Fuentealba

Osvaldo, nuestro querido maestro Bayer dejó escrito: “Una sociedad que humilla a sus docentes es una sociedad hipócrita, sórdida, usurera” ¿Se equivocaba? ¿Exageraba? ¿Somos eso? No todos, me digo. Y me aferro a esa esperanza para espantar la culpa que siento por pertenecer a una sociedad donde el respeto por el prójimo y sus opiniones se ha vuelto casi en un imposible. Es muy difícil escribir sobre un asesinato tan absurdo y doloroso como el de Carlos Fuentealba sin percibir a flor de piel la inconciencia, el desapego, lo inhumano de quien disparó aquella tarde el balazo fatal que impactó en su cabeza. “Hay un camino para cada ser humano. No somos todos iguales. Hay que transitarlo con mucha confianza y respetando el camino del que está al lado”, decía nuestro Carlos, el maestro, el esposo, el compañero solidario en uno de sus poemas.

Si los organismos que detentan el poder conferido por el pueblo mismo para defendernos hubieran sido educados para comprender estas palabras, Carlos estaría vivo y, como dijo su compañera Sandra el año pasado, “él habría salido en plena pandemia a repartir alcohol en gel, a llevarle comida a los desposeídos”.

No tengo dudas de que así habría sido. Cristina, mi hermanita también maestra, desaparecida en otro abril de 1976, secuestrada y asesinada por la dictadura cívico militar habría hecho lo mismo. Eso hacen los que aman al prójimo, los que abrazan una tarea tan maravillosa como es la de enseñar, la de educar. La represión se ejerce siempre contra los que trabajan, los descalzos, los estudiantes, el pueblo que clama por sus derechos, desde los mismos organismos cuyas filas engrosamos con nuestra propia sangre. ¿Acaso no son nuestros vecinos humildes, nuestros familiares, compatriotas esperanzados en una mejor vida quienes portan los uniformes, quienes sostienen las armas que finalmente nos disparan?

Recuerdo aquel poema de Guillén que hablaba de esto:

“¿No sé por qué piensas tú,

Soldado que te odio yo?

Si somos la misma cosa

Tú. Yo.

Tú eres pobre, lo soy yo.

Soy de abajo, lo eres tú.

¿De dónde has sacado tú,

Soldado, que te odio yo?”

¿Cómo es posible entender ese desatino? ¿Pueblo contra pueblo? ¿Hermano contra hermano? Se me ocurre que debiéramos analizar las políticas que hacen que una sociedad se autolacere de tal manera, porque si somos capaces de dar tanto y de soportar tanto, quizá también seremos capaces de revertirlo.

Los humildes y sus expectativas de superación de clase social terminan siendo la herramienta que blande el poderoso para sojuzgar, para acallar y cercenar libertades. Cambiarlo es un arduo camino, uno que incluye modificaciones sustanciales en la educación eurocéntrica desde la que fuimos y somos formados. Nos han enseñado a negar lo propio, a creer que nuestras raíces son poco menos que despreciables frente a los logros culturales de otros pueblos supuestamente superiores. “Este país es una mierda” es una de las consignas preferidas por la derecha concentrada en los estrados políticos y económicos de esta Argentina devastada justamente por el latrocinio que desde sus corporaciones llevan adelante contra nuestra riqueza.

Entonces si todo es “una mierda” es natural que quienes traten de defender lo poco que queda de nuestra dignidad también lo sean. Que sus nombres,su entidad de seres humanos desaparezca en el pozo negro que sugieren sus tristes slogans. Naturalizamos el calvario de esas muertes sencillamente porque sus vidas no valen nada para el sistema que aceptamos genuflexamente.

Ojalá que algún día comprendamos que nuestro rol como ciudadanos incluye al otro y su destino, porque es idéntico al nuestro. Para unirnos y exigir de la justicia el cas-

tigo que merecen aquellos que desprecian la vida, para que no haya más Carlos Fuentealba, ni Maldonado, ni Nahuel, ni Santillán y Kosteki, ni curitas villeros perseguidos, ni obreros reprimidos.

No puedo escribir una oda a esas muertes, prefiero señalar que, para evitarlas en el futuro, tenemos que esforzarnos en modificar desde el voto que nos otorga la democracia como herramienta, semejante atropello. Distingamos a quiénes corresponde. No es difícil. Sólo hay que tener memoria y conciencia ciudadana. Hay políticos que endeudan y destruyen sin compasión nuestras posibilidades como pueblo y otros que intentan pagar esas deudas acompañando nuestro esfuerzo con políticas populares. No son “todos iguales”, todavía hay jueces y políticos probos. No dejemos que los hombres como Carlos Fuentealba sigan inmolándose en vano.

Fuente: Revista Canto Maestro de Ctera, abril 2022, N° 33

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