En estos días de guerras lejanas geográficamente pero redsocializadas lo suficiente para arrancarle a doña Rosa lágrimas por lo que sufren les niñes de Ucrania y pánico a nuevos Hítleres, el recuerdo de lo sucedido a partir del 2 de abril de 1982 en el Atlántico Sur todavía se hace lugar a fuerza de historias de carne y hueso, y bien cercanas. Aunque las cuatro décadas que pasaron desde entonces no son pocas y suenan a mucho más en el acelerado ritmo del siglo XXI, que la mayoría de los protagonistas directos y sobrevivientes de las batallas en Malvinas estén vivos y sean relativamente jóvenes aporta mucho en ese sentido.

También suma un montón que, más allá de no pocas y muy dolorosas pérdidas y defecciones, los ex combatientes como colectivo y actor político hayan podido sobrellevar su condición de tales frente a distintas coyunturas muy adversas sin perder del todo la razón y sin dejar de encontrarse con lo profundo de sus sentimientos, para así poder sostener en la memoria popular el reconocimiento a los héroes que dieron la vida y la reivindicación de soberanía no sólo en términos abstractos sino como objetivo concreto a cumplir.

Incluso, en ese camino de conformación como sujeto social, supieron instalar en el hablar popular un nuevo verbo, de esos con capacidad de sintetizar un combo imposible de desplegar en los acotados márgenes de expresión impuestos por las nuevas tribunas de comunicación masiva: Malvinizar es el verbo; y es la tarea en la que los veteranos ya cuentan con una garantía de continuidad clave, como lo es que sus hijas y sus hijos los acompañen.

“Nueva Generación Malvinas” es la denominación con que se identifican, según recordó hace unos días en diálogo con el programa Poné la Pava, de Radio Rebelde Rosario, Lucía Moreyra, nacida más de diez años después de que su papá volviera de la guerra.

“El grupo empezó a surgir a partir de que nuestros padres nos dieran esa rienda para poder tomar ese camino de poder malvinizar, que es el punto central, con diferentes actividades solidarias y artísticas en los barrios, en las vigilias”, explicó Lucía, para resaltar luego que conciben “Malvinas no solamente como una perspectiva de lo que pasó en la guerra”. Se trata de “entenderlo como una posibilidad de soberanía, de conocer los recursos naturales que tenemos en las islas, de saber lo que pasó para poder recuperarlas a través de la paz”, manifestó. “Si un pueblo no conoce esa causa, en realidad no estamos hablando de malvinizar sino de un olvido, que fue parte de lo que sucedió en los 90; nuestro punto central es hacer conocer Malvinas, sumar a la gente y a las nuevas generaciones, enseñarles este camino de la paz y la importancia de la soberanía nacional”, completó la joven, quien además relató la historia de su papá chaqueño y mandado a la guerra con sus compañeros de un regimiento correntino. “Él estuvo en el campo de batalla, después cae prisionero y una de las experiencias que pasó es que tuvo que juntar cadáveres de sus compañeros cuando estaba finalizada la guerra. Y ese duro momento que le tocó vivir le quedó muy marcado, pero en el 2019, después de 37 años, pudo volver a Malvinas y también ir al cementerio y ver el reconocimiento de sus compañeros en las tumbas. Aunque fue muy duro, fue como cerrar una etapa; y para él desde lo personal fue sentir también un alivio”.

Así es entonces como la Nueva Generación Malvinas persiste en la práctica de malvinizar. 

“A los chicos y chicas de las escuelas les resaltamos que es una historia cercana porque pasaron 40 años y los tenemos presentes a muchos de ellos y a muchos otros no. Escuchar el relato en primera persona lo hace más significativo”, describió Lucía. Y remarcó que esos testimonios “a los jóvenes los conectan más con la historia, los hace sentir muy distinto a la lectura de un libro”. Y ni hablar a otras lecturas a las que se convoca a los pibes de estos días.

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