Es un lugar común que cuando se quiere hablar de la nueva economía “uberizada” o “de plataformas” en el ámbito local se haga hincapié en dos arquetipos. Si se trata de literatura del campo “progresista/peronista/izquierda” se elige contar las historias sufrientes de inmigrantes que pedalean durante horas para enviar algunos dólares a sus familias que quedaron en sus lugares de origen. Gente que busca hacerse un lugar en este país, replicando la historia de nuestros bisabuelos y construyendo su propia epopeya en estas tierras.

Por otro lado, la literatura de las revistas de negocios o de las secciones empresariales ponen el ojo en los “startupers”. Se trata de empresarios que decidieron fundar empresas en esos sectores de vanguardia que pondrán a Rosario en línea con el mercado mundial del sector. Acá, la épica viene más bien por el lado de los que, no conformes con los éxitos obtenidos, apuestan por el futuro, arriesgan y dan trabajo de calidad. La épica del emprendedurismo.

Pero junto a esos dos actores hay uno relacionado con ese sector de la economía del que se habla más bien poco. Se trata de aquellos que trabajan en el sector IT, pero ni pedalean ni gerencian. Escriben código, diseñan, traducen, hacen control de calidad de apps, entre otras actividades. Acá no hay épica. Ni de sufrimiento, ni de riqueza. Por el contrario, se trata de personas que son habitualmente caricaturizadas por sus hábitos y estigmatizadas o envidiadas por sus elevados ingresos y por sus condiciones de trabajo tan distintas a la del resto de los trabajadores.

Traté de organizar un poco de data introductoria, con algunas consultas a gente que trabaja en eso (que están subutilizadas porque daban para escribir mucho más) y no mucho más.

Muchas veces hemos leído que Rosario tiene algunas de las condiciones que harían posible la consolidación de la ciudad como un polo tecnológico regional. Por razones de comodidad literaria se afirma que un polo de esas características sería una especie de “Silicon valley”. En Argentina se mencionan Rosario, Tandil, Córdoba, y siempre van agregándose nuevos (Los Silicon Valley de la Argentina – Infobae

Desde entonces, así como los europeos nombraron a las regiones de América agregando un “nuevo” a los nombres de sus pagos natales (Nueva Inglaterra, Nueva Orleans, Nueva León, etc.) en cada lugar donde se desarrolle un polo relacionado a la informática, el nombre de “Silicon valley” se hará presente como promesa y como destino deseado.

Esos polos tecnológicos son investidos con una gran responsabilidad: traccionar a toda una región hacia el futuro, posicionarla en la vanguardia del abastecimiento para el mercado mundial y aportar divisas al país con una inversión relativamente baja en maquinarias e instalaciones ya que los trabajadores pueden llevar a cabo su función desde sus hogares.

Pero hay un recurso escaso y caro en este escenario: la mano de obra. Los trabajadores del rubro IT requieren niveles de capacitación relativamente altos (dependiendo de qué tareas se realicen, claro) y si bien en muchos casos las empresas están dispuestas a realizar esa inversión, la alta volatilidad de esos trabajadores -en un mercado laboral que está altamente globalizado- puede generar desazón en los empleadores que verán cómo esos niños inexpertos se convierten en feroces freelanceros que no dudan en pasarse a proyectos de empresas extranjeras atraídos por las enormes diferencias en la paga.

La idea del “silicon valley argentino” no es nueva, ni siquiera es patrimonio de Rosario. Googleando “silicon valley argentino” aparecen varias entradas. Tandil, Córdoba, Rosario y seguramente aparecerán más, donde un grupo de empresas de IT se acerquen entre sí para potenciar su trabajo. “Crear 1, 2 3 Silicon Valley” sería la paráfrasis en #modo guevarista.

Quién

¿Qué requiere un polo de estas características? En primer lugar necesita empresas que brinden servicios relacionados al conocimiento y a la tecnología, por ejemplo, el desarrollo de software, apps, programación, diseño gráfico y web, traducciones, etc. Rubros en el que es necesario contar con mano de obra con el máximo nivel de actualización en cada una de esas especialidades, ya que se desenvuelven en un circuito de trabajo es global en el que esas empresas son subcontratadas o venden sus desarrollos a empresas extranjeras.

Agreguemos que según uno de nuestros entrevistados (G.) no basta con tener una estructura de trabajo/productiva y una demanda específica, sino que para que la actividad sea más rentable, las empresas deben desarrollar una ingeniería financiera que le permita obtener los beneficios de la globalización (cobrar en dólares) y los de la localización en la periferia del mundo (pagar en pesos).

