríno” (“decidir”, “juzgar”), o sea que no sólo designa un momento de inestabilidad y caos sino que también remite a la toma de decisiones para enfrentar una situación de gravedad. Cada día queda más claro que más que “crisis”, la espantosa situación humanitaria de los migrantes, es producto del abandono, la discriminación y el racismo de muchos gobiernos y sociedades.

No sólo desidia: algo planeado con fines económicos en los que los más desprotegidos, los desplazados, los que huyen del hambre, la guerra, los abusos, deben padecer la peor parte: más hambre, más abusos, enfermedades, y muchas veces la muerte. Según los aterradores números (y los dramas humanos que representan), la decisión de las autoridades, es dejarlos librados a su suerte. Aceptar un cupo para guardar las apariencias y nada más. A los demás, en el mejor de los casos, abandono. En el peor, golpes y fuego.

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