El Bilardo de las anécdotas, el obsesivo del laburo, el padre de familia, el ventajero. Todas esas caras del DT campeón del mundo se pueden ver en los 4 capítulos del documental que estrenó HBO.
Los Bilardo –Carlos Salvador, su esposa Gloria y su hija Daniela– viajaban de madrugada a Mar del Plata para unas vacaciones de, como mucho, dos días, que era lo que podía soportar el entrenador sin trabajar entre planteles, pizarrones y videos VHS. En el camino se detienen para desayunar un café con leche en el famoso parador Atalaya, y de repente Carlos pregunta: “¿Qué vamos a hacer a Mar del Plata?”, a lo que su mujer, incrédula, responde: “Y no sé, vos quisiste venir”. Ahí nomás se pegaron la vuelta. “¡Cómo! ¿no estábamos en Mar del Plata?”, se asombró Daniela, al despertar por la mañana, nuevamente en casa.
Una máxima del periodismo narrativo –según el escritor y máster en Periodismo, Roberto Herrscher– dice que los detalles reveladores son a veces pequeñas escenas, frases, imágenes. Ese fragmento de Bilardo, el doctor del fútbol, podría utilizarse como un fiel resumen de la docu-serie que estrenó HBO: Carlos Salvador como personaje, contador de anécdotas graciosas, como padre de familia, como obsesivo de la táctica y estrategia. Está también el doctor enfermo por el triunfo (“Bilardo es un cagón. Un tipo que le tiene un miedo espantoso a la derrota”, dice el profe Signorini), al punto de bordear el límite de lo permitido reglamentariamente, e incluso sobrepasarlo. Sus peleas con Menotti y sus constantes idas y vueltas con Maradona, “el hijo varón que nunca tuvo”.
Bilardo, compadre
La primera parte del documental recuerda la fuerte resistencia contra esa Selección dirigida por el DT campeón con Estudiantes de La Plata. Es que jugaba muy mal, dice César Luis Menotti, su antecesor en el cargo e histórico enemigo, cuya participación es una de las grandes sorpresas del film. Es que jugábamos muy mal, reconoce Oscar Ruggeri con esa pícara sonrisa del que ríe último, ríe mejor. Es que las críticas, de propios y extraños, ocurrieron antes del Mundial 86. Incluso llegaron desde la Casa Rosada, donde el gobierno de Raúl Alfonsín, con su secretario de Deportes Rodolfo O’Reylli –para quien la pelota era ovalada antes que redonda– a la cabeza, inició una campaña de desprestigio con el fin de destituir al DT. Pero la historia terminó al revés: Bilardo levantó la Copa del Mundo, y el que se fue antes de cumplir su mandato fue el gobierno radical.
Con el título aún fresco, Bilardo y Alfonsín cruzaron –uno en el Azteca y otro en Olivos– algunas palabras, en son de paz. “Hubo incluso periodistas –decía el Presidente, tirando la pelota afuera– que no han estado de acuerdo con lo que usted indicaba a la mejor marcha de nuestra Selección, y alguno de ellos, lo primero que han hecho en la tarde de hoy es pedir un aplauso para usted”. Al técnico no se le movió un músculo de rencor: “Quédese tranquilo que no soy un hombre que busca revancha”. Luego, en el avión, los jugadores cantaron contra “los panqueques”.
La hostilidad no hizo tanta mella en Bilardo como en su familia. Su padre fue internado por tanta crítica, y su hija llegó a ocultar su apellido en la escuela, donde “Bilardo era una mala palabra”. Cuando el profesor tomaba lista, bajaban silbidos desde los pupitres al pronunciar el nombre de Daniela.
¿Lo primero mi familia?
Con el título del mundo logrado minutos atrás, Carlos Salvador Bilardo enfrenta los micrófonos de la prensa. Luce un semblante más propio de un triunfo en un amistoso que en la final de un Mundial. Y lejos de las frases hechas, aclara: “En estos momentos no pienso en mi familia”, contrario a lo que declararía cualquier mortal, sea eso cierto o no. “Sino en Zubeldía”, continúa, en referencia al ex técnico de Estudiantes de la Plata, su mentor, fallecido cuatro años antes a causa de un infarto. Un jóven Víctor Hugo Morales lo pincha, diciéndole que el alma, el espíritu o lo que sea de Osvaldo Zubeldía estuvo presente en el estadio Azteca. “Creo que sí, que siempre estuvo al lado mío desde que falleció…”. Habla hasta donde puede y se quiebra.