Otro componente clave para desarrollar un polo tecnológico en Rosario es el de las personas que trabajarían en esas empresas. Se trata, como ya vimos, de personas con un perfil de destrezas muy específico que debe estar al día con los más avanzados conocimientos a nivel mundial, ya que su trabajo se articula con el de trabajadores de otras partes del mundo, en el cual el lenguaje común es el de la técnica.

Finalmente, el sector público tiene mucho que aportar en este sentido. Desde las políticas de formación profesional, hasta las ventajas impositivas o la oferta de ventajas para el afincamiento de las empresas.

La lógica de este proceso en las IT, viene replicando un modelo que inició en los 90, llamado “deslocalización” cuando grandes empresas decidieron trasladar la producción de sus equipos o productos a los países periféricos (Apple es el caso más comentado) para aprovechar la enorme diferencia salarial, las empresas de IT han trazado una compleja red global en la que su fuerza de trabajo se distribuye a lo largo del todo el planeta. Pero a diferencia de los obreros mexicanos o asiáticos de las maquiladoras (el ejemplo más usado respecto de la deslocalización) que trabajan por salarios bajos, los empleados del sector IT se han conformado en una suerte de “aristocracia obrera” -para usar un término clásico- ya que aún ganando menos que sus colegas europeos o norteamericanos, perciben remuneraciones muy por encima de la media nacional. De todos modos, el optimismo tiene su trago amargo cuando vemos que ha comenzado en algunas empresas un proceso de reversión de aquel proceso. El aumento de los salarios en los mercados periféricos sumados a los avances de la Inteligencia Artificial, ha generado que algunas de esas empresas comiencen a asentar plantas y talleres en sus países de origen. (Mango, Nike, Apple… por qué las empresas cierran sus fábricas chinas y ‘vuelven a casa’ (elconfidencial.com). Un proceso que Richard Baldwin describe crudamente, en su libro “La convusión globótica”. Cuánto tardará esta ola centrípeta en abarcar a los empleos de IT, es algo que aún no está muy claro. En todo caso, la competencia de los argentinos podrán ser los técnicos hindúes y chinos, que en breve inundarán el mercado laboral globalizado.

A falta de un término mejor (y tampoco es que sea tan malo) utilizaremos el término “cognitariado” acuñado por Franco Berardi. El término denomina a un sector de los trabajadores que «se caracterizan sobre todo por la capacidad cognitiva que ponen en juego”, teniendo en claro que a más “sociedad del conocimiento”, será mayor el número de trabajadores y trabajos cognitivos empleados.

En la medida en que lo que está en juego son capacidades y conocimientos que se masificaron hace unos pocos años, estos trabajadores son mayoritariamente jóvenes (menores de 35-40 años) aunque aquí y allá en los departamentos de sistemas de algunas grandes empresas o corporaciones sobreviven personas mayores de 50 (como es el caso de nuestro entrevistado R., de 52 años) que al mantenerse actualizados en las herramientas tecnológicas pudieron sostener su situación laboral. Sumada a esta actualización debemos considerar el factor de corrección que significa la edad. A mayor edad, más cautela para afrontar cambios bruscos. Nuestro entrevistado L. un ingeniero/analista de datos que dejó el cargo que ocupó durante catorce años en una de las grandes instituciones de la ciudad para pegar el salto a una empresa transnacional: “con 41 años tengo que tratar de explotar por lo menos diez más, y tratar de hacer una diferencia y luego ver en qué estado se encuentra la industria y en qué estado me encuentro yo”.

Para los jóvenes la actualización también es un desafío. No sólo porque los lenguajes, entornos y protocolos se modifican permanentemente, sino porque la formación previa (incluso la universitaria) está un tanto desactualizada. “Muchas veces los docentes no trabajan en el rubro y enseñan lo que saben, que son los lenguajes que ellos aprendieron cuando estudiaron” nos dice B. de 27 años. Una formación que puede ser sólida en lo procedimental, pero que evidentemente tiene agujeros en el conocimiento “pret a porter” para comenzar a trabajar. Las respuestas a este escenario son dos: o se abandonan los estudios en un carpe diem que posterga el diploma en aras del bienestar presente, o se busca el cobijo de las universidades privadas que tienen menores exigencias académicas y aranceles al alcance de los buenos sueldos percibidos. Y de paso, se contenta a padres y madres. Con el título como ornamento, siempre se abren algunas posibilidades más.

Los primeros años siempre son de aprendizaje. L. de 23 años trabajó dos años en una empresa argentina que tiene sedes en todas partes del mundo, a la que abandonó para irse a pasar a prestar servicios para otra con sede central en Estados Unidos y con mayoría de sus empleados están en Argentina y España”. Similar es el caso de J. (27), que trabajó para una agencia internacional de traducciones con una fuerte implantación en la ciudad (500 empleados indirectos). Comenzó como traductor allí y a los dos años se fue a otra agencia global siguiendo los pasos migrantes de su ex jefa, pero ahora como Project Manager. Como dijimos, la alta movilidad de estos trabajadores representa un problema para las compañías. Para G. que trabaja como reclutador de personal IT, una posible solución -para las empresas- sería que una parte de esos años de aprendizaje no quede a cargo de las propias empresas sino del Estado, para alivianar el costo implícito en la capacitación y puesta a punto que son fundamentales para afrontar el trabajo en “el mundo real”. Claro que esto depende de hasta qué punto la industria sea considerada estratégica por los que diseñan políticas económicas localizadas.

¿Un nuevo “mundo del trabajo”?

La mayoría de estos trabajadores cumplen su función desde sus hogares, incluso los que trabajan para empresas locales. Los historiadores del movimiento obrero, deberán reconsiderar estos modos y pensar si estas transformaciones del “mundo del trabajo” tal como fue estudiado para los períodos de las grandes fábricas significa su fin. Quizás deberian incorporar un capítulo que abarque a estos trabajadores. Existen los equipos, los líderes de equipo, los plazos, las pagas, las relaciones horizontales y verticales al interior de cada empresa. Claro que la ausencia de convivencia presencial (que en este rubro es muy anterior a los años pandémicos) modifica la circulación de información y los intercambios. Si antes el almuerzo, los vestuarios y los rincones de las fábricas podían ser espacios de confesión, camaradería e incluso conspiración, me atrevo a decir que la virtualidad ha condicionado en gran medida el diálogo frontal. En épocas en que se puede compartir una capturar de pantalla, o un audio, la intimidad también corre peligro. Y ni hablar si la herramienta de intercambio es un software interno de la empresa. El Observatorio de la economía digital parece ser quien más en serio ha tomado el tema, abocándose de lleno a problemas que tienen que ver con estas transformaciones. La histórica fundación Ebert también produce muy buen material, que puede verse acá: #Conectadxs – Medium

En general todos los entrevistados aseguran contar con amplios márgenes de libertad para elegir horarios (el llamado “trabajo por objetivos” tiene plazos de entrega cuyos tiempos pueden ser administrados individualmente) lo que no impide que haya empresas que tienen estrictas medidas de vigilancia de sus empleados. Es justamente esa flexibilidad, junto con los buenos ingresos, lo que impulsa a muchas de estas personas a elegir este tipo de trabajos. Flexibilidad que también opera en el aspecto estrictamente contractual y salarial. La norma es que estos trabajadores no firmen contratos laborales, aunque sí estrictos protocolos de confidencialidad. Los que trabajan para empresas extranjeras reciben su paga en dólares o en criptomonedas y se ven obligados a hacer algunas triangulaciones para poder hacerse del dinero físico. De más está decir que todos esos movimientos financieros se realizan al margen de la tributación fiscal, y es claro que ese sería un aspecto crucial a considerar para cualquier política pública que pretenda impulsar un polo IT en la ciudad. Las empresas pretenden el apoyo estatal en inversión directa (como la enorme obra realizada en el Batallón 121 para convertirlo en sede del PTR) y también una política de exenciones impositivas. Pero está claro que aún así las enormes diferencias salariales con el exterior hacen muy difícil la competencia con un mercado internacional que tiene una demanda creciente de ese tipo de empleos, (demanda que creció exponencialmente con la pandemia) y es este un aspecto que todos los entrevistados se dedicaron a señalar. Por eso en el informe realizado por el Polo Tecnológico Rosario entre sus asociados, vemos que el segundo mayor problema es la “captación de profesionales” (el primero es la incertidumbre en la política económica), pero aún así, las empresas que integran el PTR se dan maña para generar 3100 empleos directos. Razonablemente en esa encuesta no se especifican las condiciones laborales en que se realizan esas tareas. PPT-Informe-Coyuntural-PTR-2021.pdf (polotecnologico.net)

Voluntariamente o no, a la hora de las representaciones o los imaginarios sociales estos trabajadores van construyendo una identidad colectiva que les es propia, que se levanta contra los estereotipos que los caracterizan como una horda de infantilizados que pasan sus horas viendo películas de animé o jugando a juegos en red. De hecho podríamos arriesgar que el “mundo del trabajo” -de aquellos que trabajan desde sus hogares- se construye apoyándose en forma descentralizada, en otras escenas (algunas de ellas virtuales) como las comunidades de redes sociales o las aficiones artísticas/musicales/gastronómicas/deportivas, etc. Sin descartar los componentes de la caricatura, los trabajadores IT también tienen en común cierta voracidad por el aprendizaje de las novedades, que es a la vez causa y efecto de su ingreso y permanencia en ese mundo laboral.