Otras de las facetas del documental es el esposo y padre de familia. Hay una carta de Daniela, enviada a su papá en una de sus tantas giras con la Selección, en la que le exige una mayor presencia. “Él siempre salía con el verso de «yo lo hago por ustedes»”, lo cuestiona. Y como previendo los dedos acusadores, aclara: “Nadie más que yo puede decir si fue buen padre o no”.
Quienes sí lo consideraban como una especie de segundo padre eran los jugadores. El Checho Batista cuenta que después de sufrir un accidente jugando para Argentinos Juniors, el primero en subirse a la ambulancia que lo trasladaba hasta el hospital de Fiorito fue Carlos Bilardo, que miraba el partido desde la tele de su casa. “No sé cómo hizo”, se sorprende.
Pisala no, pisalo
La obsesión por ganar llevó a Bilardo muchas veces a caminar por el límite de lo permitido. Y en ocasiones, a traspasarlo. Un devoto de «el fin justifica los medios». El bidón de Branco, alfileres contra rivales, el “pisalo” (a un rival, en el suelo) que gritó como DT del Sevilla, luego hecho cántico por los simpatizantes andaluces, quienes hasta tienen una peña con ese nombre.
El bilardismo romantizó la trampa. Pero no la trampa de Maradona en el recordado gol a los ingleses con la mano. Lo de Diego es más picardía que trampa. Fue algo del momento, un acto reflejo ante la impotencia de no poder cabecear. No fue premeditado, no planificó ingresar a la cancha con objetos punzantes, ni preparó pócimas para que beba el contrincante.
De todas maneras, sería injusto reducir a eso al ex jugador y entrenador del Pincha. En su llegada al Deportivo Cali revolucionó con sus métodos al fútbol colombiano, y buscó lo mismo abriendo escuelas en todo el planeta, arrancando por Japón. En el Sevilla FC también pisó fuerte (y no a un rival) y dejó huella. “Todo el mundo tiene un Bilardo adentro”, admite Joaquín Caparrós, ex DT de ese equipo español.
Vivir sólo cuesta vida
El trajín de lindas locuras de Carlos no se detuvo. En su ocaso como entrenador, asumió en la Selección de Libia, y en su regreso al país se postuló como candidato a presidente de la Nación, con partido (político) propio: Partido de la Unidad (UNO). Y fiel a su estilo cabulero, lo presentó el 1 del 1 del 2001, a la una de la mañana. “Bilardo 2003”. Pero no le dio la nafta para tanto, y volvió a su primer amor: Estudiantes.
En un entrenamiento incluyó a dos futbolistas mujeres del club platense. “Jueguen normal”, les ordenó a los suyos. Israel Damonte (hoy DT de Sarmiento de Junín) se lo tomó como tal y le taló los tobillos a una de ellas. Ligó el reto de Bilardo, quien le recordó que el rival del próximo fin de semana era fuerte en la pelota parada. “Por qué te crees que puse a dos chicas, porque te tenés que tirar a robar la pelota con un bisturí, no las tenés que ni tocar, porque el domingo va a ser así”, le explicó.
Bettina Stagñares, ex jugadora, agradece el paso del doctor: “Siempre nos tuvo muy presentes, nos hablaba del fútbol femenino en Europa, cuando acá no estaba muy presente, pero ya iba a llegar, nos decía”.
“Mí viejo se reía de él mismo”, admite Daniela. “Por eso las nuevas generaciones son bilardistas”, aporta el escritor y periodista Andrés Burgo. En su breve etapa de actor (claro, porque también fue actor), el Narigón también cosechó galardones: ganó un premio al peor actor del año, pero estaba orgulloso porque ganó, cuentan.
“Bilardo era entrenador 25 horas del día”, dice Burgo, autor de El partido, libro que recrea el Argentina-Inglaterra del 22 de junio de 1986. Y el cierre es todo de Bilardo: “Me olvidé de vivir. Dediqué mí vida al fútbol y a la medicina”.
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