El futuro

Así como Marx dijo que la burguesía crearía a su propio enterrador (en referencia al proletariado), una de las paradojas existenciales que afrontan estos trabajadores es la de estar generando innovaciones que a la larga pueden atentar contra sus propios puestos laborales. Nuestro entrevistado L. se desempeña en control de calidad; en unos pocos años pudo ver cómo se pasó de realizar testeos manuales de las posibles fallas, a la escritura de líneas de código que automáticamente ejecutan las acciones y detectan los errores de programación. Por su parte J. (27) comprende que en el ámbito de la traducción (y el de la gestión de equipos de trabajo) la automatización puede modificar sustancialmente las formas de trabajo. Finalmente, G. (51) quien está relacionado al sector de Recursos Humanos, considera que “sistematizar y robotizar este trabajo sería lo peor que puede pasar” ya que la mirada humana puede dar cuenta de las situaciones particulares que no son reductibles a la gestión automatizada.

Hasta que esos años lleguen, ellos seguirán sacando partido de la gran ventaja comparativa que tienen con relación a otros trabajadores: hablamos de ventajas objetivas como la posibilidad de trabajar en sus casas y el cobro de salarios que tienen valores de referencia internacionales y en un contexto mundial de demanda creciente para sus oficios. Si bien muchos son conscientes de esas ventajas, quizás los más jóvenes las han naturalizado porque es el formato nativo de sus relaciones laborales. No sólo son nativos digitales en el sentido “epocal” de haber crecido con computadoras en el hogar, sino también en el hecho de que sus propias experiencias laborales se han desarrollado en ese contexto herramental.

La apuesta

La digitalización de la economía va a pasos rápidos y demanda cada vez más mano de obra, eso sí: especializada. Sería erróneo pensar que sólo puede haber un sólo “Silicon Valley Argentino”. Por eso, si Rosario se convierte en un polo IT el rol de estos trabajadores será fundamental. Según algunos autores (Eric Sadin, Cédric Durand) un factor clave en el desarrollo de Silicon Valley fue la elevada movilidad de los empleados, sumada a la fluida convivencia cara a cara entre los miembros de esa comunidad social con intereses y trabajos afines.

Las condiciones macro están lejos de cambiar en el corto plazo, lo que torna muy difícil para las empresas locales ofrecer salarios de nivel internacional, aunque esos casos existen. Pero quizás fortaleciendo esa comunidad de técnicos, y articulando acciones con empresarios, estudiantes de carreras afines y el Estado, se puedan ir generando las condiciones para el fortalecimiento de un polo tecnológico que genere aún más trabajo de calidad en la región. En ese sentido el crecimiento en volumen de trabajadores de IT es una muy buena señal porque más allá de la locación de sus empresas contratantes, la formación de esa comunidad profesional terminará a la corta o a la larga siendo un factor fundamental para potenciar el desarrollo local.

El marco cultural y educacional de base con que cuenta la ciudad ha hecho una parte del trabajo. Sería importante que los actores políticos y sociales que miren hacia el futuro sepan leer las claves de esa comunidad tan diversa en su composición como distinta del resto de los trabajadores. Ofrecer un reconocimiento social que supere la estigmatización por sus consumos, la envidia por su nivel de vida o la sanción moral por sus estrategias financieras. Esto parece más fácil de lograr que lo que se pueda hacer desde una legislación que en muchos casos encuentra grandes dificultades para dialogar con las condiciones reales de trabajo (Ley de teletrabajo, Ley de conocimiento, etc.) y que en general sólo rige para los empleados públicos y los de las grandes empresas. Las políticas deberían aprovechar esas capacidades, promover un entorno favorable para su crecimiento y generar regulaciones que estimulen el blanqueo de esos ingresos que podrán ser generadores de trabajos periféricos en forma indirecta.

Sería un buen impulso para una economía que pretenda mirar hacia adelante, aprovechando las ventajas (estas no naturales) de las que el país parece disponer.

* Historiador y redactor publicitario

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